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El papa Francisco y la década de división

Ese tipo de impulso se habría encontrado con la oposición de los conservadores (mi opinión personal es que levantar la regla del celibato sería un error), mientras que los límites y las garantías habrían decepcionado a los liberales que querían un cambio mucho más radical. Pero los objetivos habrían sido concretos y alcanzables, los límites y las fronteras claros y el papa habría intentado desempeñar algo parecido al papel del padre en la parábola del hijo pródigo, con su impulso por acoger al hermano menor, pero también su cariñoso apoyo al mayor.

En cambio, la primera táctica de Francisco consistió en una controversia mucho más en evidente conflicto con la doctrina católica: la cuestión de las segundas nupcias después del divorcio, en la que están en juego las propias palabras de Jesús. Mientras tanto, su enfoque más amplio ha sido abrir controversias en la mayor variedad posible de frentes: a veces a través de sus declaraciones, a veces a través de sus nombramientos y durante un tiempo a través de la extraña estrategia de llevar a cabo repetidas conversaciones con un periodista italiano ateo que, como es sabido, no tomó notas, dejando a los católicos comunes con la incógnita de si en verdad el papa había negado, por ejemplo, la doctrina del infierno o si solo se contentaba con que los lectores de La Repubblica lo pensaran.

Francisco complementó todo esto con una crítica constante a los conservadores, y en especial a los tradicionalistas, por ser rígidos, farisaicos y fríos de corazón, por estar “todos tiesos con sotanas negras” y llevar “el encaje de la abuela”, el equivalente al padre de la parábola que se vuelve hacia su hijo mayor y lo regaña por ser un bicho raro tan tenso. Y cuando la facción tradicionalista se convirtió, como era de esperarse, en un foco de oposición en línea a veces paranoica, el papa que predicaba la descentralización y la diversidad optó por una cruenta microgestión, con la cual intentó estrangular a las congregaciones de la misa en latín mediante gestos tan misericordiosos como prohibir que sus misas aparecieran en los boletines parroquiales.

Y sin embargo, con todo esto, el papa no ha aportado muchos cambios concretos al ala progresista de la Iglesia, sino que ha reculado en repetidas ocasiones: retrocediendo en la ambigüedad sobre la comunión para los divorciados y vueltos a casar, dando un paso atrás cuando parecía que iba a permitir nuevos experimentos con sacerdotes casados, permitiendo a su oficina de doctrina declarar la imposibilidad de las bendiciones para parejas del mismo sexo que muchos obispos europeos desean autorizar.

Lo cual, también como era de esperarse, ha creado tanto decepción por las expectativas no cumplidas como un impulso constante de ir tan lejos como sea posible, incluso hacia el protestantismo liberal que sobre todo parece buscar la Iglesia alemana, en la teoría de que hay que forzar a Francisco a aceptar los cambios que siempre está contemplando pero que nunca acaba de materializar.

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