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El príncipe Heinrich XIII y el complot para derrocar al gobierno alemán

BAD LOBENSTEIN, Alemania — El almenado pabellón de caza del príncipe Enrique XIII de Reuss se encuentra en la cima de una escarpada colina, con vistas a las casas cubiertas de nieve y luces navideñas de Bad Lobenstein. El príncipe, conocido por el alcalde y muchos vecinos cercanos, pasaba los fines de semana en este pueblo de descanso y así le otorgaba un aire aristocrático a este tranquilo rincón provinciano del este de Alemania.

Pero su idilio tenía un lado oscuro.

Según los fiscales y los servicios de inteligencia, Enrique XIII también usaba su pabellón de caza para celebrar reuniones en las que un grupo de coconspiradores de extrema derecha y él planeaban derrocar al gobierno alemán y ejecutar al canciller. El grupo almacenaba armas y explosivos en el sótano. En el bosque que rodea a la cabaña, solían organizar prácticas de tiro.

La semana pasada, el pabellón de caza Waidmannsheil, a tres horas en auto hacia el sur de Berlín, en el estado de Turingia, fue uno de los 150 objetivos registrados por las fuerzas de seguridad en una de las mayores operaciones antiterroristas de la Alemania de la posguerra. Hasta el viernes, 23 miembros de la célula habían sido detenidos en 11 estados alemanes y otros 31 estaban siendo investigados. La policía descubrió armamento y material militar, así como una lista de 18 políticos y periodistas considerados enemigos.

Es posible que Enrique XIII, de 71 años, descendiente adinerado de una familia noble de 700 años de antigüedad, parezca el cabecilla improbable de un complot terrorista de este tipo. Pero, según los fiscales, fue designado por sus coconspiradores para convertirse en el jefe del régimen posterior al golpe de Estado.

El aristócrata, que sentía nostalgia por el imperio alemán previo a 1918, cuando sus ancestros reinaban en un estado de Alemania oriental, había aceptado por completo la teoría de la conspiración que estaba cobrando impulso en los círculos de extrema derecha: la república alemana de la posguerra no era un país soberano, sino una corporación creada por los aliados después de la Segunda Guerra Mundial.

Los adeptos de esta teoría de la conspiración se hacen llamar reichsbürger, o ciudadanos del Reich. Y abundan en el sureste de Turingia, el estado donde los nazis ganaron el poder a nivel local por primera vez hace más de 90 años, antes de fundar el Tercer Reich.

Hoy la fuerza política más grande en el estado es el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania, o AfD, del cual un exlegislador fue arrestado como parte del presunto complot del príncipe la semana pasada.

Pero son los reichsbürger los que han dado a conocer a Bad Lobenstein, para disgusto de los hoteleros y vinateros locales que buscan atraer el turismo a la región, donde algunos edificios de piedra y torres de iglesias medievales se pueden ver entre bosques de pinos y lagos.

“Nos mantienen bastante ocupados”, dijo Andree Burkhardt, un concejal local. “Pero nunca me hubiera imaginado que lo que se estaba desarrollando aquí fuera un ambiente tan militante”.

Cada vez que Burkhardt y sus compañeros del concejo montan un puesto en el mercado local para escuchar las preocupaciones de los vecinos, acaban enfrentándose a un torrente de insultos verbales de gente que insiste en que trabajan para un país inexistente.

“Nos gritan y nos dicen: ‘No somos alemanes. ¡No estamos en un verdadero Estado alemán! ¡Solo somos la rama de una GmbH!’”, comentó, refiriéndose al acrónimo en alemán de una sociedad anónima de responsabilidad limitada.

No obstante, los reichsbürger no eran más que una molestia local hasta que Enrique XIII apareció en escena.

El príncipe buscaba alcanzar su meta de restablecer el Reich imperial de Alemania en varios frentes y de una forma que casi parecía que creía que su reino de fantasía ya existía.

El editor del periódico local de Bad Lobenstein, Peter Hagen, supo por primera vez que el pueblo tenía un príncipe en abril de 2021, cuando los vecinos empezaron a hablarle de unos extraños carteles de campaña pegados en las calles aledañas al pabellón de caza Waidmannsheil, que instaban a los residentes a presentarse a las elecciones con la “comisión electoral de Reuss”.

En aquel momento, no había elecciones oficiales.

Hagen comenzó a tener más sospechas el verano pasado después de que siguió a Enrique XIII y a otra figura local de los reichsbürger a una oficina municipal, que el entonces alcalde les había permitido usar para una conferencia llamada: “Un evento informativo sobre la BRD GmbH”, el acrónimo de República Federal de Alemania, S.A.

Era evidente que el título implicaba una conexión con las creencias de los reichsbürger. Pero cuando Hagen llegó, los organizadores se negaron a comenzar la reunión y no pudo escuchar la conferencia.

La sensación de malestar en Bad Lobenstein comenzó a aumentar en julio, cuando sus habitantes recibieron una carta. Estaba llena de signos de exclamación y mayúsculas, y en ella se les instaba a utilizar un sitio web para inscribirse como ciudadanos de la Casa de Reuss (los títulos nobiliarios se abolieron tras la Primera Guerra Mundial, pero muchas antiguas familias reales rastrean su linaje con avidez).

“¿También piensas que algo en este país no está bien?”, decía la carta. “¿Sabías que en realidad no tienes ninguna ciudadanía, que en realidad eres apátrida y no tienes ningún derecho?”.

En Bad Lobenstein habitan 6000 personas y algunos dicen que parece más un pueblo que una ciudad. Todos se conocen, y en la única cafetería que hay los panes y el café se acaban para el mediodía. Horas después de recibir la carta, Burkhardt, el concejal local, se dio cuenta de que no era el único, a todos les había llegado una.

Este habló con Hagen, y después de intercambiar lo que habían visto o escuchado, Burkhardt comenzó a sentirse inquieto. “Pensé: ‘Tal vez deberíamos investigar esto’. Así que informamos a la agencia de inteligencia nacional. Nos dijeron: ‘En eso estamos’. Y creo que, sinceramente, se lo tomaron más en serio que yo”.

Agentes de inteligencia habían estado observando al príncipe desde el otoño de 2021, y lo que estaban descubriendo era mucho más siniestro: el grupo de coconspiradores en torno a Enrique XIII incluía a soldados en activo y retirados de las fuerzas especiales de élite, agentes de policía, reservistas del Ejército y a otras personas vinculadas con las Fuerzas Armadas que habían diseñado planes concretos e incluso posibles fechas para un golpe de Estado.

Este año, en dos ocasiones, parecía que el grupo estaba listo para actuar, una de ellas a mediados de marzo y otra en septiembre, lo cual puso en alerta máxima a las agencias de seguridad. Pero, según los agentes de inteligencia, en ambas ocasiones pospusieron su ejecución.

El príncipe no solo reclutó colaboradores en círculos de extrema derecha cercanos a los militares. También buscó aliados entre sus compañeros aristócratas, viajando a Austria y Suiza para cortejar a la nobleza de raíces alemanas en busca de donaciones para financiar su complot, dijeron funcionarios familiarizados con sus viajes. Con el dinero que recaudó, su grupo compró teléfonos satelitales para comunicarse fuera de la red durante y después del golpe planeado. Esos dispositivos se encontraron en la propiedad durante la redada.

Enrique XIII también se puso en contacto con diplomáticos rusos, con la ayuda de una novia rusa más joven, que ha sido identificada por los fiscales solo como Vitalia B. Varias veces facilitó reuniones, aunque los fiscales dicen que no tenían evidencia de una respuesta rusa.

Debido a esta conspiración, el ministro del Interior de Alemania planea limitar las leyes alemanas de posesión de armas para dificultar que los extremistas tengan acceso a las mismas.

Los agentes de inteligencia no han podido determinar cuándo ni cómo comenzó a radicalizarse Enrique XIII. Había estado viviendo en un adinerado barrio del Westend de Fráncfort, donde trabajaba como agente y consultor inmobiliario.

El año pasado, cuando comenzó a pasar casi todos los fines de semana en Bad Lobenstein, ya estaba bastante inmerso en el movimiento de los reichsbürger. Pero sus tendencias antisemitas e interés por las teorías de la conspiración están bien documentados.

En enero de 2019, dio una conferencia en el WorldWebForum en Zúrich titulada: “Experiencia del ascenso y la caída de la élite de sangre azul”. En el discurso, de 15 minutos, despotricó contra la familia Rothschild y afirmó que la Primera Guerra Mundial fue impuesta al káiser alemán por intereses financieros internacionales —ambos temas suelen ser abordados por los antisemitas— e insistió en que la democracia alemana moderna era solo una ilusión.

“Desde que Alemania se rindió el 8 de mayo, nunca ha vuelto a ser soberana”, afirmó Enrique XIII en su intervención, refiriéndose al día de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. “Fue convertida en una estructura administrativa de los aliados en la llamada entidad de economía unida, República Federal de Alemania, es decir, una estructura comercial”, sostuvo.

Este tipo de discursos lo alejaron de sus familiares de la Casa de Reuss. El jefe de la familia Reuss, un primo lejano que, como todos los herederos varones del trono de Reuss, también se llama Enrique, lo calificó de “viejo confundido” y señaló que, aunque su golpe hubiera tenido éxito, era el decimoséptimo heredero del trono.

“Eso significa que 16 de nosotros tendríamos que morir antes de que sea su turno”, dijo, y agregó que lo que había impulsado a su primo lejano a su mundo de conspiraciones probablemente fueron los años de amargura que pasó en los tribunales alemanes.

Después de la reunificación alemana, Enrique XIII pasó años librando batallas legales para recuperar la propiedad de las casas solariegas y hospedajes familiares que habían sido nacionalizadas en la antigua Alemania Oriental Comunista. “Nunca recibió ninguna restitución de tierras”, dijo el jefe de la familia Reuss, aunque el príncipe logró recuperar algunos de los muebles y obras de arte de su familia.

Al final, Enrique XIII tuvo que volver a comprar la casa de campo, profusamente decorada con jabalíes tallados en piedra y una torre de aspecto gótico.

Muchos en este lejano poblado de la antigua Alemania Oriental comunista comparten su sentimiento de nostalgia, aunque por un pasado muy diferente.

Burkhardt dijo que le inquietaba ver cómo muchos simpatizantes locales de las creencias de los reichsbürger expresaban añoranza por los días de la Alemania comunista y despreciaban al actual gobierno alemán, que consideran desacreditado.

Una tendera local, que se negó a dar su nombre, dijo que le caía bien el príncipe, que le parecía “noble”. No estaba segura de si el uso de la violencia en el complot de los reichsbürger era lo correcto o no. “Pero pienso que muchos aquí pensamos así. Que, bueno, algo tiene que pasar”, concluyó.

Ese sentimiento se ha fortalecido desde la pandemia, cuando las teorías de la conspiración comenzaron a multiplicarse. Ahora, frente a una crisis energética y el impacto demoledor de la inflación, la amargura en las regiones más pobres del este de Alemania está creciendo, y las élites gobernantes pueden ser un blanco fácil.

Burkhardt no tiene cifras exactas de cuántas personas en la ciudad eran partidarios activos del movimiento reichsbürger, pero dijo que era suficiente para inquietar al lugar.

La redada, dijo, fue como un ajuste de cuentas.

“Ya era hora”, aseveró Burkhardt.

Christopher F. Schuetze colaboró en este reportaje desde Berlín.

Katrin Bennhold es la jefa de la corresponsalía de Berlín de The New York Times. Anteriormente, reporteaba desde Londres y París, en donde cubría una gama diversa de temas: desde el auge del populismo hasta asuntos de género. @kbennhold Facebook

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