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El rastreador que cuida a las tribus aisladas en Brasil

Jair Candor llevaba tres días buscando en la selva amazónica cuando oyó sus voces. Durante una década había documentando sus huellas, pero aquel día de 2011 fue la primera vez que los vio: una familia de nueve miembros que caminaban desnudos por la selva, cargando a los niños en sus espaldas y con flechas más altas que él.

Durante años, las empresas madereras habían dicho que este grupo indígena aislado era un mito. Pero ahora Candor, oculto tras unos árboles delgados, estaba grabando el primer video de ellos.

Cuando terminó, maldijo a los madereros y les retó a decir que la tribu no existía, dijo su colega Claiton Gabriel Silva. Tenía los ojos humedecidos por las lágrimas.

Candor, de 63 años, quizá sea el rastreador de tribus aisladas más experimentado de Brasil, uno de los pocos que siguen siendo contratados por el gobierno brasileño para explorar algunas de las zonas más vírgenes de la Amazonia en busca de pruebas de grupos que han vivido, en gran medida, sin ser vistos ni contactados durante generaciones.

El trabajo no consiste en contactar a las tribus, sino en protegerlas. La ley exige pruebas de la existencia de grupos aislados para prohibir que los forasteros tengan acceso a sus tierras. Candor intenta localizar a las tribus sin ser descubierto, para permitirles permanecer aisladas y protegerse a sí mismo.

“Mi curiosidad es grande”, dice Candor. “Pero el respeto por sus derechos es mayor”.

A lo largo de 35 años, ha dirigido cientos de expediciones a la selva, en las que contrajo malaria decenas de veces, según sus propios cálculos, y sobrevivió a dos atentados contra su vida, uno en el que un indígena asustado disparó flechas contra su equipo y otro cuando un grupo de leñadores atacó la base donde trabajaba.

Candor ha descubierto pruebas de cuatro civilizaciones diminutas y, según los investigadores, cada una tiene su propia lengua, cultura e historias. Entre ellas se encuentra la tribu más pequeña conocida de Brasil, los piripkura, y los tres sobrevivientes que quedan de ella. Su trabajo ha originado protecciones legales que cubren más de 18.000 kilómetros cuadrados, una superficie de bosque tropical mayor que Puerto Rico, lo que lo convierte en una de las figuras más eficaces que trabajan en la conservación de la Amazonia.

Estas protecciones son fundamentales para la selva tropical, que se acerca rápidamente a un punto de inflexión que podría transformar grandes extensiones en pastizales y convertir un paraje que almacena enormes cantidades de gases que atrapan el calor en un emisor neto.

Su trabajo también le ha granjeado muchos enemigos. En una mañana de junio, mientras se adentraba en el bosque a 80 kilómetros por hora transitando por una carretera de tierra llena de baches, habló de políticos que presionaron a sus jefes para que lo despidan, de agricultores que trataron de sobornarlo y de madereros que han tratado de contratar asesinos para matarlo. Ahora lleva una reluciente pistola de 9 milímetros en su chaleco antibalas.

“No tengo miedo”, dice. “Lo que me preocupan son las serpientes”, afirmó con una sonrisa.

El video que grabó en 2011 era de los kawahiva do Rio Pardo, uno de los 115 grupos que se cree que viven aislados en Brasil, el mayor número de todo el mundo. La falta de pruebas significa que aproximadamente un tercio de esos grupos permanecen desprotegidos, por lo que los rastreadores expertos como Candor, que han aprendido a encontrar a los habitantes de la selva que no quieren ser encontrados, son fundamentales para su supervivencia.

La familia de Candor se trasladó al Amazonas cuando él tenía 6 años. Era la década de 1960 y sus padres habían decidido responder a una llamada de la dictadura militar del país para colonizar la selva. Ayudarían a someter “el infierno verde”, como lo llamaba el gobierno, y así se ganarían una parcela de tierra por su trabajo.

Tres años después, la madre de Candor murió. Su familia se dispersó y un grupo de caucheros lo adoptó. Pronto dejó de asistir a la escuela y empezó a aprender a sobrevivir en la naturaleza.

En 1988, el gobierno militar había caído y Brasil trabajaba para aprobar una nueva constitución que reconociera los derechos de los indígenas sobre sus tierras. Para protegerlos, el gobierno necesitaba nuevos expertos en la selva. Candor, que en ese entonces tenía 28 años, se había ganado la reputación de trabajar duro y hacerse amigo de los indígenas de la selva. El gobierno lo contrató.

Candor no tardó en demostrar su habilidad para el trabajo. Aprendió de los indígenas a detectar las señales de los que decidían vivir separados. Estaban las cáscaras rotas de nuez de Brasil, o los manojos de plantas tóxicas dejados junto a los arroyos, utilizados para aturdir a los peces con el fin de atraparlos.

Las ramas cortadas también pueden decir mucho. La dirección del corte puede indicar por dónde caminaba una persona, y su altura. Una inspección más detallada puede revelar lo afilado que estaba el machete. Las tribus que viven aisladas no pueden afilar los machetes que roban a las comunidades cercanas.

Luego, están las señales que Candor no puede explicar. Algo le dice que se detenga, y entonces lo encuentra: un refugio, una olla de cerámica, las sobras de una comida. Quizá puede oír lo que dicen los pájaros, como afirman algunos indígenas, o lleva adentro el espíritu de un indígena, como le dijo una vez una sacerdotisa.

“Es algo espiritual”, afirma su colaborador, Rodrigo Ayres. “Dentro de la selva hay un modo de comunicación que no podemos explicar según nuestra visión del mundo. Y Jair sabe aprovecharlo”.

En la primera expedición que dirigió por su cuenta, en 1989, Candor encontró a dos miembros de los piripkura, a quienes el gobierno buscaba desde hacía cuatro años. Otra tribu les había dado ese nombre, que significa mariposa, por lo rápido que revoloteaban por el bosque. Se dio cuenta de lo poco que necesitaban para sobrevivir: fuego, un par de hamacas, un machete romo.

“Necesitamos una casa, necesitamos un carro, necesitamos un montón de porquerías”, dijo. “Entonces conoces a estos dos tipos, que viven felices sin nada, sin ropa, sin supermercado, sin factura de agua ni de electricidad”.

Muy pronto, Candor también empezó a ser desprendido. En 1992, una expedición se alargó más de lo previsto y se perdió el día de su propia boda. Su novia no quiso saber nada más de él. Más tarde se casó con otra mujer y tuvo dos hijos. Pero solo regresa a casa unas ocho veces al año.

Candor también perdió la sensación de seguridad. En 2018, un informante le advirtió que un grupo de hombres relacionados con los madereros iban a atacarlo.

Él se encontraba en una base gubernamental en el bosque. Estaba demasiado lejos para que las autoridades acudieran en su ayuda. Pero en vez de huir, decidió que él y su equipo protegerían la base, a pesar de que su hijo adulto estaba de visita. Les dio armas a su hijo y a seis colegas. Su hijo recibió el único chaleco antibalas.

Les dijo a todos que se ubicaran en formación de punta de flecha, para no herirse, y que dispararan ladera abajo. “Lo vi en una película”, dijo.

Los nueve hombres forzaron la cerradura de la verja hacia las 9:00 p. m. Candor y su equipo oyeron disparos, dijeron, así que respondieron con fuego. Uno de los invasores resultó muerto. Los otros huyeron. La investigación posterior no encontró pruebas de que los hombres relacionados con los leñadores llevaran armas, pero su líder fue detenido.

Dos años después, en 2020, uno de los colegas de Candor fue asesinado por una flecha disparada por el miembro de una tribu que había estado vigilando durante décadas. Y el año pasado, Bruno Pereira, un especialista en tribus aisladas de una generación más joven de expertos, fue asesinado junto con un periodista británico, Dom Phillips, por su trabajo para ayudar a proteger tierras que habían sido preservadas para tribus aisladas.

Candor era muy amigo de los dos expertos indígenas que murieron, y sabe que podría haber sido él. Cree que solo le quedan cuatro o cinco años antes de jubilarse. Pero dice que, hasta entonces, seguirá arriesgando su vida para ayudar a las tribus indígenas.

“Somos los únicos que luchamos por esto”, afirma. “Su voz aquí somos nosotros”.

Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía en Brasil, que abarca Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Anteriormente, reportó sobre tecnología desde San Francisco y, antes de integrarse al Times en 2018, trabajó siete años en The Wall Street Journal. Más de Jack Nicas

Manuela Andreoni escribe el boletín informativo Climate Forward y reside en Brasil. Antes fue miembro de la Red de Investigaciones de la Selva Tropical, donde analizaba las fuerzas que impulsan la deforestación en la Amazonia. Más de Manuela Andreoni


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