Carlos, dijo, luchó por forjarse una identidad como Príncipe de Gales, un papel que ocupó durante más tiempo que nadie pero que no tiene una descripción de puesto. Fundó formidables organizaciones benéficas como el Prince’s Trust, que ha ayudado a casi un millón de jóvenes desfavorecidos, y defendió causas como la planificación urbana sostenible y la protección del medioambiente, mucho antes de que se pusieran de moda.
En los últimos años, ha asumido varias de las funciones de la reina, desde los viajes al extranjero hasta las investiduras, en las que se conceden títulos de caballero. En el Día del Recuerdo, colocó una corona de flores en el monumento a los soldados británicos caídos en nombre de su madre. En la apertura del Parlamento, la acompañó al Palacio de Westminster.
Carlos tampoco ha dudado en meterse en asuntos políticos delicados. Se ha pronunciado regularmente a favor de la tolerancia religiosa y en contra de la islamofobia, y algunos le atribuyen el mérito de haber contribuido a silenciar una posible reacción contra los musulmanes tras una serie de mortíferos atentados terroristas perpetrados por extremistas islámicos en Londres en 2005.
“Podría haber pasado su tiempo en clubes nocturnos o sin hacer nada, pero ha encontrado un papel”, dijo Bogdanor.
En ocasiones, las fuertes opiniones de Carlos lo han metido en problemas. En 1984, ridiculizó una propuesta de ampliación de la National Gallery como un “carbunclo monstruoso en la cara de un amigo muy querido y elegante”. El plan se desechó, pero años más tarde, destacados arquitectos se quejaron de que su presión a puerta cerrada contra los diseños que no favorecía constituía un abuso de su función constitucional.
En 2006, Carlos generó malestar cuando un tabloide británico, The Mail on Sunday, publicó extractos de un diario que escribió cuando representaba a la reina en la entrega formal de Hong Kong a China en 1997. Describió a los funcionarios chinos presentes como “espantosas figuras de cera” y dijo que, tras un “discurso de propaganda” del presidente chino, Jiang Zemin, “tuvimos que ver cómo los soldados chinos subían al escenario a paso de ganso y bajaban la bandera británica e izaban la bandera definitiva”.