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El viaje de un adolescente al lado oscuro de internet

La pubertad le llegó antes a C —en cuarto grado— y con fuerza: acné, pechos, atención, humillación. Pero C encontró refugio en internet.

Todas las noches, a menudo más allá de la medianoche, C se acostaba con un iPod Touch que sus abuelos le regalaron por su décimo cumpleaños. (C, que se identifica por su primera inicial por razones de privacidad, es de género no binario y adopta el pronombre neutral “elle”). Con el nuevo dispositivo, C hizo amigos en las redes sociales y subió selfis. Los espectadores le felicitaban por una fotografía en la que aparecía de pie en un huerto, con una manzana en la mano y “con aspecto de adulto”, según dijo.

Menos bienvenidos eran los comentarios de los hombres que enviaban fotos de sus genitales y le pedían imágenes de desnudos y sexo. “No tenía ni idea de lo que estaba pasando”, comentó C, que ahora tiene 22 años y vive en Salt Lake City. “¿Qué haces cuando alguien simplemente te envía cosas asquerosas a tu bandeja de entrada? Nada. Simplemente ignorarlas”.

Pero ese plan no funcionó. Internet se filtró en la psique de C., que sufría una depresión grave, y encontró afinidad en la red con otros adolescentes en apuros y aprendió formas de autolesionarse.

“No quiero culpar a internet, pero sí quiero culpar a internet”, señaló C. “Siento que si hubiera nacido en el año 2000 a. C. en los Alpes, seguiría sufriendo de depresión, pero creo que se ha exacerbado por el clima en el que vivimos”.

Una serie de artículos de The New York Times ha explorado cómo los principales riesgos para los adolescentes han cambiado bruscamente en las últimas décadas, desde el consumo de alcohol, las drogas y los embarazos adolescentes hasta la ansiedad, la depresión, las autolesiones y el suicidio. El declive de la salud mental de los adolescentes ya estaba en marcha antes de la pandemia; ahora, es una crisis en toda regla, que afecta a los jóvenes más allá de las diferencias económicas, raciales y de género.

La tendencia ha coincidido con el hecho de que los adolescentes pasan cada vez más tiempo en internet y se suele culpar a las redes sociales de la crisis. En un estudio difundido de manera amplia en 2021, del que informó por primera vez The Wall Street Journal, Meta (antes Facebook) descubrió que el 40 por ciento de las chicas en Instagram, de la que Meta es propietaria, afirmaban sentirse poco atractivas debido a las comparaciones sociales que experimentaban utilizando la plataforma.

La realidad es más compleja. Lo que demuestra la ciencia cada vez más es que las interacciones virtuales pueden tener un poderoso impacto, positivo o negativo, según el estado emocional subyacente de una persona.

“Internet es un botón de volumen, un amplificador y acelerador”, afirmó Byron Reeves, profesor de Comunicación de la Universidad de Stanford.

Sin embargo, faltan investigaciones fiables sobre cómo afecta la tecnología al cerebro, y escasean los fondos para ayudar a los adolescentes enfermos a afrontarlo. De 2005 a 2015, el financiamiento del Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH, por su sigla en inglés) para estudiar formas innovadoras de comprender y ayudar a los adolescentes con problemas de salud mental se redujo en un 42 por ciento.

“El financiamiento federal, o su falta, ha contribuido en gran medida al estado en el que nos encontramos”, aseguró Kimberly Hoagwood, psiquiatra de niños y adolescentes en NYU Langone Health y exdirectora adjunta de investigación de salud mental de niños y adolescentes en el NIMH. “Nos hemos cegado ante el asunto”.

Joshua Gordon, director del instituto, opinó: “No tenemos una idea clara de por qué está sucediendo”.

​​Pero hay pistas poderosas, según los expertos. En general, sostienen que el uso intensivo de la tecnología está interactuando con un factor biológico clave: el inicio de la pubertad, que está ocurriendo más temprano que nunca. La pubertad hace que los adolescentes sean muy sensibles a la información social: si caen bien, si tienen amigos, dónde encajan. Los adultos se enfrentan a la misma agresión, pero los adolescentes púberes se enfrentan a ella antes de que otras partes del cerebro se hayan desarrollado completamente para manejarla.

“En cuanto a contenido, y en cuanto a proceso, hace que te explote la cabeza”, dijo Stephen Hinshaw, psicólogo de la Universidad de California en Berkeley. “Quieres hacer que se detenga: cortándote, quemándote, mutilándote e intentando suicidarte”.

La capacidad de los jóvenes para hacer frente a la situación se ha visto aún más erosionada por la disminución del sueño, el ejercicio y la conexión en persona, que han disminuido a medida que aumentaba el tiempo frente a la pantalla. Los jóvenes, a pesar de las enormes conexiones virtuales, o tal vez a causa de ellas, dicen sentirse más solos que cualquier otra generación. Y muchos estudios han descubierto que los adolescentes que pasan más tiempo conectados son menos felices.

Sin embargo, quedan muchos interrogantes. Esto se debe, en parte, a que la experiencia de internet es tan amplia y variada, dicen los expertos en salud, lo que hace difícil generalizar sobre cómo el tiempo de pantalla —y cuánto de él— conduce a la ansiedad y la depresión.

“Eso no significa que no haya una relación”, dijo Reeves. “Hay muchos efectos que son totalmente idiosincrásicos en el caso de cada chico”. Y añadió: “Cada una de sus experiencias es radicalmente diferente”.

C creció en una familia de clase media alta y mostró un don para la música desde una edad temprana. Un tío recordó que a los 8 años ya tocaba una impecable versión de “Für Elise” en el piano, con una vibra burbujeante que recordaba a Shirley Temple. “Un talento increíble. Estábamos pensando en su inscripción en Juilliard”, dijo.

Los desafíos de salud mental son comunes en la familia de C. En tercer grado, C comenzó obsesivamente a clavarse un lápiz en la pierna. Poco después llegó la pubertad, “muy pronto”, recuerda C. “Todavía estaba en la escuela primaria y, de repente, mi cerebro se adentraba veinte veces más rápido en situaciones oscuras”.

A los 10 años, C se unió a Mini Nation, una comunidad virtual en la que esperaba encontrar amistades, pero en su lugar se enfrentó al acoso de los hombres. C no se lo dijo a sus padres, temiendo que le quitaran el iPod. “Era mi conexión con el mundo exterior”, explicó C.

Los cortes se intensificaron. “La autolesión era como un descanso para fumar”, comparó C. “Lo hacía, veía un poco de YouTube, me tomaba un descanso, me lastimaba con un cuchillo y volvía”.

Después de que los compañeros de clase le contaran a un consejero escolar sobre las heridas en los brazos de C, pasó una semana en un hospital psiquiátrico, le recetaron Zoloft y le dijeron que podía irse a casa.

La familia de C se trasladó a Utah, con la esperanza de empezar de nuevo. Pero los problemas que aquejaban a C se encontraban en todas partes. De 2007 a 2016, las visitas a las salas de emergencia para personas de 5 a 17 años aumentaron un 117 por ciento para los trastornos de ansiedad, un 44 por ciento para los del estado de ánimo y un 40 por ciento para los de atención, mientras que las visitas pediátricas en general se mantuvieron estables. El mismo estudio, publicado en Pediatrics en 2020, reveló que las visitas por autolesiones deliberadas aumentaron un 329 por ciento. Sin embargo, las visitas por problemas relacionados con el alcohol disminuyeron un 39 por ciento, lo que refleja el cambio en el tipo de riesgos para la salud pública de los adolescentes.

Karen Manotas, psiquiatra de niños y adolescentes de la Universidad de Utah, dijo que las redes sociales a veces parecían desempeñar un papel en los casos de salud mental de adolescentes que atiende. El pasado mes de septiembre, Manotas trató en el hospital a un chico de 15 años que había intentado suicidarse tras enterarse de la infidelidad de su novia. Cuando decidió perdonarla, los amigos del chico se volvieron contra él en “un chat de texto grupal en línea donde decían que era un idiota”.

Por ese entonces, Manotas atendía a una chica de 15 años con predisposición a la ansiedad y la depresión que había desarrollado un trastorno de tics, gritando ruidos en público y girando el cuello de forma obsesiva. La niña, según supo Manotas, se había identificado estrechamente con los “influencers de Tik Tok”, cuyos trastornos de tics parecía adoptar a la perfección. “Era el tic del cuello exacto que presentaba esta niña”, dijo Manotas. “Me quedé con la boca abierta”.

Manotas observó que los tics de la niña se expresaban en algunas circunstancias pero no en otras, y finalmente concluyó que había sido influenciada por el contagio social. (La niña buscó posteriormente atención en un entorno de hospitalización, y Manotas no supo cómo se resolvió su condición).

“Es como este sentido de pertenencia y comunidad que realmente no existe, pero que ellos creen que sí”, dijo Manotas. “Muchos niños y adolescentes recurren a estas comunidades online como una forma de encontrar la pertenencia y definir quiénes son”.

Desde 1900, la edad promedio de inicio de la pubertad para las niñas se ha reducido de 14 a 12 años, un cambio que los expertos en salud atribuyen en parte a las mejoras en la nutrición. (La pubertad ocurre aproximadamente un año más tarde para los niños que para las niñas y su inicio también ha disminuido). En la pubertad, el cerebro está inundado de hormonas y otros neuroquímicos que, entre otras cosas, hacen que un adolescente joven sea más sensible a los cambios en las señales sociales, según la investigación de imágenes cerebrales realizada por Andrew Meltzoff, codirector del Instituto de Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington.

Sin embargo, las regiones del cerebro responsables de la autorregulación no se desarrollan más rápido ni antes. La madurez psicosocial, la capacidad de una persona para ejercer el autocontrol en situaciones emocionales, no ocurre por completo hasta los 20 años, según un artículo de 2019 publicado por la Asociación Estadounidense de Psicología que se basó en una investigación en la que participaron 5000 adolescentes de once países.

Ahora, la combinación de la pubertad temprana y la sobrecarga de información presenta “un doble golpe” que puede conducir a “ansiedad y depresión cuando las personas sienten una falta de control”, señaló Meltzoff.

Los investigadores han estudiado el problema en torno a un conjunto particular de preguntas: ¿las redes sociales son culpables del aumento de la angustia emocional de los adolescentes? ¿Es un problema asociado con el consumo de un tipo de información?

Los resultados de numerosos estudios son contradictorios, algunos encuentran que el uso intensivo de las redes sociales está asociado con síntomas depresivos y otros encuentran poca o ninguna conexión.

Un estudio de 2018 sobre adolescentes lesbianas, gays y bisexuales descubrió que las redes sociales eran un arma de doble filo, ya que abrían nuevas redes de apoyo pero también exponían a los adolescentes a la animosidad. “Hay literalmente miles de mensajes de odio en un instante”, dijo Gary Harper, profesor de salud conductual en la Universidad de Michigan.

Al mismo tiempo, afirma que las redes sociales también proporcionan validación y comunidad: “Es bueno tener una variedad de formas de ser, que afirme las diversas identidades”. Y añadió: “Pero tu cerebro necesita desarrollarse lo suficiente para ordenar toda esa información”.

Un estudio realizado en 2019 en los Países Bajos llegó a una conclusión igualmente equívoca. Durante tres semanas, los investigadores pidieron a 353 adolescentes que informaran seis veces al día con qué frecuencia habían navegado por Instagram y Snapchat en la última hora y que anotaran cómo se habían sentido en ese tiempo y en el momento de reportarlo. El 20 por ciento de los adolescentes que utilizaron sus teléfonos para acceder a las redes sociales dijeron que se sentían peor, pero el 17 por ciento informó de que su estado de ánimo había mejorado.

La conclusión más confiable, según los investigadores, es que algunos adolescentes son más vulnerables que otros.

“Los niños pueden reaccionar de forma muy diferente”, afirma Patti Valkenburg, fundadora y directora del Centro de Investigación sobre Niños, Adolescentes y Medios de Comunicación de la Universidad de Ámsterdam, y coautora del estudio holandés. Por ejemplo, cuando se encuentran con personas en línea que parecen tener éxito, “algunos pueden sentir envidia y otros pueden sentirse inspirados”, dijo Valkenburg.

En ausencia de respuestas claras, algunos investigadores han comenzado a reformular la pregunta central: no cuánto tiempo de pantalla es demasiado, sino qué actividades que se sabe que son saludables podrían estar desplazando el tiempo de pantalla.

Estas actividades incluyen el sueño, el tiempo que se pasa con la familia y los amigos, así como el tiempo que se pasa al aire libre y haciendo ejercicio. El sueño es muy relevante. En 2020, un estudio de varios años en el que participaron casi 4800 adolescentes reveló una estrecha relación entre la falta de sueño y los problemas de salud mental. Los participantes con un diagnóstico de depresión durmieron menos de siete horas y media por noche, en comparación con las ocho a diez horas recomendadas por la Fundación Nacional del Sueño para personas de 14 a 17 años.

Dormir mal es una “bifurcación en el camino, donde la salud mental de un adolescente puede deteriorarse si no se trata”, comentó Michael Gradisar, psicólogo clínico infantil de la Universidad de Flinders en Australia, mediante un comunicado de prensa que acompaña al estudio.

La falta de sueño dificulta aún más que el cerebro regule y procese los desafíos emocionales, según lo han revelado varios estudios. Muchos expertos recomiendan que los padres hagan cumplir una política de no usar dispositivos durante una hora antes de acostarse y que redirijan a los jóvenes a actividades al aire libre en persona durante el día.

Kara Bagot, psiquiatra de niños y adolescentes de la Escuela de Medicina Icahn del Monte Sinaí, señaló que numerosas investigaciones muestran los beneficios del descanso, el ejercicio y el juego imaginativo y en persona, mientras que el impacto del tiempo de pantalla intenso es incierto. “No sabemos qué puede pasar, y la infancia es un periodo de desarrollo tan importante para el desarrollo del cerebro, para el desarrollo social”, dijo Bagot.

Esa incertidumbre, añadió, en parte se debe al “enorme desajuste” entre los miles de millones de dólares que gastan las empresas tecnológicas para atraer a los usuarios y la modesta financiación de la que disponen investigadores como ella para estudiar el impacto. “La situación no hará más que empeorar”, afirma. “La tecnología sigue siendo mejor y más avanzada con el tiempo, y más atractiva”.

Los principales esfuerzos de investigación, como el estudio sobre el Desarrollo Cognitivo del Cerebro de los Adolescentes, financiado por el gobierno federal, están todavía en sus primeras fases. El estudio monitorea a 12.000 jóvenes en Estados Unidos e incluye cuestionarios, estudios de comportamiento y neuroimagen expansiva para entender el desarrollo y la función del cerebro. La investigación comenzó en 2015 con un énfasis en el abuso de sustancias, pero ha crecido para tratar de entender el impacto del tiempo de pantalla.

Gordon, director del Instituto Nacional de Salud Mental, dijo que el gobierno quería más investigación, pero no estaba recibiendo suficientes solicitudes de financiamiento de los científicos.

“No hay suficiente atención psiquiátrica, ni suficientes trabajadores sociales para tratar a los niños”, dijo. “Aún peor que eso es la escasez de investigadores en salud mental infantil. Es un verdadero problema”.

Hace dos décadas, las campañas de servicio público alentaron a los adolescentes a “simplemente decir no” a las drogas, practicar sexo seguro y elegir a un conductor designado. Los expertos en salud de la actualidad tienen más dificultades para ofrecer a los adolescentes como C pautas rápidas y confiables con el fin de manejar el tiempo frente a las pantallas y las redes sociales, explicó Hoagwood, exdirector asociado del NIMH. “No podemos simplemente decir que no debió pasar tanto tiempo en las redes sociales y que si no lo hubiera hecho se encontraría bien”, explica.

En julio, C subió a un escenario musical en Denver, con anillos en cada fosa nasal y maquillaje oscuro dibujado por expertos para parecerse a los ojos de un gato.

“¡Me encanta esa cara!”, escribió un amigo en la página de Facebook de C. “Los mejores ojos en la historia”. C se tomó en serio el comentario.

Tras años de dolor y autodescubrimiento, la relación de C con internet sufrió un cambio radical. Hubo un desorden alimenticio, más cortes, la presión de la escuela, el dolor agonizante de la depresión.

A los 15 años, C ingresó al hospital durante una semana, y a los 18 durante más tiempo, después de que tomó “un montón de pastillas, todo lo que pude encontrar”.

“¿Cómo vas a creer que vas a mejorar cuando estás creciendo con tu cerebro de adulto, pero te siguen tratando como en la infancia?”, dijo C. “Y tienes depresión. Es como, vaya, esto es todo, esto es lo que me espera… genial, no me interesa, quiero morir”.

Durante su segunda hospitalización, C se reunió con un psiquiatra y habló del abuso en línea que recibió años atrás. “Fue la primera vez que admití en voz alta que todo el tiempo que pasé en internet desde los 10 años quizá era contraproducente para mi salud”, dijo.

Durante la pandemia, C adoptó el pronombre “elle”. El cambio reflejó su comprensión de que tiene “poder sobre cómo me percibe la gente y cómo me percibo yo”, dijo. “En lugar de aceptar el papel que me pusieron, he hecho el mío propio”.

Esta primavera, C terminó una licenciatura en Ciencias del Habla y Audición. También es cantante, compone y toca el teclado de un grupo de rock, Lane & the Chain, que cada vez tiene más seguidores. En Denver, C tocaba con una banda llamada Sunfish.

“Ahora que estoy con vida, quiero seguir así y dedicarme a la música”, dijo C. Eso incluye sentir comodidad apareciendo en videos musicales en línea y otras redes sociales: “Tengo más complejidad que una niña en internet que solo sirve para que la vean”.

C añadió: “En mi cuerpo adulto no binario, no me importa que la gente me mire, porque siento que ahora tengo el control”.

Kassie Brackencolaboró con la reportería.

Matt Richtel es un escritor y reportero ganador del Premio Pulitzer radicado en San Francisco. Se unió al Times en 2000 y su trabajo se ha centrado en la ciencia, la tecnología, los negocios y la narración de historias en torno a estos temas. @mrichtel

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