Según me enteré, Brasil se precia del gran número de cirujanos plásticos capacitados que tiene. Ese país reconoce el “derecho a la belleza”, por lo que, en la práctica, subsidia casi medio millón de cirugías al año, según Carmen Alvaro Jarrín, quien escribió The Biopolitics of Beauty: Cosmetic Citizenship and Affective Capital in Brazil. En la década de 1950, un famoso cirujano plástico convenció al presidente de que la fealdad puede causar un terrible sufrimiento psicológico, por lo que su tratamiento debería quedar cubierto. Si bien el cirujano se refería, en principio, a quienes tenían alguna deformidad congénita y a las víctimas de quemaduras, la mayoría de los procedimientos cubiertos en la actualidad son solo estéticos.
Esta filosofía tiene inconvenientes significativos. En un sistema de salud pública corto de recursos, sin duda es posible argumentar que no está bien incurrir en este tipo de gastos. La élite médica termina por patologizar las diferencias cotidianas en el cuerpo y definir el atractivo de manera acotada. Por ejemplo, a alguien que tiene senos pequeños le pueden dar un diagnóstico de “hipotrofia de las glándulas mamarias”. Un último inconveniente, en opinión de Jarrín, es que, en vista de que los cirujanos plásticos adquieren experiencia en hospitales públicos, los pacientes pobres son en realidad conejillos de Indias.
No obstante, con todo y sus inconvenientes, la política de Brasil crea un clima de aceptación en torno a la belleza como una forma de autocuidado, por lo que nadie tiene por qué avergonzarse por querer alcanzar la norma social de apariencia, independientemente de la clase social. Nadie niega que los pequeños cambios que podemos hacerle a nuestra superficie tienen una profunda influencia en nuestra calidad de vida y que la belleza, en general, es un medio para ganar poder.
Cuando regresé a Virginia después del accidente de mi hija, no podía dejar de pensar qué tratamiento habría recibido si todo hubiera ocurrido en Estados Unidos. La cobertura de salud de la mayoría de los países solo se aplica a servicios de reconstrucción, no a servicios estéticos. Brasil es caso aparte, pues ve más continuidad entre ambos tipos de servicios, “lo más probable es que sea para favorecer sus propios objetivos, pero también tiene cierta lógica”, señaló Alexander Edmonds, autor de Pretty Modern: Beauty, Sex, and Plastic Surgery in Brazil.
En el sistema estadounidense, el tipo de tratamiento hospitalario que recibió mi hija es cuestión de privilegio. Si bien es posible que su tratamiento se considere reconstructivo y no cosmético, la oportunidad de consultar a un cirujano plástico podría depender del lugar al que fuera a atenderse. Por ejemplo, es menos probable que los hospitales que visitan los pacientes con Medicaid ofrezcan la opción de un cirujano plástico, y Medicaid no cubre la cirugía cosmética salvo que el procedimiento sea necesario por razones médicas (que no era el caso para mi hija).