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¿En qué consiste la masculinidad estadounidense?

El poeta Robert Bly, en su exitoso libro de 1990, Iron John: A Book About Men, trazó el dolor del hombre moderno desde la Revolución industrial, que separó a los hombres de sus familias y de la naturaleza, hasta la Revolución de la información, que dejó a hombres atados a la oficina y demasiado enervados como para orientar bien a sus hijos. “Muchos de los papeles de los que los hombres han dependido durante cientos de años se han disuelto o han desaparecido”, escribió Bly, quien, una generación después de Schlesinger y una antes de Reeves y Hawley, llegó a la conclusión de que los hombres adultos se sentían avergonzados y los jóvenes, confundidos.

Para Schlesinger, quien llegaría a trabajar como asesor del presidente John F. Kennedy, la respuesta no era reafirmar una actitud machista al estilo John Wayne para contrarrestar el creciente empoderamiento femenino, sino reconstruir un sentido de identidad individual para luchar contra la burocracia asfixiante y la centralización económica del Estados Unidos de la posguerra. En otras palabras, quitarse el traje gris y el ethos del “hombre de la organización” y, en su lugar, desarrollar un sentido de lo irreverente, de lo artístico, de lo moral, de lo político; según Schlesinger, de esta manera los hombres, las personas, pueden oponer resistencia a la uniformidad. En opinión de Bly, parte de la respuesta consistía en recrear los ritos antiguos de iniciación masculina y restablecer la tutoría entre los jóvenes y sus mayores, una relación que instruye a los chicos a canalizar, pero no suprimir, sus instintos.

Es fácil fruncir el ceño al leer a Hawley —un largo sermón sobre la masculinidad se siente un poco como una sobrecompensación cuando viene del tipo que huyó a toda prisa por los pasillos del Capitolio junto con otros senadores después de que saludó con el puño en alto a los alborotadores pro-Trump el 6 de enero—, pero hay muchas cosas que se deben tomar en serio de sus páginas. Pide la subordinación del yo frente a las necesidades de quienes amamos. Defiende la dignidad de todos los trabajos, independientemente de que sean denigrados como un trabajo “sin futuro”. Reconoce la paternidad como un recordatorio diario de nuestros defectos. Además, insta a los hombres jóvenes a asumir una mayor responsabilidad en sus propias vidas (“Abandonar la pornografía es un buen punto de partida”, escribió Hawley) como un paso para vislumbrar esa visión extraviada de la virilidad. Rechazar o burlarse de estas opiniones por el mero hecho de que procedan de Hawley es dejar que los compromisos partidistas arrollen a los intelectuales.

Ahora, si Hawley simplemente hubiera escrito un libro sobre los problemas muy reales que enfrentan los hombres jóvenes en Estados Unidos, agregando sus recomendaciones predilectas sobre cómo vivir una vida más satisfactoria, Manhood: The Masculine Virtues America Needs podría haber sido un esfuerzo interesante. Más aún, si Hawley hubiera ahondado en explicar por qué “no hay mayor amenaza para esta nación que el colapso de la masculinidad estadounidense” y cómo, en ausencia de la restauración de la masculinidad, “ya no seremos una nación autónoma porque no tendremos el carácter para ello”. Estas advertencias merecían una mayor exploración para que no terminaran siendo solo florituras retóricas.

Pero Hawley no hace ninguna de esas cosas. En su lugar, convierte a Manhood: The Masculine Virtues America Needs en un conocido ataque a una izquierda atea, sentenciosa y buscadora de placer que, según afirma, está intentando someter a los hombres y transformarlos en consumidores complacientes, andróginos y dependientes. “Gran parte de la izquierda de hoy parece acoger a los hombres que son pasivos y dóciles, que harán lo que se les diga y se sentarán en sus cubículos, con los ojos fijos en sus pantallas”, escribió Hawley. La “religión progre” de la izquierda pretende suplantar al Dios de la Biblia y exige que “renunciemos a la masculinidad, la feminidad, el cristianismo y otros supuestos marcadores de ‘poder social’ y nos sometamos a la tutela correctiva de la élite liberal”.

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