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Finlandia nos enseña algo: preparémonos para lo peor

El número de muertes reportadas por el terremoto en Turquía y Siria aumenta todos los días. No es solo una tragedia local en la que muere gente de un país muy lejano. Los desastres naturales han golpeado y golpearán en todo el mundo, incluido Estados Unidos. ¿Cuáles son sus repercusiones? ¿Qué lecciones se pueden aprender de ellos?

Tal vez la lección más destacada sea esta: la mala suerte es inevitable y debemos anticiparnos y prepararnos para ella.

Para los estadounidenses, quizá nuestra primera asociación con los terremotos sea el que destruyó a San Francisco en 1906. Se estima que murieron alrededor de 3000 personas, pero ha habido al menos ocho terremotos documentados desde el año 1500 en el mundo con un número total de fallecimientos mayor a 100.000 personas, entre ellos el terremoto de Tokio de 1923 que acabó con la vida de 143.000 personas, superado por uno que dejó un saldo de casi un millón de personas fallecidas en China en 1556.

Las erupciones volcánicas son tan letales como los terremotos. Mucho más letales que la erupción del monte Santa Helena de 1980 por la que murieron 57 estadounidenses fueron la erupción del Vesubio en el año 79, la del Krakatoa en 1883, la de Santorini que quizá haya mermado la civilización minoica de Creta y la erupción de 1902 que en cuestión de minutos acabó con la vida de unas 30.000 personas en la isla caribeña de Martinica.

Nuestro catálogo de desastres naturales continúa con los tsunamis (uno de ellos en 2004, por el que 200.000 personas murieron), inundaciones (que recientemente azotaron gran parte de Bangladés y Pakistán), e incendios y sequías (como es el caso de California y Australia en la actualidad). Entre otros tipos de desastres se encuentran las epidemias (como la peste negra medieval y la gripe de 1918), las hambrunas y las guerras.

Las guerras son desastres que nos infligimos a nosotros mismos. Las políticas de nuestros gobiernos también han desempeñado un papel crucial en la causa de las hambrunas, incluida la gran hambruna irlandesa entre 1845 y 1849 y la hambruna de Ucrania en la década de 1930. Nosotros somos los culpables de esos desastres.

Pero los desastres naturales —terremotos, volcanes, tsunamis, inundaciones, incendios y sequías— parecieran caer en la categoría de “mala suerte”.

Por supuesto, no tenemos el poder para prevenir un terremoto, un tsunami o una erupción volcánica. Pero podemos anticiparnos y prepararnos para ellos. Ese fue un mensaje del gran escritor italiano Nicolás Maquiavelo, quien trazó una distinción crucial entre las palabras italianas “virtu” and “fortuna”. Con “virtu”, Maquiavelo se refirió a lograr el éxito usando nuestras habilidades. Con “fortuna”, se refirió a eventos que estaban fuera del control de uno.

No, decía Maquiavelo, no tenemos que quedarnos como víctimas indefensas de la fortuna o la mala suerte. Los habitantes de una ciudad ubicada a orillas de un río propenso a inundaciones no pueden evitar que la lluvia haga que el río se desborde. Pero pueden prepararse para la esperada mala suerte de una inundación con la construcción de diques en las riberas del río, cuando el nivel del río es bajo. Del mismo modo, podemos protegernos contra incendios previstos mediante el uso de materiales de construcción resistentes al fuego, la remoción de broza inflamable cerca de nuestras casas y el financiamiento de los departamentos de bomberos. Podemos reducir nuestro riesgo por los terremotos mediante la adopción de códigos de construcción a prueba de sismos (aquí en Los Ángeles, siempre propensa a los terremotos, mi universidad, la Universidad de California campus Los Ángeles, reconstruyó hace poco su hospital y centro médico, y mi esposa y yo fortalecimos recientemente nuestra casa, en preparación al inevitable próximo sismo).

Finlandia ofrece un modelo de preparación política para cualquier desastre. Durante la Segunda Guerra Mundial, los finlandeses sufrieron mucho tras haber sido aislados de las importaciones. Los finlandeses respondieron después de la guerra creando una comisión gubernamental que se reúne una vez al mes, imagina todo lo que podría salir mal y cada mes planifica y se prepara para esa situación. (Tengo un amigo finlandés que está en esa comisión). Los finlandeses ahora están preparados para la escasez de productos químicos, de combustible y de suministros médicos, así como para un colapso en la red eléctrica y otras eventualidades.

En una de esas reuniones de la comisión finlandesa, hace varios años, se reconoció la probabilidad de una pandemia por una enfermedad respiratoria. La comisión aconsejó al gobierno comprar y almacenar muchos cubrebocas, que en ese momento eran baratos. El resultado: Finlandia estuvo preparada para la covid, así como para todos esos otros desastres.

Tener un razonamiento similar en nuestra vida personal es útil. En mi trabajo de campo como biólogo en las selvas de Nueva Guinea, casi todo lo que podía salir mal me salió mal en algún momento. Cada vez que he tenido un accidente en Los Ángeles, mi esposa me ha llevado a la sala de urgencias de un hospital. Pero esa opción no existe en las selvas de Nueva Guinea. Tras algunas salvaciones casi milagrosas, al final aprendí a pensar constantemente en lo que podría salir mal, con el objetivo de prepararme para ello. He descubierto que es un hábito útil incluso para mi vida cotidiana en Los Ángeles.

Los psiquiatras utilizan el término “paranoia” para definir un miedo constante y exagerado de que algo salga mal. Muchas personas que no son no finlandeses, y muchos de mis amigos de Los Ángeles, consideran que mi enfoque de vida y el de los finlandeses es un vicio absurdo que está al borde de la paranoia. Considero nuestra perspectiva como una virtud saludable a la que denomino paranoia constructiva. En otras palabras, estar preparados para mucha mala suerte.

Las naciones, y los individuos, deberían practicar la paranoia constructiva. Algunos ya lo hacen. Entre los países, hay otros ejemplos además de Finlandia, como Vietnam, que estuvo preparada para responder de manera instantánea cuando surgió la covid; y Australia, sensibilizada por una larga experiencia con sequías, incendios e inundaciones. Lo más probable es que los gobiernos de esos tres países hayan aprendido de desastres anteriores.

¿Qué sucede con Turquía y Siria? Siria se encuentra en una situación especialmente cruel. Incluso antes de los terremotos, la zona afectada del noroeste de Siria sufría un brote de cólera y una grave escasez de mantas, médicos, electricidad, alimentos, combustible, camas de hospital, refugio y agua. La zona está en rebelión contra el gobierno nacional. Si bien otros países y organizaciones no gubernamentales pueden brindar ayuda a corto plazo, es poco probable que obtengan soluciones a largo plazo hasta que Siria haya recuperado la unidad nacional.

Turquía, en cambio, tiene un gobierno nacional efectivo. El gobierno considera ciudadanos turcos, no rebeldes, a los miles de turcos que han muerto desde la semana pasada. Turquía tiene un historial nutrido de terremotos recientes, de los cuales el actual fue “solo” el peor. El gobierno turco tiene la motivación para aprender de la experiencia. También tiene los medios para practicar medidas de paranoia constructiva, incluidas medidas a largo plazo como hacer cumplir los códigos de construcción para sismos.

Quizá el terremoto logrará motivar no solo a Turquía, sino también a otros países. Lo que aplica para los terremotos también es válido para las pandemias y otras amenazas: hay que anticipar y prepararse. Tras el SRAG (síndrome respiratorio agudo grave) y el MERS (sigla en inglés de síndrome respiratorio de Oriente Medio), el mundo debió haber anticipado más enfermedades nuevas de este tipo. Pero no lo hicimos, y el resultado fueron millones de muertes innecesarias por la COVID-19. ¿Estará el mundo preparado para la inevitable próxima pandemia? ¿Estará Turquía preparada para el inevitable próximo terremoto?

Jared Diamond es autor del libro ganador del Premio Pulitzer Armas, gérmenes y acero.

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