La semana pasada, Arrojo Agudo, en una declaración con otros expertos, le dijo a Uruguay que “debe poner el consumo humano en primer plano, como indican las normas internacionales de derechos humanos”, y jerarquizar la demanda “con una prioridad ética”. El gobierno discrepó de su declaración, y aseguró que los niveles de sustancias químicas no eran tan alarmantes como él afirmaba y que se estaban tomando medidas eficaces. Pero el relator sabe que el problema en todo el mundo es más o menos igual y que racionar el consumo de la población mientras se deja sin control el uso industrial o agrícola supondrá hipotecar, “no solo la cantidad de agua disponible sino la calidad”, como me dijo.
La salud está en riesgo, pero hay otros impactos. El sector agrícola, que es la industria más grande del país, ha tenido pérdidas de cerca del 2 por ciento del PIB de Uruguay. Seis de cada diez de nuestras industrias enfrentaron problemas de producción. Las industrias farmacéutica, alimentaria, química y de la construcción son las más comprometidas en la carrera por el agua.
¿Cómo llegamos a este punto? En las últimas cuatro décadas, el país permitió que las industrias agrícola y minera contaminaran el río Santa Lucía e interrumpieran sus ciclos naturales, dañando el suministro que siguió disminuyendo durante los últimos tres años con poca lluvia. Y a pesar del evidente crecimiento demográfico y económico, nuestro país no invirtió en embalses de agua potable, ni siquiera cuando el problema empezaba a vislumbrarse. Desde marzo de 2020, el gobierno declaró varias emergencias para los productores agropecuarios y otorgó exoneraciones fiscales, entre otras medidas. Pero no fue hasta el 19 de junio de este año que declaró la emergencia para el resto de la población.
“Manejate”, dicen los uruguayos, es decir, hacé lo que puedas. El gobierno intenta construir embalses en ríos afluentes al Santa Lucía y proyecta una millonaria planta para desalinizar el agua del Río de la Plata, pero es poco probable que funcione en los próximos tres años. La empresa pública de agua potable acaba de perforar pozos en la zona central de la ciudad, de allí carga camiones cisterna con agua de un acuífero para distribuirla a los hospitales.
Muchos de mis vecinos también están haciendo sus propios pozos, con la esperanza de encontrar agua subterránea para sus familias. Uno de ellos me mostró los resultados del análisis de calidad del agua. Dan miedo. Su pozo estaba contaminado, entre otras, por una bacteria llamada Pseudomonas aeruginosa, asociada con infecciones sanguíneas, pulmonares y urinarias. Es demasiado tarde para ingeniárnoslas por nuestra propia cuenta.