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Juan Tamariz, el hombre que hizo de España la capital de la magia

En la adultez, Tamariz persiguió su vocación con un enfoque monástico, no solo afinando su técnica, a veces con el acompañamiento de un metrónomo, sino estudiando filosofía e historia del arte para aplicarlas al desarrollo de sus ideas. Su mayor avance no provino de un colega mago sino de un historiador llamado Mircea Eliade, un erudito rumano especializado en temas religiosos que es muy conocido por sus escritos sobre temas esotéricos como la alquimia y el chamanismo. En su libro Mefistófeles y el andrógino, Eliade ofrece una exégesis de una leyenda (probablemente apócrifa): el milagro de la cuerda india. La historia, en sus muchas variaciones, describe a un mago que hace que una cuerda se eleve hacia el cielo hasta que el otro extremo desaparece de la vista. El mago le ordena a un niño que suba por la cuerda; después de que el chico también desaparece de la vista, el mago lanza su cuchillo hacia el cielo y las extremidades del desafortunado asistente caen al suelo. Al final, el niño regresa sin haber sufrido ningún daño. Los estudios posteriores han encontrado escasas evidencias de que el truco se haya realizado alguna vez, pero la preocupación de Eliade era la ubicuidad del rumor que encontró documentado no solo “en la India antigua y moderna” sino también “en China, en las Indias Orientales Holandesas, en Irlanda y en el México antiguo”. Según el experto, al igual que sucede con el antiguo mito de la resurrección, el milagro de la cuerda usaba símbolos para recrear eventos tanto cósmicos como mundanos: el origen y el final del universo, el ciclo de la muerte y el renacimiento.

Tamariz empezó a ver una dimensión simbólica en todos los efectos clásicos de la magia. El caso más obvio es el de la cuerda cortada y restaurada, en la que una cuerda se corta por la mitad y se vuelve a unir mágicamente, representando la parábola de destrucción y resurrección que se repite en el mito. Pero el mismo principio se aplica a un truco aparentemente tan frívolo como el de la bolsa de huevos, en el que un huevo desaparece y reaparece en una bolsa negra. Para Tamariz, difícilmente podría haber una manifestación más literal de la creación de la vida. Incluso fue evidente en una rutina tan abstracta como “la carta ambiciosa”, que se hizo famosa gracias al mago canadiense Dai Vernon, quien engañó a Harry Houdini con una versión de esa ilusión en un encuentro histórico entre ambos magos. Una carta elegida por un espectador se inserta repetidamente en el medio de un mazo, pero se descubre una y otra vez en la parte superior. Para Tamariz, el truco es el viaje del héroe: la carta, que representa al espectador, experimenta la subida al poder, luego una ascensión y una liberación.

La descripción más detallada de Tamariz sobre la experiencia mágica proviene de un ensayo incluido en su libro La vía mágica, el método de las pistas falsas y la vía mágica. El camino está representado en un cuadro de Marga Nicolau, que en ese entonces era la pareja de Tamariz. El espectador viaja en un carruaje tirado por dos caballos, uno alado y otro terrestre. El camino toma varios giros, algunos de los cuales representan soluciones falsas: cualquier idea que se le ocurra al espectador sobre el método detrás del juego. El mago debe evitar que los espectadores se entretengan incluso con las soluciones falsas, en el proceso de alejarlos de lo verdadero, dejando lo imposible como la única explicación lógica. En otras palabras, el mago usa nuestra propia capacidad de observación empírica: nuestra interpretación activa del material de percepción puede lograr que, si nos guían de manera cuidadosa, veamos lo que no está allí.

Localicé a Tamariz a través de su editor en inglés, Stephen Minch, quien me advirtió que podría ser difícil coordinarse con el maestro por la cantidad de proyectos que tiene en marcha. Le escribí por primera vez sugiriendo que podría visitarlo en la primavera siguiente, pero no recibí ninguna respuesta y comencé a pensar que la reunión no llegaría a buen término. Pero en febrero me contestó. “A mediados de marzo es buen momento”, escribió, y no agregó nada más. Incluso después de que establecimos las fechas, tenía dudas de que pudiera localizarlo. Uno de los compromisos actuales de Tamariz, según Minch, era un documental sobre su vida y obra producido por R. Paul Wilson, un mago y cineasta escocés. Le envié un correo electrónico a Wilson y descubrimos que Tamariz había agendado reuniones, con ambos, el mismo día.

A instancias de Ascanio, a mediados del siglo XX muchos magos españoles como Tamariz aprendieron inglés para estudiar la literatura canónica del oficio que entonces surgía en América del Norte y el Reino Unido, a su manera era una suerte de pequeño acto de rebeldía contra el provincianismo del franquismo. Pero hoy, Wilson es uno de los muchos magos de su generación que han aprendido español para estudiar la obra de Tamariz. Descubrió que una camarilla exclusiva de magos de todo el mundo había hecho lo mismo. Y lo que es más importante: terminó siendo mi traductor.

Cuando lo visité, Tamariz vivía en el sexto piso de un edificio sin pretensiones en una de las calles angostas del barrio de Argüelles. Wilson y yo llegamos juntos, tocamos el timbre y nos recibió Tamariz junto con su esposa, Consuelo Lorgia, una maga de Colombia. Entramos en su sala de estar, que estaba llena de libros sobre historia del arte y una gran colección de cintas de VHS, incluidas películas estadounidenses como Atrapado en el Tiempo. Antes del giro del destino que daría inicio a su carrera, Tamariz pasó los últimos años de la década de 1960 estudiando cine en la Escuela Oficial de Cinematografía, donde se inspiró en las vanguardias europeas de Bergman, Fellini y Antonioni. “No quería convertirme en director de cine”, me dijo. “Fui solo para aprender cosas del arte y usarlas en mi magia”. En esos años, la resistencia de los estudiantes a la dictadura de Franco llevó a los ministros del gobierno a restringir severamente la educación universitaria y, días antes de que Tamariz se graduara, la escuela fue cerrada.

Los tiempos estaban cambiando en España. Para 1975, el régimen de Franco había llegado a su fin, no con una revolución, a pesar de los mejores esfuerzos de estudiantes como Tamariz, sino debido a la muerte del dictador por causas naturales. Ese mismo año, Tamariz y su amigo Julio Carabias entraron en las oficinas de Televisión Española con una propuesta: llevar la magia de close up a la televisión. El director de programación se resistió; no le interesaba la magia. Tamariz le mostró un truco: una navaja que cambia de color. Aunque el director quedó impresionado, no logró convencerlo. Entonces, Tamariz hizo algo que nunca había hecho antes y que nunca volvió a hacer. Reunió a todos las personas de la oficina y volvió a hacer la rutina con el director detrás de él, lo que le permitió presenciar el método secreto. La estratagema funcionó y Tamariz pudo hacer su primer programa llamado Tiempo de Magia.

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