DOHA, Catar — El sonido de la maquinaria de construcción hace eco entre los rascacielos del centro. En un campamento en el desierto, los cargadores levantan polvo entre filas de tiendas de campaña de color beige, montadas de manera apresurada. Palmeras recién plantadas, con sus ramas todavía envueltas en papel de estraza, forman una línea en el paseo costero. Y en la orilla del agua, los minutos transcurren en un aparato rojo brillante con la forma de reloj de arena que marca la cuenta regresiva.
A tan solo unas semanas de que comience a rodar el balón en la Copa del Mundo, Catar trabaja arduamente para tener todo listo y ser la sede del torneo que atraerá a millones de ojos y a cientos de miles de espectadores internacionales a esta diminuta península desértica en el golfo Pérsico.
Catar, el país más pequeño que ha sido anfitrión de un Mundial, ha destinado más de 220.000 millones de dólares a los preparativos del evento, en la construcción de kilómetros de autopistas, un sistema de metro, un nuevo aeropuerto, estadios y rascacielos.
Para los cataríes, el gran impulso al mundo del deporte es un esfuerzo para establecer una imagen del país como un actor global y cumplir la visión que tiene el líder de esa nación, el jeque Tamim bin Hamad al Zani, para el desarrollo económico.
No obstante, hasta el momento, esa apuesta ha generado controversia y críticas en gran medida.
Las terribles condiciones laborales de los obreros migrantes en Catar causaron indignación después de que grandes cantidades de trabajadores murieron en sitios de construcción relacionados con la Copa del Mundo. Aunque los organismos internacionales se han expresado de manera positiva por la implementación de grandes reformas laborales, los empresarios cataríes se quejaron en privado y han surgido críticas porque las reglas han sido aplicadas de manera desigual. Grupos de defensoría han protestado por el historial de derechos humanos de Catar, incluyendo las leyes que penalizan la homosexualidad y restringen la libertad de expresión.
Además, campañas impulsadas por los rivales de Catar en la región han amplificado un diluvio de artículos críticos en la prensa (lo que aviva las tensiones regionales tras el bloqueo de tres años que Catar ha sufrido por parte de sus vecinos árabes más grandes: Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos).
A medida que se acerca el torneo, los funcionarios cataríes se han puesto cada vez más a la defensiva sobre los informes críticos de grupos de defensoría de derechos y otros.
Hace unos días, en una sesión del Consejo Consultivo del país, el jeque mencionó: “Desde que ganamos el honor de ser sede de la Copa del Mundo, Catar ha enfrentado una campaña sin precedentes como ninguna otra nación anfitriona ha sufrido”. Y agregó que esa labor ha “alcanzado una ferocidad tal que muchos, desafortunadamente, se preguntan cuáles son las razones y los motivos verdaderos detrás de esta”.
Todo el tiempo, los funcionarios cataríes han tenido la esperanza, en privado, de que la década de escrutinio sería eclipsada por el espectáculo de un torneo exitoso, fantástico y extravagante. Incluso han sumado a los aficionados en esa labor, al ofrecerles viajes gratuitos a la Copa del Mundo con el entendimiento de que promoverán mensajes positivos sobre Catar mientras estén en el país.
Ahora, a pocos días de este momento tan esperado, han intentado concretar el mensaje de que Catar está más que listo para tomar su lugar en el escenario mundial.
Si nos referimos a las extravagancias, Catar ya ha cumplido con sus promesas de muchas maneras.
El país construyó ocho nuevos estadios con campos de fútbol cubiertos de césped traído en avión desde Estados Unidos, y sistemas de aire acondicionado para exteriores que pueden bajar la temperatura hasta más de 11 grados Celsius. El mes pasado, funcionarios cataríes anunciaron que se añadían 30.000 habitaciones para cubrir el aumento repentino en la demanda de alojamiento, incluyendo algunas en cruceros y barcos de madera tradicionales conocidos como “dhows”.
Han anunciado entretenimiento, incluyendo clubes de playa, carnavales, espectáculos de luces futuristas y dos festivales de música que durarán todo el mes. Uno involucra a varios DJ que se presentarán en una araña mecánica de 15 metros de altura que arroja fuego, la cual les prestó el Festival Glastonbury en Inglaterra y recuerda a un tanque alienígena futurista del videojuego Halo.
En el pasado no tan distante, esta extravagancia habría sido casi inimaginable en Catar, una franja deshidratada por el sol en un país que durante gran parte del siglo XX fue poco más que un remanso árido para pescadores de perlas y piratas. Sin embargo, conforme las fortunas del país se transformaron con el auge del gas natural en la década de los noventa, también lo hizo el paisaje de Doha a medida que brotaron rascacielos, centros comerciales extensos y una isla artificial en forma de perla cerca de su costa. Ganar el honor de organizar la Copa del Mundo aceleró ese desarrollo a un paso impresionante.
“¿De qué se trata este torneo para nosotros? ¿Qué nos ayuda a lograr?”, dijo en una entrevista Hassan Al Thawadi, secretario general de la organización de la Copa del Mundo de Catar, el Comité Supremo para Proyectos y Herencia. “Estamos usando este torneo como un vehículo para el cambio”.
No obstante, muchos aficionados, equipos y espectadores internacionales se mantienen escépticos respecto a qué tan bien se desempeñará esa infraestructura recién creada durante el torneo. Un estimado de 1,5 millones de visitantes internacionales —alrededor del equivalente a la mitad de la población de Catar— llegarán al país durante el torneo de un mes, el cual habitualmente es organizado en varias ciudades y de gran tamaño. Catar tiene más o menos el tamaño de Connecticut.
Algunos aficionados se hospedarán en alojamiento básico, como contenedores para envíos que fueron renovados y tiendas de glampin, construidas apenas unas semanas antes de que lleguen. Escoltas de vehículos para los equipos y las personas importantes, así como autos particulares y miles de autobuses gratuitos para transportar a los espectadores inundarán los caminos, lo que traerá el fantasma del tráfico lento. El nuevo aeropuerto internacional de la ciudad no podrá manejar las multitudes por su cuenta, así que su predecesor está funcionando de nuevo.
Trabajadoras del hogar en un lujoso hotel en West Bay, uno de los barrios para personas adineradas de Doha, tendrán la labor de limpiar 80 habitaciones al día, dicen que lo normal son 20. Cuando se le preguntó a un agente de estación en una parada en el barrio si creía que el nuevo metro podría lidiar con miles de aficionados ebrios, el hombre sonrió, sacudió su cabeza y murmuró entre espasmos exagerados de tos: “De ninguna manera”.
El agente aclaró entre risas: “¡Es solo tos! ¡Nada más!”. Y afirmó que no estaba autorizado para hablar con la prensa.
Tan solo por el tamaño del torneo es evidente que habrá desafíos logísticos inesperados. Sin embargo, algunos cuestionan si Catar está preparado incluso para lo inevitable, después de que espectadores que asistieron a un partido en un estadio mundialista en septiembre se quejaron de que los puestos se quedaron sin agua para el medio tiempo y de que había filas enormes afuera del metro conforme las personas salían del estadio.
Funcionarios cataríes y directivos de la FIFA, el órgano rector del fútbol mundial, han calificado esos temas como problemas comunes y han asegurado que a pesar de las grúas, los andamios y el ruido de la maquinaria de construcción todavía esparcida por la ciudad, la infraestructura principal necesaria para el torneo ya está completa. Sin embargo, incluso ellos admiten que con los contratiempos y retrasos causados por la pandemia de COVID-19, el país no ha podido probar por completo cuán preparado está.
“Esa prueba total en la que pones todo bajo una tensión completa, para mi satisfacción, no se ha llevado a cabo”, dijo Al Thawadi. Sin embargo, concluyó que, en eventos de prueba, “a medida que los problemas comenzaron a surgir, pude ver que los equipos tenían la capacidad de resolverlos con rapidez y reaccionar con gran velocidad”.
Los grupos de derechos humanos también han expresado su preocupación sobre cómo la policía de Catar manejará las violaciones por parte de extranjeros de las leyes locales en un país que ha criminalizado la homosexualidad y las relaciones sexuales fuera del matrimonio, y donde las víctimas de agresión sexual pueden enfrentar cargos si denuncian un incidente.
Extraoficialmente, las autoridades de Catar dicen que el país ha comenzado a capacitar a los agentes de policía para responder a los casos de agresión sexual, cuyo riesgo aumenta en cualquier evento deportivo importante, y que la policía no interferirá con los activistas LGBTQ que ondeen banderas del arco iris o que organicen pequeñas protestas, a menos que alguna persona esté en riesgo de sufrir daño físico.
Pero muchos fanáticos dicen que las autoridades no han hecho lo suficiente.
“Ha habido muy poco compromiso concreto” sobre estos temas, dijo Ronan Evain, director ejecutivo de Football Supporters Europe, una organización de grupos de aficionados.
Los funcionarios cataríes también están bajo presión desde adentro. Muchos cataríes son más conservadores que los principales líderes de su país. Mirando a la vecina Dubái, la llamada Las Vegas del Golfo, algunos cataríes se han enfadado con el gran plan de desarrollo económico del emir, que temen que corra el riesgo de borrar el patrimonio cultural de Catar.
Una noche reciente en Souq Waqif, el célebre mercado tradicional de la ciudad, multitudes de lugareños y turistas se abrieron paso por los sinuosos callejones bordeados de tiendas que vendían artículos para el hogar, joyería artesanal, ropa y especias como el azafrán y el cardamomo. El zoco se fundó hace más de un siglo pero, como sucede con tantas otras cosas en Doha, el edificio actual es nuevo. La mayor parte del mercado se destruyó en un incendio en 2003 y luego fue reconstruido para imitar la apariencia del antiguo zoco.
Abdullah Abdulkadir, de 38 años, se sentó con algunos amigos en los bancos de madera de una pequeña tienda ubicada en un callejón estrecho, y el olor a tabaco llenaba la habitación. Algunos de los otros hombres habían comprado boletos para uno o dos partidos de la Copa del Mundo, y sonreían al imaginarse ver a estrellas del fútbol como Lionel Messi y disfrutar de su ciudad convertida en un carnaval. Un hombre dijo que había comprado una moto para sortear cualquier embotellamiento y no perderse su juego.
Pero Abdulkadir no sentía su entusiasmo. Se quejó del tráfico y de las multitudes que inundaban la ciudad, que de otro modo estaría adormecida. Pero, más que nada, el evento encarna sus quejas sobre los rápidos cambios en Catar.
De niño, dijo, vivía a un kilómetro y medio del zoco. Cuando el barrio fue ocupado por nuevos desarrollos, su familia se mudó a un apartamento en Al Wakrah, un enclave costero al sur de la ciudad. Su nuevo apartamento era grande, desde el auge del gas los ciudadanos cataríes han disfrutado de algunos de los ingresos promedio más altos del mundo, tierras gratis y trabajos cómodos. Pero extrañaba el sentido de comunidad en su antiguo vecindario. Dijo que ahora su barrio es casi irreconocible.
“Catar es como otro país”, dijo, tomando una bocanada corta de la pipa de madera de su narguile.
A unas cuadras de distancia, un enjambre de hinchas del equipo de fútbol masculino de Túnez atravesaba la calle principal gritando cánticos del club, con sus camisetas rojas brillantes destacando contra las paredes beige del zoco. El momento decisivo para Catar ya había comenzado.
Christina Goldbaum es corresponsal en la oficina de Kabul, Afganistán. @cegoldbaum