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La crisis ambiental en las playas de Odesa

El verano pasado, las playas que rodean la ciudad portuaria de Odesa, al sur de Ucrania, estaban atiborradas de voluntarios que ponían sacos de arena debajo de los bancos en los que los soldados estaban ubicados en nidos de ametralladoras, mientras crecía la amenaza de un ataque anfibio ruso.

Se suponía que este verano iba a ser distinto. En los primeros días de junio, el sol calentaba, el mar Negro era de un azul resplandeciente y muchos ucranianos ya estaban llenando las playas a pesar de la prohibición oficial de meterse al agua.

Entonces, se rompió la presa de Kajovka.

Se liberó un torrente de agua por el río Dniéper que arrasó con ciudades y pueblos por todo el sur de Ucrania. Miles de casas y negocios quedaron inundados, inmensas extensiones de tierras fértiles de cultivo fueron devastadas y es probable que pasen años antes de que pueda medirse el costo total en lo ambiental y económico.

Las inundaciones también arrastraron montañas de escombros hasta el mar Negro: escombros, árboles, electrodomésticos, barcos, cadáveres de ganado e incluso instrumentos de guerra, como las minas terrestres que las fuerzas rusas y ucranianas habían plantado cerca del río. Ahora, las mareas están arrastrando gran parte de esos restos a la orilla, junto con una mezcla de productos químicos tóxicos, que están ensuciando las famosas playas de Odesa y otras comunidades costeras.

“El mar se está convirtiendo en un vertedero de basura y un cementerio de animales”, advirtió la semana pasada la agencia ucraniana de vigilancia fronteriza. “Las consecuencias del ecocidio son terribles”.

La agencia señaló que hay una “plaga de peces muertos” mezclados entre las casas y los muebles, las minas y las municiones que llegan a la orilla. El sábado, el ayuntamiento de Odesa prohibió nadar en todas las playas de la ciudad, pues lo considera “peligroso para la salud de los ciudadanos”.

Antes de que se rompiera la presa el 6 de junio, las autoridades de la ciudad se habían abocado a la instalación de redes protectoras en el agua para atrapar las minas marinas a la deriva, como las redes que protegen de los tiburones a los bañistas en otras partes del mundo. Sin embargo, no hay ningún sistema que pueda contener el aluvión de residuos que están llegando a las costas, según las autoridades militares y de emergencias.

En los últimos días, algunas minas que se llevó el Dniéper llegaron a las costas de Odesa, a más de 160 kilómetros de distancia, según la oficina local del Servicio Estatal de Emergencias. Un residente encontró una de ellas, pensó que era un tanque de gas de cocina y la recogió. Por alguna razón, no explotó.

“Se la llevó a casa, pero por suerte ganó el sentido común y llamó a los desminadores”, declaró la agencia.

La destrucción de la presa podría implicar que los habitantes no visiten el mar durante otro verano, un golpe amargo para una ciudad que ya sufre ataques periódicos de misiles rusos y por la pérdida de su puerto, donde había tan solo unos pocos barcos, casi todos de grano, que no podían zarpar debido al bloqueo ruso.

Igor Oks, director creativo de un nuevo centro cultural internacional en Odesa, comentó que la ciudad sin su puerto era como un cuerpo sin sus extremidades. Señaló que perder la capacidad de disfrutar el mar es como extirparse el corazón.

Recordó la escena de hace un año, entre temores de un desembarco ruso, cuando las playas estaban preparadas para la batalla, marcadas por trincheras y vigas de acero soldadas en trampas para tanques.

“Por todas partes había sacos de arena, y había voluntarios que venían a la playa todos los días a llenar estos sacos”, dijo. “Recuerdo ir a la playa y ver cómo el nivel de arena bajaba como un metro o metro y medio”.

Las autoridades de la ciudad calcularon que se sacaron 700 toneladas de arena de las playas cuando la alarma estaba en su punto más alto durante los primeros meses de la guerra.

En ese momento, Odesa seguía bajo amenaza rusa por tierra, aire y mar. Ahora, las fuerzas terrestres del Kremlin han retrocedido y sus buques de guerra mantienen una distancia cautelosa, pues las defensas costeras reforzadas de Ucrania las han puesto en riesgo.

No obstante, la destrucción de la presa ha desencadenado nuevos peligros que amenazan con detener el renacimiento de la vida y el comercio en una ciudad que durante mucho tiempo ha sido uno de los escapes favoritos de gente de toda Ucrania.

Como el deseo del presidente Vladimir Putin por apoderarse de la ciudad parecía inalcanzable, los odesanos estaban intentando recuperar parte del atractivo veraniego que ayudó a la ciudad a ganarse la reputación de “la Perla del mar Negro”.

En la década de 1790, Rusia conquistó Odesa, otrora puesto menor de avanzada del Imperio otomano. La emperatriz Catalina la Grande la refundó y rebautizó, y se convirtió en un puerto y centro turístico acaudalado, conocido por sus playas y su elegante arquitectura.

A inicios de junio, las bailarinas de una escuela de danza estaban tomando una clase en una rambla en las primeras horas del día, un cine al aire libre estaba preparado para un festival de cine de verano por la noche y la música brotaba de las cafeterías durante todo el día.

La famosa Escalera Potemkin —192 escalones que llevan de la ciudad al puerto— está cerrada porque el puerto sigue siendo blanco de ataques rusos, pero la mayoría de los puestos de control alrededor de la ciudad han desaparecido. Los restaurantes y bares están abarrotados y, antes de que la presa se rompiera, los trabajadores estaban ocupados limpiando la arena de las playas, no excavándola.

Ahora, tienen que mantenerle el paso a una inundación que a menudo acarrea restos peligrosos.

Mykola Kaskov, de 47 años y jefe de la unidad de rescate submarino del Servicio Estatal de Emergencias en la región de Odesa, afirmó que, incluso antes de la rotura de la presa, las minas marinas que se habían soltado de sus amarres representaban un riesgo persistente. No obstante, su misión sigue siendo la misma.

“Lo principal es mantener a la gente con vida”, comentó.

El verano pasado se prohibió nadar, pero aun así las minas mataron a varias personas en las playas. Un hombre de 50 años que entró al agua para buscar caracoles marinos, una exquisitez de Odesa, voló por los aires el pasado mes de junio mientras su familia observaba desde la orilla.

Un mes después, un joven fue a nadar y “le explotó una mina el día de su cumpleaños”, declaró Serhii Bratchuk, vocero de la Administración Militar de Odesa.

Ese peligro ahora es mucho mayor, advirtió el comando militar ucraniano del sur.

Yevhen Koretskyi, de 24 años y especialista en desminado del Servicio Estatal de Emergencias de la región de Odesa, ha estado entrenándose con un nuevo dron submarino diseñado para buscar explosivos. Recibieron el nuevo equipo tan solo unos días antes de la rotura de la presa, pero ya lo están utilizando.

Al hacer una demostración del equipo en un puerto deportivo vacío ubicado a las afueras de la ciudad, afirmó que él y sus colegas pronto iban a emplear esos dispositivos para ayudar a proteger a los bañistas en el mar, así como en los ríos y lagos que se acaban de inundar.

Viktor Butenko, un buceador de rescate de 41 años, estaba cerca probando otro dispositivo que se tendría que utilizar si llegaban demasiado tarde.

“Este dron catamarán es para buscar cuerpos”, afirmó.

Antes de la destrucción de la presa, muchos lugareños decían estar dispuestos a volver a sumergirse en el agua, a pesar de los peligros, aunque algunos con más cautela que otros.

Olena, de 40 años, que estaba en la playa con su hijo de 7 a principios de junio, dijo que se acercaba al mar “poco a poco”.

“Primero llegué al paseo marítimo”, dijo, refiriéndose al camino pavimentado más allá de la arena. “Luego a la playa, y finalmente probé el mar”.

“Todavía no me he bañado, es demasiado frío para mí, pero mi hijo se mete en el agua”, añadió. “Por supuesto, tenemos miedo de las minas, pero es el momento de las vacaciones de verano y sería demasiado triste sin el mar”.

Ahora hay más minas, y también otras amenazas. El mar, según las autoridades, vuelve a ser demasiado peligroso para entrar y parece que otro verano playero podría perderse por culpa de la guerra.

Anna Lukinova y Evelina Riabenko colaboraron con este reportaje.

Marc Santora ha estado reportando desde Ucrania desde el comienzo de la guerra con Rusia. Antes trabajó en Londres como editor de noticias internacionales enfocado en eventos noticiosos de último momento y antes fue jefe de la corresponsalía de Europa Central y del Este, con sede en Varsovia. También ha reportado ampliamente desde Irak y África. @MarcSantoraNYT.


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