Sin embargo, aunque el negacionismo electoral como mensaje ganador se llevó un varapalo esta semana, ninguna de las cosas que siguen carcomiendo los cimientos de la democracia estadounidense —e impidiéndonos sacar adelante las cosas importantes y difíciles— ha desaparecido.
Hablo de cómo nuestro sistema de elecciones primarias, la manipulación de circunscripciones electorales llamada gerrymandering y las redes sociales han confluido para envenenar continuamente nuestro diálogo nacional, polarizar continuamente nuestra sociedad en tribus políticas y erosionar continuamente los dos pilares gemelos de nuestra democracia: la verdad y la confianza.
Sin ser capaces de ponernos de acuerdo en qué es verdad, no sabemos por dónde ir. Y, sin ser capaces de confiar unos en otros, no podemos dirigirnos allí juntos. Y todas las cosas grandes y difíciles necesitan que las hagamos juntos.
Así que nuestros enemigos harían bien en no darnos por muertos, pero mejor haríamos nosotros en no extraer la conclusión de que, como hemos evitado lo peor, hemos asegurado lo mejor de cara al futuro.
No todo va bien.
Salimos tan divididos de estas elecciones como entramos en ellas. Pero, en la medida en que el “tsunami rojo” no se manifestó —en especial en los estados pendulares, como Pensilvania, donde John Fetterman obtuvo un escaño en el Senado frente al Dr. Oz, el candidato respaldado por Trump; y en distritos pendulares como uno en el centro de Virginia, donde fue reelegida la representante demócrata, Abigail Spanberger, con la consiguiente derrota de otro candidato avalado por Trump—, fue porque un número suficiente de republicanos y demócratas independientes y moderados acudieron a las urnas para dar la ventaja a Fetterman y Spanberger.
“Sigue habiendo un grupo visible de votantes centristas que, cuando se les da una opción válida —no en todas partes, y no siempre, sino en algunos distritos clave—, se hacen valer”, me dijo Don Baer, director de comunicación de la Casa Blanca de Clinton. “Creo que sigue habiendo muchos votantes que dicen: ‘Queremos un centro viable, donde podamos averiguar cómo hacer cosas que de verdad puedan ayudar a las personas, aunque no sea de forma perfecta, o todas a la vez. No queremos que todas las elecciones tengan que ser existenciales’”.
El reto, añadió Baer, es: “¿Cómo llevar a escala ese sentir, y lograr que funcione en Washington con regularidad?”.