El debate de los desechos tóxicos, el príncipe Enrique al estrado y más para estar al día.
Hablar de los peligros nucleares en tiempos de inteligencia artificial puede parecer anticuado. Pero también en el siglo XXI hay preocupaciones de este tipo.
En Estados Unidos se produjeron decenas de miles de bombas nucleares durante la Guerra Fría: alrededor de cuatro al día desde 1950 hasta 1990.
Tres décadas después del fin del conflicto, estas operaciones siguen teniendo repercusiones y causando dolores de cabeza: hay millones de galones de plutonio, mercurio y otros desechos muy tóxicos por todo el país.
Este reportaje de Ralph Vartabedian, desde el estado de Washington, presenta un escenario escalofriante: los planes de limpieza y manejo de residuos han fallado (con filtraciones en ríos, por ejemplo) mientras que otros se han descartado. Se trata de operaciones arriesgadas y muy costosas que un funcionario especializado en medioambiente equiparó con construir un ascensor a la Luna.
Ahora el debate sobre cómo lidiar con los residuos radiactivos que serán tóxicos durante miles de años está en un punto de inflexión, pues las autoridades tienen que decidir entre una solución minuciosa y costosa o una menos perfecta y más rápida.
La guerra de Rusia en Ucrania también ha avivado los temores nucleares.
Ya hemos reportado sobre la toma de la planta ucraniana de Zaporiyia, la mayor central nuclear de Europa, que hace meses está bajo control ruso y operando en situación muy precaria.
Además, el año pasado las autoridades rusas aseguraron, sin aportar pruebas, que Ucrania planeaba activar una bomba sucia para propagar material radiactivo. Washington advirtió que esos anuncios podrían ser un pretexto para intensificar la guerra, algo que no ha sucedido.
Y es que en los 16 meses de guerra, “y a pesar de la propaganda nuclear rusa y los temores occidentales, no se han utilizado armas nucleares”, escribió el historiador Timothy Snyder en un ensayo de Opinión.
Snyder explica que Rusia alude a su arsenal nuclear en su discurso bélico porque eso la hace sentir poderosa y considera “que los demás deben ceder automáticamente ante la primera mención de sus armas”. Sin embargo, esta estrategia no ha funcionado del todo, pues Ucrania se ha mostrado desafiante.
Según el historiador, “si Rusia detonara un arma, perdería su estatus de superpotencia” y, además, hacerlo “supondría admitir que su ejército ha sido derrotado, lo que es un enorme desprestigio”. Tranquiliza un poco esta lectura, aunque, por supuesto, como bien recalca Snyder, “la historia militar está llena de sorpresas”.
Una sorpresa algo más positiva ha sido la reciente apertura de plantas eólicas en Ucrania como un modo de proteger su soberanía energética. Y es que, además de generar energía limpia, los campos de molinos de viento son menos propensos a sufrir ataques devastadores por parte de las fuerzas rusas.
“La construcción de esta planta”, dijo el Vitaliy Kim, el gobernador de la región donde se ubican los molinos, “es como una señal de que se puede construir durante la guerra”.
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En el campus de Austin de la Universidad de Texas, un grupo metodista fundado en 1923 ofrece un espacio de reunión y actividades de apoyo para los estudiantes. El centro de culto de la Texas Wesley Foundation opera con los principios de amor inclusivo, exploración de la fe y amistad real y, además de las actividades espirituales, ofrece comidas, sesiones de estudio y espacios para refugiarse de la caótica vida universitaria.
“Austin puede ser un lugar de aceptación para muchas comunidades diferentes, pero desafortunadamente la iglesia históricamente no ha sido así para todos”, dijo Brandon Devaney, de 22 años. “Así que parece que tenemos que trabajar el doble para demostrarle a la gente que no vamos a ser opresores”.
Lee aquí el reportaje completo, que forma parte de la serie “Aquí estamos”, una columna visual sobre jóvenes que aborda cómo llegan a la madurez y los espacios donde crean comunidad.
—Patricia Nieto y Sabrina Duque producen y editan este boletín.