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La imagen de donjuán de Donald Trump lo persigue tras la acusación

Aún no se dan a conocer los pormenores de la acusación formal en contra del expresidente Donald Trump, pero los detalles sobresalientes están hechos a la medida de los titulares y las barras de noticias:

Sexo. Estrella porno. Sexo. Dinero para acallar. Sexo.

Trump mantiene su inocencia, como acostumbra, y se describe como la víctima honrada de “delincuentes y monstruos de la izquierda radical”. Pero la naturaleza salaz de la acusación resucita al Trump que existía mucho antes de que se convirtiera en el presidente número 45 de Estados Unidos: antes de su omnipresente lema de “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo” (MAGA, por su sigla en inglés), antes de sus afirmaciones de ser más grande que George Washington o Abraham Lincoln, antes de los dos juicios políticos y de un ataque al Capitolio.

Nos referimos al Trump al que le gustaba presentarse a sí mismo como un donjuán, muy seguro de que su riqueza y su aspecto lo convertían en alguien con un atractivo irresistible para las mujeres. Un hombre capaz de hablar de tríos con un locutor de radio, pasearse con descaro por un camerino lleno de participantes de concursos de belleza y calificar a las mujeres en una escala del 1 al 10 en función de su aspecto físico.

Es una parte de la personalidad de Trump que ha vuelto para atormentarlo en repetidas ocasiones, la más reciente el jueves, cuando un gran jurado de Manhattan lo marcó para siempre como el primer expresidente estadounidense acusado formalmente de un delito.

Lo poco que se sabe del caso es bastante escandaloso. Gira en torno a los 130.000 dólares que el abogado personal de Trump, Michael Cohen, pagó a la actriz de cine para adultos Stormy Daniels por su silencio sobre un supuesto encuentro sexual con Trump en 2006, mucho antes de su presidencia y mientras su tercera esposa se quedaba en casa con su hijo de brazos.

Trump, que recientemente inició su campaña para las elecciones presidenciales de 2024, dista de ser el primer presidente de Estados Unidos al que se vincula con indecencias sexuales. Bill Clinton mantuvo relaciones sexuales con una becaria con la que dijo que no había tenido relaciones sexuales… en el Despacho Oval. John F. Kennedy sostuvo muchas aventuras, incluida una con una mujer que también mantenía relaciones íntimas con un jefe de la mafia de Chicago. Warren G. Harding tuvo un hijo con una amante que afirmó haber mantenido relaciones sexuales en un guardarropa de la Casa Blanca. Y hay más.

Pero el largo historial público de enredos, fanfarronadas y comentarios groseros de Trump lo distingue en el olimpo presidencial.

De joven, en la década de 1960, Trump frecuentaba los clubes de Manhattan e informaba a las columnas de chismes sobre sus aventuras, todo ello en consonancia con su esfuerzo por despojarse de la apariencia de no ser más que un niño rico de Queens que trabajaba para la empresa inmobiliaria de su padre.

En 1977, se casó con Ivana Zelnickova, una modelo checa, y se concentró en hacerse un nombre en el sector inmobiliario. Pero su relación se fue a pique en 1989, cuando ella descubrió lo que otros ya sabían: que Trump tenía una aventura con una modelo y actriz llamada Marla Maples.

Las riñas que siguieron fueron las delicias de la prensa sensacionalista, con un momento culminante —o muy bajo— en la portada del New York Post de 1990, en la que aparecía un Trump sonriente y un titular que decía: “Marla presume a Donald con sus amigas: ‘EL MEJOR SEXO QUE HE TENIDO”.

Lou Colasuonno, el editor del Post que diagramó aquella portada, recordó haber pensado: “Él nunca nos va a demandar por este encabezado”.

Las circunstancias detrás del titular son motivo de desacuerdo en la mitología periodística. Pero Maples, cuyo matrimonio con Trump terminó en 1999, negó después haber dicho esas palabras y Barbara Res, antigua ejecutiva de la Organización Trump, dijo más tarde que, aunque le preocupaba su impacto en los hijos de Trump, a su padre “le parecía lo máximo”.

La percepción de sus proezas sexuales parecía fundamental para la imagen que Trump cultivaba.

Linda Stasi, novelista y excolumnista tanto del Post como de The Daily News, recordó en un correo electrónico que alguna vez Trump le dejó un mensaje en su contestadora, fingiendo ser otra persona —como muchas veces solía hacer— en el que decía, imitando otra voz, que Trump había ido a comer a tal o cual restaurante y que estaba rodeado de modelos.

“Deberías escribir sobre esto”, recordó que le decía el informante.

“Su acento falso era tan real como su bronceado anaranjado”, escribió Stasi, quien agregó que la primera vez que conoció en persona a Trump, le dijo: “Vaya si eres bonita, ¿no?”.

“Creo que contesté: ‘¿Perdón? ¿Cómo dijo?’”.

Y Colasuonno, el otrora editor jefe tanto del Post como del Daily News, recordó dos comidas privadas con Trump a principios de la década de 1990, cuando el desarrollador inmobiliario intentaba desesperadamente negar los problemas económicos profundos y obvios por los que atravesaba.

“La conversación fue 50 por ciento de ‘nenas’ —usaba ese vocablo arcaico— y la otra mitad fueron mentiras sobre su situación económica”, dijo Colasuonno.

En ocasiones parecía que Trump juzgaba al mundo según algún sistema de ranqueo de atractivo de muchachos universitarios. En 1993, cuando Graydon Carter fungía como editor de Vanity Fair, invitó a Trump a la cena de corresponsales de la Casa Blanca, como invitado de la revista. Carter dijo que sentó al empresario junto a una modelo muy conocida que poco después pidió que la cambiaron de asiento. “Es el ser humano más vulgar que he conocido”, recordó que había dicho ella. “Me pidió que evaluara si las piernas y pechos de otras mujeres son mejores o inferiores a los de su esposa”.

Se reorganizaron los asientos, dijo Carter en una entrevista. “Ella estaba enojada”.

Otra mujer, la periodista E. Jean Carroll, ha dicho que alrededor de esta época —en 1995 o 1996— se encontró con Trump, quien era un conocido de ella, en una tienda departamental de alta gama en Manhattan. Luego de que le pidió ayuda para comprarle un regalo a una mujer, dijo, los dos acabaron en un probador, en donde él la violó.

Carroll reveló sus denuncias en un artículo de la revista New York en 2019. Trump negó los alegatos de esta forma: “Lo diré con mucho respeto: Número 1, ella no es mi tipo. Número 2, nunca pasó. Nunca pasó, ¿OK?”.

Desde entonces, Carroll ha presentado dos demandas civiles contra Trump, por difamación y por agresión y difamación. Se espera que uno de los casos vaya a juicio este mes.

Trump no reservaba sus comentarios groseros a las conversaciones privadas, tal como lo muestran sus muchas apariciones en el programa de radio de Howard Stern. Por ejemplo, al cotorrear con el presentador radial entre 2005 y 2010, el futuro presidente evaluó a las mujeres según su aspecto —Elin Nordegren, entonces esposa de Tiger Woods, era un “9 sólido”— insinuó que alguna vez había tenido un trío con mujeres cuyo peso combinado era de 170 kilos y recordó un beneficio en particular de ser dueño de la franquicia Miss Universo: tener acceso entre bastidores para una supuesta inspección mientras las concursantes se vestían.

“Están ahí paradas sin ropa”, dijo, tal como lo reportó CNN en 2016. “‘¿Están bien todas’? Y ves a estas mujeres increíblemente guapas y como que me salgo con la mía en cosas como esa”.

La documentada inclinación de Trump por el comportamiento misógino no era un secreto para el electorado cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 2016.

Un mes antes de las elecciones de noviembre, The Washington Post publicó un video de 2005 en el que Trump, entonces de 59 años, hablaba sobre mujeres con el presentador de televisión Billy Bush mientras se preparaban para un episodio del programa Access Hollywood. La transcripción de su conversación parece un guion sin gracia de una secuela fracasada de Colegio de animales.

Algunos de los comentarios grabados de Trump, salpicados de groseras referencias a la anatomía femenina, son más famosos que la mayoría de sus discursos como presidente. “Solo besa”, aconsejó en un momento dado. “Yo ni siquiera espero. Y cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa”.

Tras restarle importancia a sus comentarios en un primer momento, calificándolos de “bromas de hombres”, Trump pidió disculpas a su familia y al pueblo estadounidense. A las pocas semanas, ganó la presidencia; a los pocos meses, empezó a cuestionar en privado la autenticidad de la cinta.

Pero el pasado de Trump como un autodenominado mujeriego seguía saliendo a la superficie de la marea roja de MAGA.

A principios de 2018, The Wall Street Journal publicó la historia sobre los 130.000 dólares que Cohen, el abogado personal de Trump, le pagó a Daniels para comprar su silencio en torno a su supuesta aventura de una noche con Trump después de un torneo benéfico de golf hacía 12 años.

Cohen fue condenado más tarde por fraude fiscal e infracción de las leyes de financiamiento de campaña después de admitir que había sobornado a Daniels y de que ayudó a organizar un pago similar a otra mujer, una modelo de Playboy llamada Karen McDougal. Lo hizo, ha dicho, por indicación de Trump, quien lo niega.

Trump también ha negado haber mantenido relaciones sexuales con Daniels y se ha dedicado a llamarla “Cara de caballo”. Ella ha respondido hablando sobre las “pequeñeces” del 45.º presidente.

Dan Barry es un reportero y columnista veterano y ha sido autor de las columnas “This Land” y “About New York”. Ha escrito varios libros y escribe sobre temas diversos, entre ellos la ciudad de Nueva York, deportes, cultura y Estados Unidos. @DanBarryNYT • Facebook


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