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La millonaria que aboga por los impuestos a la riqueza

ÁMSTERDAM — Cuando su abuela multimillonaria murió el mes pasado, Marlene Engelhorn ya sabía quién quería que fuera el beneficiario final de la enorme herencia que iba a recibir: Hacienda.

“El escenario ideal es que me cobren impuestos”, comentó Engelhorn, cofundadora de un grupo llamado Tax Me Now (cóbrame impuestos ahora).

Engelhorn, una vienesa de 30 años, forma parte de un movimiento de millonarios jóvenes de izquierda que afirman que quieren que el gobierno tome una porción mucho mayor de sus riquezas heredadas, con el argumento de que esas fortunas que no se ganaron deberían ser distribuidas democráticamente por el Estado.

Desde hace más de un año, Engelhorn aboga por políticas hacendarias que redistribuyan su fortuna de ocho cifras y la de cualquier otra persona.

“Soy producto de una sociedad desigual”, dijo Engelhorn en un discurso en un evento organizado a fines de agosto por Millonarios por la Humanidad en Ámsterdam, donde los activistas pedían que se gravara la riqueza. “Porque de lo contrario, yo no habría nacido entre multimillonarios. Solo habría nacido. Nada más”, dijo.

Su familia no es ajena a regalar grandes sumas de dinero. Sus abuelos dedicaron una parte de su fortuna a apoyar a jóvenes científicos. Su tío abuelo dio millones a un centro de arqueología. Su primo donó casi 140 millones de dólares a la música clásica.

Pero, en opinión de Engelhorn, no deberían ser los ricos quienes decidan qué intereses y pasiones personales merecen sus millones heredados.

“Nadie necesita otra fundación”, dijo sentada junto a un canal en Ámsterdam mientras comía un pedazo de pan que traía en su mochila. “Lo que se necesita es un cambio estructural”.

En su opinión, la filantropía solo replica las mismas dinámicas de poder que han creado las desigualdades sistémicas que quiere ver desmanteladas y, para ello, las nuevas políticas hacendarias para los superricos son un aspecto esencial.

La fortuna de billones de dólares de la familia Engelhorn tiene su origen en Friedrich Engelhorn, quien hace unos 150 años fundó BASF en Alemania, una de las más grandes compañías químicas del mundo. Otra empresa de la familia, Boehringer Mannheim, que elaboraba productos farmacéuticos y equipos de diagnóstico médico, fue vendida a Roche por 11.000 millones de dólares en 1997.

Como heredera parcial de esa fortuna, Engelhorn creció en una mansión de un vecindario elegante de Viena. Asistió a escuelas donde se hablaba francés y se describe como el tipo de estudiante que “corregía errores gramaticales cuando los escuchaba”. Jugaba fútbol con los niños y era una lectora voraz. Dijo que no tenía conciencia alguna del privilegio de clase.

Cuando veía que sus amigos vivían en departamentos pequeños, se preguntaba por qué no elegían vivir en una casa grande con jardín, que es “mucho más bonita”.

“El privilegio te da una visión en extremo limitada del mundo”, afirma.

Cuando asistió a la universidad en Viena, la perspectiva de Engelhorn comenzó a ampliarse.

Se hizo voluntaria en grupos por los derechos de las personas homosexuales y se interesó más en la interconexión de la discriminación racial, económica y de género.

A principios de 2020, cuando Engelhorn estaba sentada en una cafetería en Suiza, adonde había ido a visitar a su abuela cuando cumplió 93 años, un contador le dijo que cuando su abuela muriera, heredaría millones de euros.

Le dijo que se divirtiera. Engelhorn recordó: “Me dijo: ‘Esto hay que gastarlo’. Como diciéndome: ‘Vete a jugar’”.

Pero para ella, la noticia fue más un motivo de desconcierto que de alegría, ya que hizo que tuviera que reconocer su lugar en la sociedad.

Recordó que pensó que ella era parte del problema. “Tengo mucha conciencia social, pero y ahora ¿qué hago con estos pensamientos tan lindos?”, se preguntó.

Mientras buscaba consejo, orbitó en grupos que están a favor de que se les cobren impuestos a los millonarios, cuyos miembros se reúnen en persona o a través de videollamadas para hablar de sus privilegios y de cómo hacer que el Estado se los quite.

Algunos de los miembros dicen que los grupos, que incluyen a organizaciones como Resource Generation y Patriotic Millionaires, son un “lugar seguro” donde pueden sincerarse sobre lo que denominan la “historia del dinero”: un recuento honesto de los verdaderos orígenes de su estatus social. Estos reconocen los crímenes que muchas veces yacen en el seno de su riqueza familiar y analizan los componentes sexistas y racistas que podrían haber contribuido a ella.

Y, quizá lo más importante, se espera que los miembros compartan la manera en que participan en lo que comúnmente denominan “reparaciones” a la sociedad.

Algunos de estos grupos surgieron en los últimos 20 años, pero en fechas recientes, la cantidad de miembros ha aumentado, motivado por lo que Engelhorn llama las “siguientes generaciones de la riqueza” que piensan distinto a muchos de sus padres. En lugar de tratar de regalar parte de su herencia, ahora se preguntan cómo es posible que hayan heredado tanto para empezar.

Los periódicos se han burlado de parte del lenguaje que emplean algunos de estos grupos, ya que lo consideran sentencioso y autorreverencial. A Engelhorn le molesta que la prensa haga mofa de ellos al llamarlos “clubes de niños ricos”.

Pero ella considera que estos grupos la ayudaron a darse cuenta de que se puede hacer algo diferente en cuanto a la redistribución de la riqueza. Dijo que, si no los hubiera encontrado, “también me habría conformado con el statu quo”.

Lo cual es fácil de hacer “cuando literalmente puedes darte el lujo de no preocuparte”, señaló.

Algunos expertos fuera del círculo de millonarios también han encontrado útil el trabajo de estos grupos.

“Estoy muy agradecida por sus voces”, dijo Amy Hanauer, directora ejecutiva del Instituto de Política Tributaria y Económica, un grupo de expertos en Washington, quien dijo que los millonarios pueden ser influyentes defensores de las propuestas de impuestos más altos.

Después de unirse a varios de estos grupos, Engelhorn cofundó el año pasado otro para Europa Central, Tax Me Now, que describe en su sitio web como “una iniciativa de gente rica que está activamente comprometida con la justicia hacendaria”.

Su meta en términos de políticas públicas es implementar o aumentar los impuestos a la riqueza o al patrimonio y sobre las sucesiones (Austria, donde Engelhorn vive, abolió el impuesto patrimonial en 2008).

El número de naciones en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que gravaron la riqueza neta disminuyó de doce en 1990 a cinco en 2020. Aunque un mayor número de países que pertenecen a la OCDE gravan las sucesiones, el monto recabado representa el 0,5 por ciento de todos los impuestos obtenidos por ese rubro.

Como el uno por ciento con mayor riqueza tiene menos dinero, Europa es menos desigual que Estados Unidos. Pero en Europa, las fortunas familiares y el dinero viejo prevalecen más, con riqueza, conexiones e incluso ocupaciones que se heredan de una generación a otra. Más de la mitad de los multimillonarios europeos heredaron sus fortunas, mientras que en Estados Unidos, solo una tercera parte lo recibió de esa manera, según un estudio del Instituto Peterson para la Economía Internacional.

Para Engelhorn, las leyes tributarias en vigor significan que no solo se legan enormes cantidades de riqueza, sino que estas vienen acompañadas de poder, que se distribuye de manera dinástica. Ella afirma que gravar la riqueza tendría dos propósitos: aumentar los recursos públicos y despojar de influencia política a quienes no se la han ganado de manera democrática.

“No creo que deba estar en el poder o encargada de algo si simplemente uso mi riqueza para esos fines”, dijo.

Después de su discurso en Ámsterdam, Engelhorn recibió un premio por su activismo.

“De todas las personas ricas” que habían hablado en el evento, Engelhorn fue la que habló sobre el tema de los impuestos con mayor pasión y honestidad, según Djaffar Shalchi, fundador de Millonarios por la Humanidad. “Para mí, ella es la número 1”, dijo.

Engelhorn rechazó los elogios por su discurso sobre temas fiscales. “Ni siquiera soy una experta”, dijo. “Solo soy rica”.

Más allá de sus habilidades para hablar, Engelhorn ha ayudado a generar interés en los temas de impuestos sobre la herencia y la riqueza. Este otoño publicó su primer libro titulado Geld —que en alemán significa “dinero”— sobre la redistribución de la riqueza. Y desde su primera declaración pública sobre su deseo de que su herencia sea gravada, ha atraído una atención constante en los medios de comunicación de habla alemana.

No es la primera vez que un miembro de la familia de Engelhorn aparece en los titulares con temas relacionados con los impuestos. Cuando su tío abuelo y donante de arqueología, Curt Engelhorn, vendió Boehringer Mannheim, las autoridades fiscales alemanas no cobraron ni un centavo porque había trasladado la sede legal de la empresa al extranjero.

Las apariciones de Engelhorn en la radio y la televisión han hecho que decenas de personas se acerquen para pedirle directamente ayuda financiera. Dijo que la destroza decir que no, pero cree que no debería ser ella quien decida quién recibe su dinero.

“Me gustaría que la justicia fiscal me quitara de las manos esta decisión imposible”, dijo.

Se ha comprometido a regalar al menos el 90 por ciento de su herencia y quiere que vaya al Estado, pero solo en forma de impuesto, no de donación. “Un gobierno que no aplique impuestos sobre la riqueza no recibirá ese regalo”, dijo.

No todos los millonarios comparten esa pasión por los impuestos patrimoniales.

Ansgar John Brenninkmeijer, heredero de una fortuna en el mundo de la moda, interrumpió a Engelhorn cuando estaba en el podio en Ámsterdam para preguntarle molesto si sabía cuál era el impuesto sobre la riqueza en los Países Bajos.

“Nosotros sí tenemos un impuesto a la riqueza. Es del 1,6 por ciento”, dijo haciendo referencia a un impuesto holandés sobre el valor de los ahorros e inversiones individuales.

Para Engelhorn, esa era una cifra tan baja, que resultaba irrisoria.

Pero más tarde, ese mismo día, dijo que no debería estar en manos de personas como Brenninkmeijer, o ella misma, decidir cuál es el monto justo.

“Los niños ricos no deben decidir”, dijo, “cuál debería ser el impuesto”.

Christopher F. Schuetze colaboró con este reportaje desde Berlín.


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