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La minería ilegal desata una crisis entre los yanomami de Brasil

TERRITORIO INDÍGENA YANOMAMI, Brasil — La mina ilegal de estaño era tan remota que, durante tres años, el enorme tajo que había abierto en la selva amazónica había pasado casi desapercibido.

Por eso, cuando hace poco tres misteriosos helicópteros sobrevolaron la zona sin previo aviso, los mineros que vivían allí se refugiaron en la selva.

Para cuando el equipo de las fuerzas especiales de medioambiente de Brasil llegó, los mineros ya no estaban a la vista, pero las dos grandes bombas de la mina seguían vibrando en el barro. Los agentes federales empezaron a rociar las máquinas con diésel.

Cuando se disponían a quemarlas, unas dos decenas de indígenas salieron corriendo de la selva, portando arcos y flechas más altas que ellos. Eran de la tribu yanomami, y los mineros llevaban años destruyendo su tierra, y su tribu.

Pero al llegar, los yanomamis se dieron cuenta de que estos nuevos visitantes habían llegado para ayudar. Los agentes estaban desmantelando la mina y luego prometieron entregar a los yanomamis las provisiones de los mineros.

“Los amigos no son mineros, no”, dijo el único hombre yanomami que hablaba un portugués básico, mientras otros hombres se agolpaban a su alrededor.

En esta vasta franja de la Amazonia, una explosión de minería ilegal ha creado una crisis humanitaria para el pueblo yanomami, al cortar sus suministros de alimentos, propagar el paludismo y, en algunos casos, amenazar a los indígenas con la violencia, según científicos y funcionarios del gobierno.

Los mineros usan mercurio para separar el oro del barro, y análisis recientes muestran que los ríos del territorio yanomami contienen niveles de mercurio un 8600 por ciento superiores a lo que se considera seguro. La intoxicación por mercurio puede causar defectos de nacimiento y daños neurológicos.

En la actualidad, la tasa de mortalidad infantil entre los 31.000 yanomamis de Brasil supera a la de los países asolados por la guerra y el hambre: uno de cada diez niños muere, en comparación con los datos del resto del país que son aproximadamente uno de cada 100, según estadísticas del gobierno. Muchas de esas muertes son evitables, causadas por desnutrición, neumonía y otras enfermedades.

“Mucha diarrea, vómitos”, dijo el yanomami en la mina, que no quiso dar su nombre. “No hay salud, no hay ayuda, no hay nada”.

Pero ahora el nuevo presidente de izquierda de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha convertido a la salvación de los yanomamis en la principal prioridad en su campaña para detener la destrucción de la Amazonia. El gobierno declaró el estado de emergencia en enero y ha trasladado por aire a personas gravemente desnutridas fuera de las aldeas, también estableció un puesto de control en una de las principales vías fluviales de entrada al territorio y rastrea y destruye las minas activas.

Aunque los mineros empezaron a llegar en 2016, la crisis estalló durante el mandato de Jair Bolsonaro, el expresidente de derecha que tras ser elegido en 2018 hizo recortes al personal y el financiamiento de los organismos encargados de proteger la selva.

El área explotada ilegalmente en el exuberante territorio yanomami se cuadruplicó durante su mandato hasta alcanzar casi 52 kilómetros cuadrados, o aproximadamente el tamaño de Manhattan, según datos satelitales.

“Por un lado, estás contento porque vuelves a luchar contra los delitos medioambientales”, dijo Felipe Finger, jefe del equipo de fuerzas especiales medioambientales de Brasil, que dirigió la operación en la mina de estaño. “Por otro lado, es triste, porque hace cuatro años que la selva empezó a sangrar, y sangró mucho”.

El gobierno combate una auténtica fiebre del oro. Miles de personas han invadido ese territorio en busca de oro y otros metales preciosos, y una excavación productiva rinde unos cinco kilos de oro puro a la semana, o unos 300.000 dólares en el mercado negro local. Los investigadores calculan que hay cientos de minas activas en tierra yanomami.

Por su parte, los yanomamis de la mina nunca habían oído hablar de Lula o Bolsonaro, pero tenían claro que los mineros habían traído penurias. “La gente tiene hambre”, dijo el yanomami mientras Finger prendía fuego a las bombas que retumbaban.

Cerca de allí, otros agentes registraban el refugio de los mineros, una cabaña de tablones de madera con un refrigerador, una estufa y dos antenas parabólicas de la compañía estatal de telecomunicaciones de Brasil. (Poco antes, los agentes habían descubierto a otros mineros que usaban dispositivos de Starlink, un servicio de internet por satélite dirigido por Elon Musk).

En la cabaña también descubrieron a un minero que se demoró en escapar.

Edmilson Dias dijo que llevaba dos meses trabajando en la mina, a la que había llegado en helicóptero, y que ganaba 1000 dólares a la semana. Ahora estaba sentado en un tocón, con las manos a la espalda y dos agentes camuflados con rifles largos a su lado.

Sin embargo, se mantenía desafiante.

“Para decirle la verdad, me voy de aquí a otra mina”, dijo, y afirmó que el dinero era demasiado bueno como para renunciar a esa actividad.

Subrayó que la lucha del gobierno y los yanomamis contra los mineros no había hecho más que empezar.

“La minería es una fiebre”, dijo. “No puedes acabar con ella”.

En vez de meses, los yanomamis cuentan lunas, y en vez de años, hacen un seguimiento de las cosechas de chontaduro. Las pruebas dan a entender que han vivido en el Amazonas durante miles de cosechas. Y, a diferencia de muchos otros grupos indígenas, su modo de vida aún guarda cierto parecido con el de sus antepasados.

En 370 remotas aldeas de la selva, varias familias comparten grandes cabañas con cúpula, pero cuidan sus propias parcelas de yuca, plátanos y papaya. Los hombres cazan y las mujeres cultivan. Y no interactúan mucho con el mundo exterior.

Su primer contacto con los blancos, misioneros estadounidenses, se produjo en la década de 1960. Poco después llegaron más brasileños, arrastrados a la Amazonía por las nuevas carreteras y el apetito por el oro. Con el contacto llegaron nuevas enfermedades, y miles de yanomamis murieron.

Las cosas empeoraron en la década de 1980, cuando la fiebre del oro trajo más enfermedades y violencia. En respuesta, en 1992 el gobierno brasileño protegió para los yanomamis unos 96.000 kilómetros cuadrados de selva a lo largo de la frontera con Venezuela, creando el mayor territorio indígena de Brasil, una extensión mayor que Portugal.

Pero en 2018, cuando Bolsonaro se postuló como candidato a la presidencia, los mineros volvieron a retomar sus actividades impulsados por el aumento de los precios del oro. La minería ilegal se disparó y, en gran medida, el gobierno de Bolsonaro solo observó.

“En los últimos cuatro años, hemos visto apatía, tal vez intencional”, dijo Alisson Marugal, un fiscal federal que investiga el manejo del territorio yanomami por parte del gobierno de Bolsonaro. “No actuaron, conscientes de que estaban permitiendo que se produjera una crisis humanitaria”.

La oficina de Marugal acusa al gobierno de Bolsonaro de debilitar el sistema de salud indígena, lo que exacerbó la crisis. En ocasiones se impidió que los trabajadores sanitarios compraran alimentos para los yanomamis, dijo su oficina en una denuncia en noviembre de 2021. El gobierno había decidido que debía proporcionar 23 médicos para los yanomamis, pero a finales de 2021 solo había 12.

Bolsonaro ha dicho que su gobierno realizó 20 operaciones para ayudar a los grupos indígenas, ayudando a 449.000 personas. “Nunca un gobierno dio tanta atención y medios a los indígenas como Jair Bolsonaro”, escribió en Twitter en enero.

Hoy, la situación de muchos niños yanomami es inconfundible: se mueren de hambre. Sus esqueletos son visibles a través de la piel, sus rostros lucen demacrados y sus vientres están hinchados, un signo revelador de la desnutrición. Un estudio gubernamental reciente reveló que el 80 por ciento de los niños yanomami tenían una estatura inferior a la media y el 50 por ciento un peso inferior al normal.

Paulo Basta, un médico del gobierno que ha estudiado a los yanomamis durante 25 años, dijo que la desnutrición entre los niños yanomamis “está peor que nunca”.

Durante el gobierno de Bolsonaro, 570 niños yanomami murieron de desnutrición, diarrea, neumonía y paludismo, frente a 441 en los cuatro años previos, según datos compilados por Sumaúma, un medio brasileño de noticias ambientales. (El gobierno no ha mantenido registros coherentes y precisos).

Según científicos e investigadores, la crisis de salud tiene una causa clara. La minería tala árboles, altera los cursos de agua y transforma el paisaje, lo que ahuyenta a las presas y daña los cultivos. El agua estancada de las minas también cría mosquitos, que ayudan a propagar el paludismo que los mineros traen de las ciudades. Antes, esa enfermedad estaba prácticamente erradicada entre los yanomamis. En los últimos años, prácticamente todos los miembros de la tribu la han contraído. Y además está el mercurio que se filtra en el suelo y en los ríos.

En un hospital infantil de Boa Vista, una ciudad fuera del territorio yanomami, las familias indígenas se agolpaban en una habitación con 12 hamacas colgadas del techo. Algunos niños recibían tratamiento por desnutrición grave, otros por paludismo.

Una joven madre amamantaba en una hamaca a su hija de ocho meses, que solo pesaba dos kilos. La niña estaba recibiendo una transfusión de sangre y una sonda de alimentación. Las cosechas de la aldea estaban malas, dijo su padre. “Es difícil conseguir que broten”, relató un intérprete. “Dijo que no sabe por qué”.

En un restaurante cercano, Eric Silva se acercó a una mesa con un trozo de unos 200 gramos de oro sólido. Silva, comerciante de oro, lo había comprado ese mismo día por unos 10.000 dólares. Dice que el gobierno nunca podrá detener la extracción de semejante riqueza.

“Es algo cultural”, afirma. “Desde la fundación de Brasil se ha extraído mineral”.

Silva trabajó 22 años como minero, hasta que el gobierno quemó su maquinaria, lo que le costó 115.000 dólares. Pero ahora se ha reinventado, y compra y vende unos cuatro kilos de oro al mes, o unos 230.000 dólares en el mercado negro.

“Se lo vendo a quien llegue y pague el mejor precio”, explica. “He vendido oro a los estadounidenses, a los franceses. No sé adónde se lo llevan, pero sé que lo vendo”.

Mientras los yanomamis mueren, la industria del oro prospera. Toda la minería es ilegal en Roraima, el estado que incluye gran parte del territorio yanomami, pero las calles de Boa Vista están repletas de tiendas de oro.

Al inicio de la operación del gobierno contra los mineros en enero, las autoridades calculaban que había unas 20.000 personas relacionadas con la minería ilegal dentro del territorio yanomami, entre mineros, cocineros, pilotos y prostitutas. Durante la fiebre del oro en el mismo territorio hace 30 años, el gobierno tardó años en sacar a todos los mineros.

Ahora el equipo de fuerzas especiales de Finger dirige la batalla para expulsar a los mineros ilegales de las tierras indígenas. En el reciente viaje a la selva, encontraron una mina de oro recientemente abandonada y una mina activa extrayendo casiterita, el principal mineral para fabricar estaño. En ambas operaciones, el objetivo principal era destruir la costosa maquinaria.

También buscaban mercurio, y Finger lo encontró en la cabaña de los mineros. Salió enfadado, sosteniendo una pequeña botella del líquido brillante. Dias, el minero que se había quedado, se mostró indiferente. “Eso no es mucho, señor”, dijo.

Los agentes les solicitaron a los yanomamis, que habían estado observando, que ayudaran a despejar la cabaña. Amontonaron bolsas de harina, arroz y frijoles junto a ropa, almohadas y utensilios de cocina. Luego se llevaron todo, incluido un gran altavoz, a sus chozas.

Los agentes le prendieron fuego a la cabaña, subieron a los helicópteros y despegaron. Dias se quedó atrás, sin provisiones.

Durante el trayecto, espirales de humo se elevaban desde abajo. Enseguida quedó claro que la mina formaba parte de una cadena de destrucción mucho mayor, una mina a cielo abierto tras otra. A ambos lados había una espesa selva, talada en algunos lugares para albergar a los refugios de los yanomami.


André Spigariolcolaboró con reportería desde Brasilia.

Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía en Brasil, que abarca Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Anteriormente reportó de tecnología desde San Francisco y, antes de integrarse al Times en 2018, trabajó siete años en The Wall Street Journal. @jacknicas • Facebook

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