Si el principio organizador que unió a las dispares fuerzas de oposición de Irán en 1979 fue el antiimperialismo, los principios organizadores del movimiento, muy diverso en términos socioeconómicos y étnicos, son el pluralismo y el patriotismo. Los rostros de este movimiento no son ideólogos ni intelectuales, sino deportistas, músicos, gente común y, en especial, mujeres y minorías étnicas, que han demostrado una valentía muy poco frecuente. Sus consignas son patrióticas y progresistas: “No nos iremos de Irán, reclamaremos Irán” y “Mujeres, vida, libertad”.
Las demandas del actual movimiento están excelentemente sintetizadas en la canción “Baraye” (“Por”), de Shervin Hajipou, que se ha convertido en el himno de las protestas y expresa “el anhelo de tener una vida normal”, en vez del “paraíso forzoso” de un Estado policial religioso.
Altos funcionarios de los servicios de inteligencia estadounidenses e israelíes han declarado hace poco que no creen que las protestas en Irán constituyan una grave amenaza para el régimen. Sin embargo, la historia ha demostrado repetidas veces que ningún servicio de inteligencia, teoría de la politología o algoritmo pueden predecir con exactitud los tiempos y los resultados de las rebeliones populares: la CIA juzgó en agosto de 1978, menos de 6 meses antes del derrocamiento de la monarquía de Irán, que el país ni siquiera estaba en fase “prerrevolucionaria”.
Esto se debe a que ni siquiera los propios protagonistas —en este caso, el pueblo y el régimen iraníes— pueden prever sus acciones a medida que transcurre este drama.
Abbas Amanat, historiador de Irán, observó que una de las claves de la longevidad de la civilización iraní, que se remonta 2500 años hasta el Imperio persa, es la capacidad de su cultura para integrar a sus invasores militares. “Durante casi dos milenios, la cultura política persa y, en un sentido más amplio, un repositorio de herramientas civilizatorias persas, lograron convertir a los conquistadores túrquicos, árabes y mongoles”, me dijo. “La lengua, el mito, la memoria histórica y la medición del tiempo de los persas perduró. Los iraníes persuadieron a los invasores de que valoraran la alta cultura persa: la poesía, la gastronomía, la pintura, el vino, la música, las fiestas y la etiqueta.”
Cuando el ayatolá Jomeini ascendió al poder en 1979, lideró una revolución cultural cuyo objetivo era sustituir el patriotismo iraní por una identidad puramente islámica. El ayatolá Jamenei continúa esa tradición, pero es uno de los pocos creyentes de verdad que quedan. Mientras que la República Islámica buscaba el sometimiento de la cultura iraní, son la cultura y el patriotismo iraníes lo que están amenazando con derruir la República Islámica.
Cuatro décadas de “poder duro” de la República Islámica acabarán siendo derrotados por dos milenios de “poder blando” cultural iraní. La pregunta ya no es si esto sucederá, sino cuándo. La historia nos ha enseñado que existe una relación indirectamente proporcional entre la valentía de una oposición y la determinación de un régimen, y que el colapso del autoritarismo a menudo pasa de ser inconcebible a ser inevitable en cuestión de días.
Karim Sadjadpour (@ksadjadpour) es miembro sénior del Carnegie Endowment for International Peace, donde se centra en Irán y en la política exterior estadounidense para el Medio Oriente.