¿Dónde está pi?
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El año pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) comenzó a asignar letras griegas a las preocupantes nuevas variantes del coronavirus. La organización empezó con alfa y avanzó con rapidez por el alfabeto griego en los meses siguientes. Cuando ómicron llegó en noviembre, era la decimotercera variante identificada en menos de un año.
No obstante, han pasado 10 meses desde la llegada de la variante ómicron y la letra que viene después, pi, aún no llega.
Eso no significa que el SARS-CoV-2, el coronavirus que causa la COVID-19, haya dejado de evolucionar, pero puede haber entrado en una nueva etapa. El año pasado, más de una decena de virus ordinarios se transformaron de manera independiente en amenazas nuevas e importantes para la salud pública, pero ahora, todas las variaciones más significativas del virus provienen de un linaje único: ómicron.
“Con base en lo que se detecta en este momento, parece que el SARS-CoV-2 del futuro evolucionará a partir de ómicron”, dijo David Robertson, experto en virus de la Universidad de Glasgow.
También parece que ómicron tiene una capacidad notable para evolucionar más. Una de las subvariantes más recientes, denominada BA.2.75.2, puede evadir la respuesta inmunitaria mejor que todas las formas anteriores de ómicron.
Por el momento, la BA.2.75.2 es muy poco frecuente, ya que solo representa el 0,05 por ciento de los coronavirus que se han secuenciado en todo el mundo en los últimos tres meses, pero eso mismo ocurrió en su momento con otras subvariantes de ómicron que luego llegaron a dominar el mundo. Si la BA.2.75.2 se propaga este invierno, podría restarle eficacia a las nuevas vacunas de refuerzo autorizadas de Moderna y Pfizer.
Cada vez que el SARS-CoV-2 se replica dentro de una célula, puede mutar. En ocasiones inusuales, una mutación podría ayudar al SARS-CoV-2 a replicarse con mayor rapidez o podría ayudar al virus a evadir los anticuerpos que resultaron de ataques anteriores de COVID-19.
Una mutación beneficiosa de este tipo podría volverse más común en un solo país antes de desaparecer o bien podría invadir el mundo.
Al inicio, el SARS-CoV-2 siguió el curso lento y constante que los científicos esperaban con base en otros coronavirus. Su árbol evolutivo se dividió poco a poco en ramas, cada una de las cuales tuvo algunas mutaciones. Los biólogos evolutivos le siguieron la pista con códigos útiles pero misteriosos. Nadie más prestó atención a los códigos, porque apenas influyeron en el grado de enfermedad que provocaban los virus en las personas.
Entonces un linaje, conocido al principio como B.1.1.7, desafió las expectativas. Cuando los científicos británicos lo descubrieron, en diciembre de 2020, se sorprendieron al ver que tenía una secuencia única de 23 mutaciones. Esas mutaciones le permitieron propagarse mucho más rápido que otras versiones del virus.
En pocos meses, salieron a la luz otras variantes preocupantes en todo el mundo, cada una con su propia combinación de mutaciones, su potencial de propagarse con rapidez y provocar una oleada de muertes. Para facilitar la difusión de información al respecto, la OMS usó su sistema griego. La variante B.1.1.7 se convirtió en alfa.
Las diferentes variantes presentaron diversos niveles de éxito. La alfa llegó a dominar el mundo, mientras que la beta solo se impuso en Sudáfrica y algunos otros países antes de desaparecer.
Lo que hizo a las variantes aún más desconcertantes fue que aparecieron de manera independiente. La beta no provenía de la alfa, sino que surgió con su propio conjunto de mutaciones nuevas de una rama diferente del árbol del SARS-CoV-2. Lo mismo ocurrió con todas las variantes de nombre griego, hasta ómicron.
Es probable que la mayoría de estas variantes mutaran gracias a que se ocultaron. En lugar de saltar de un huésped a otro, crearon infecciones crónicas en personas con sistemas inmunitarios debilitados.
Al no poder defenderse con fuerza, estas víctimas albergaban el virus durante meses, lo que le permitía a este acumular mutaciones. Cuando por fin salía de su huésped, el virus tenía una gama asombrosa de habilidades nuevas: encontrar otras maneras de invadir las células, debilitar el sistema inmunitario y evadir los anticuerpos.
“Cuando sale, es como una especie invasora”, comentó Ben Murrell, biólogo computacional del Instituto Karolinska de Estocolmo.
A ómicron le fue muy bien en esta lotería genética, ya que obtuvo más de 50 nuevas mutaciones que le ayudaron a encontrar otras vías de entrada a las células y a infectar a personas ya vacunadas o que se habían contagiado con anterioridad. Al propagarse por todo el mundo y provocar un aumento de casos sin precedentes, hizo que la mayoría de las demás variantes se extinguieran.
“Las innovaciones genéticas observadas en ómicron eran mucho más profundas, como si se tratara de una nueva especie en lugar de solo una cepa nueva”, dijo Darren Martin, experto en virus de la Universidad de Ciudad del Cabo.
No obstante, pronto quedó claro que el nombre “ómicron” escondía una realidad compleja. Después de que la variante ómicron original evolucionó en otoño de 2021, sus descendientes se dividieron en al menos cinco subvariantes, desde la BA.1 hasta la BA.5.
En los meses siguientes, las subvariantes se turnaron para alcanzar el dominio. La BA.1 fue la primera, pero pronto fue superada por la BA.2. Cada una de ellas tenía suficientes particularidades como para eludir parte de la inmunidad de sus antecesoras. Este verano, la BA.5 estaba en aumento.
La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) respondió con una invitación a los fabricantes de vacunas a producir dosis de refuerzo que incluyeran una proteína BA.5 junto con una de la versión original del virus. Estas vacunas de refuerzo se están distribuyendo al público, en un momento en que la BA.5 está causando el 85 por ciento de todos los casos de COVID-19 en Estados Unidos.
No obstante, según los científicos, la variante BA.5 podría quedar atrás para el invierno. Ómicron ha seguido evolucionando, en ocasiones pasando de un huésped a otro y en otras escondiéndose durante meses en alguno de ellos.
Dado que estos nuevos linajes pertenecen a ómicron, no han recibido una nueva letra griega. Pero eso no significa que sean apenas una pequeña variación del original. Los anticuerpos que podían adherirse a las formas previas de ómicron tienen mal rendimiento frente a las más recientes.
“Se podría decir que les pudieron haber asignado letras griegas distintas”, dijo Robertson.
La BA.2.75.2, que se identificó apenas el mes pasado, está entre los nietos más recientes de ómicron. También es la descendiente de ómicron más evasiva hasta el momento, según Murrell. En experimentos de laboratorio, él y sus colegas probaron la BA.2.75.2 contra 13 anticuerpos monoclonales que están en uso clínico o en desarrollo. Eludió todos menos uno, bebtelovimab, fabricado por Eli Lilly.
También probaron los anticuerpos de donantes de sangre recientes en Suecia. BA.2.75.2 tuvo un rendimiento sustancialmente mejor al escapar de esas defensas que otras subvariantes de ómicron.
Los investigadores publicaron en línea la primera versión de su estudio el 16 de septiembre. Investigadores de la Universidad de Pekín llegaron a conclusiones similares en un estudio publicado el mismo día. Ninguno de los dos se ha publicado aún en una revista científica.
Murrell advirtió que los científicos aún no han realizado experimentos que muestren la efectividad de los refuerzos de BA.5 contra la BA.2.75.2. El experto sospechaba que una gran cantidad de anticuerpos para la BA.5 podría brindar protección, sobre todo contra enfermar de gravedad.
“Aún es importante, pero tendremos que esperar a que salgan los datos para ver exactamente cuál es la dimensión del efecto de refuerzo”, dijo Murrell.
No hay motivo para anticipar que BA.2.75.2 será el fin de la línea evolutiva.
A medida que aumenta la inmunidad a las versiones anteriores de ómicron, las nuevas versiones podrán evolucionar para evadirla.
“No creo que vaya a toparse con pared en el espacio mutativo”, dijo Daniel Sheward, investigador de postdoctorado en el Instituto Karolinska y coautor del nuevo estudio.
Lorenzo Subissi, experto en enfermedades infecciosas de la OMS, dijo que la organización no asignaba letras griegas a linajes como BA.2.75.2 porque son muy parecidos a los virus originales de ómicron. Por ejemplo, parece que todos los linajes que derivan de ómicron usan una ruta particular para entrar a las células. Como resultado, es menos probable que cause infecciones severas pero posiblemente tenga más capacidad de propagarse que variantes anteriores.
“La OMS solo nombra una variante cuando tiene preocupación de que se estén creando riesgos adicionales que requieran nuevas acciones de salud pública”, dijo Subissi. Pero no descartó que en nuestro futuro esté pi.
“Este virus sigue siendo en gran medida impredecible”, dijo.
Carl Zimmer es el autor de la columna Matter. Ha publicado 14 libros, entre ellos Life’s Edge: The Search For What It Means To Be Alive. @carlzimmer | Facebook