REYNOSA, México — A medida que el sol caía el martes en el enorme campamento improvisado ubicado a menos de 1,5 kilómetros del río Bravo, en México, cientos de migrantes se reunieron para compartir la noticia que habían estado temiendo: su espera para cruzar la frontera cercana hacia Estados Unidos se había hecho más larga, de manera indefinida.
La información de que la Corte Suprema de Estados Unidos extendió una política sanitaria que lleva casi dos años en vigor y prácticamente cerró la frontera para muchos migrantes se dispersó por el campamento, lo que dejó esperanzas rotas y una profunda decepción. Roodline Pierre, de 28 años, que estaba entre un gran número de haitianos reunidos alrededor de sus celulares, sacudió la cabeza mientras describía cómo había escapado de una lista larga de dificultades en Haití con su esposa y su hija de 14 meses. Y comentó: “No podemos regresar. Lo dejamos todo para estar aquí”.
En un breve fallo anunciado la tarde del martes, la Corte Suprema bloqueó de manera indefinida una orden previa que habría suspendido la política conocida como Título 42, lo que habría permitido que miles de migrantes pudieran dirigirse a un puerto de entrada estadounidense y solicitar asilo en Estados Unidos.
La política, que según funcionarios estadounidenses ya no es necesaria para proteger al país del coronavirus, permite la expulsión rápida de muchos migrantes que cruzan la frontera sin autorización, y grandes cantidades han estado esperando en México la terminación de la política. En cambio, esta podría mantenerse en vigor durante varios meses más.
Pierre señaló las condiciones paupérrimas a su alrededor. Las personas cocinaban carne en parrillas oxidadas y con pilas de leña. Los niños entraban y salían de las tiendas de campaña ubicadas a lo largo de la calle. Había desechos y artículos de higiene personal usados esparcidos en un lote de tierra vacío.
“Estas no son condiciones para los niños. Ninguna persona debería vivir así. Queremos una vida mejor y ahora estamos varados aquí durante mucho más tiempo”, afirmó Pierre. La política no tiene sentido, indicó y agregó que si a las autoridades estadounidenses les preocupa tanto que la gente lleve la COVID-19 hacia Estados Unidos, ¿por qué no le hacen una prueba a cada persona y permiten que los no contagiados soliciten asilo?
Una fila de hombres, mujeres y niños se había formado afuera de Senda de Vida, un refugio cercano que tiene un enorme mural de un hombre caminando entre dos banderas, la de México y la de Estados Unidos. La mayoría de los albergues a lo largo de la frontera han llegado a su capacidad máxima y quienes no pueden ingresar han tenido que encontrar otros lugares para dormir. Daisy Rezino, de 26 años, que llegó de Guatemala una semana antes con sus dos hijas pequeñas, se alejó de la fila creciente, decepcionada.
Sus dos niñas se acurrucaron con ella para soportar los vientos fríos que trajo la noche.
“No hay espacio para más gente ahí”, dijo. “Vamos a tener que dormir aquí afuera”.
Rezino también había esperado noticias más positivas. No estaba segura si los migrantes de Guatemala serían rechazados en la frontera con el Título 42, pero tenía miedo de intentarlo y enfrentar una posible deportación.
“Experimentamos muchas adversidades para llegar aquí”, afirmó Rezino. “No entiendo por qué nos tratan de esta manera. Si tan solo vieran las condiciones en las que tenemos que dormir aquí, sin alimentos y sin techo”.
Rezino y otros migrantes aseguraron que las bajas temperaturas se volvieron especialmente difíciles durante la Navidad, en particular por la noche. Sin embargo, pese al alza de temperaturas a partir del martes, muchos de los migrantes que acampaban al aire libre aseveraron que estaban decididos a quedarse tanto tiempo como fuera necesario.
Para algunos, como Mario Vázquez, de 57 años, y su amigo Jose López, de 33 años, ambos de Honduras, regresar a casa ya no era una opción. Ambos hombres vendieron la mayoría de sus pertenencias para cubrir los gastos del viaje a la frontera. Junto a sus familiares, habían estado durmiendo durante las dos últimas semanas en tiendas de campaña hechas con sábanas y otros materiales rudimentarios.
Se quedaron en silencio durante varios minutos después de enterarse de que su oportunidad de cruzar y presentar su caso ante un juez de asilo había sido pospuesta de manera indefinida.
Los hombres relataron que deseaban trabajar en Estados Unidos, donde familiares los esperaban, y no serían una carga. Sin embargo, su petición parecía estar fuera de su control.
“Quería cruzar a Estados Unidos”, afirmó Vázquez. “Pero cruzaremos cuando Dios nos permita cruzar. Todo está en sus manos”.
López metió las manos en sus bolsillos e inclinó la cabeza para mostrar que estaba de acuerdo.
Edgar Sandoval es un reportero de la sección Nacional, donde escribe de la gente y los lugares del sur de Texas. Antes fue reportero en diarios en Los Ángeles, Pennsylvania y Florida. Es autor de The New Face of Small Town America. @edjsandoval