Tras una trayectoria política de más de medio siglo, quizá no haya tema más doloroso en términos personales y políticos para el presidente Joe Biden que los problemas de su hijo, Hunter. Según distintos testimonios, Hunter es una herida abierta en el corazón del mandatario y el punto más vulnerable de su armadura de campaña.
Por un lado, cuando Hunter Biden se declaró culpable de dos delitos fiscales menores el martes, puso fin a cinco años de una investigación sin denuncias de irregularidades por parte del presidente ni, tal parece, tiempo de prisión para su hijo menor. Pero, por otro lado, la decisión posicionó una vez más a Hunter Biden en la mira de los adversarios del presidente, quienes de inmediato se quejaron de que el vástago rebelde había recibido una sanción demasiado piadosa.
La saga del hijo de 53 años del presidente, que ha tenido problemas de adicción a la cocaína, se ha convertido en una obsesión de la derecha política, que lo ve, o al menos lo etiqueta, como un vivo ejemplo de la cultura del “todo se arregla con dinero” en el pantano de Washington y como alguien que se aprovechó de su cercanía al poder. La frase “la computadora personal de Hunter Biden” ha cobrado un significado totémico para los adversarios del presidente, aunque sean capaces de describir lo que en realidad se encontró en la computadora que apareció en un taller de reparaciones en 2020.
Dado el momento en que ocurre el acuerdo de culpabilidad de Biden hijo, a casi dos semanas de la acusación formal contra el expresidente Donald Trump con 37 cargos de delitos mayores por poner en riesgo la seguridad nacional y obstruir la justicia, fue inevitable que se generaran comparaciones entre dos casos que son inmensamente diferentes. Los aliados del presidente señalaron el acuerdo de admisión de culpabilidad como evidencia de que Biden estaba haciendo lo correcto al permitir que un fiscal nombrado inicialmente por Trump decidiera cómo sancionar la mala conducta de su hijo, mientras que el exmandatario y sus partidarios lo caracterizaron como una prueba de justicia selectiva.
“El Departamento de Justicia corrupto de Biden acaba de borrar cientos de años de responsabilidad penal al darle a Hunter Biden una mera ‘multa de tránsito’”, escribió Trump en su plataforma de redes sociales. “Jalón de orejas” se convirtió en la frase predilecta de republicanos como los congresistas James Comer, de Kentucky, y Elise Stefanik, de Nueva York.
David Brock, operador político demócrata, dijo que el resultado de la fiscalía refutaba las numerosas acusaciones lanzadas contra el presidente y su hijo desde que Trump estaba en el poder. “A Hunter no se le imputará ninguno de los cargos infundados y disparatados que los republicanos y los medios de derecha han usado para desprestigiarlo durante años”, afirmó Brock.
Es un debate en el que Biden prefiere no participar, y no comentó casi nada en las horas posteriores a que se diera a conocer la noticia del acuerdo de admisión de culpabilidad de su hijo, y solo autorizó que un portavoz de la Casa Blanca dijera que él y la primera dama “aman a su hijo y lo apoyan en su camino para reconstruir su vida”.
El martes, cuando los reporteros que viajaban con él en California le preguntaron si había hablado con Hunter Biden, el presidente solo dijo: “Estoy muy orgulloso de mi hijo”.
Biden comprende que la admisión de culpabilidad no será el final del asunto, ya que los republicanos de la Cámara de Representantes llevan a cabo con vehemencia sus propias investigaciones y divulgan más acusaciones sensacionalistas que, aunque no se han confirmado, se han convertido en un elemento central en los medios de comunicación conservadores.
Pero tras meses de espera, frustrado por ver que se resolviera el caso, Biden se sintió aliviado al saber que se había concretado el acuerdo de culpabilidad, con la esperanza de que le quite un enorme peso de encima a su hijo sin provocar que recaiga en sus problemas de adicción, según personas cercanas a él. Biden no ha ofrecido declaraciones públicas, no por miedo a las repercusiones políticas, sino por la inquietud de angustiar más a su hijo, según dijeron estas personas.
“No conozco a ningún padre que quiera ver las dificultades personales o legales de su hijo o su familia expuestas tan públicamente a vista de todo el mundo”, comentó Michael LaRosa, exportavoz de Jill Biden. “En los tres años que he trabajado para ellos en la campaña y en la Casa Blanca, nunca se volvieron inmunes a los ataques personales contra su familia. Cada difamación, ataque, conspiración y mentira sobre su hijo es doloroso y nunca es fácil de digerir”.
Los familiares con problemas y los que causan problemas han sido un dolor de cabeza perenne en la Casa Blanca para muchos presidentes. En los tiempos modernos, el duro foco de atención de los medios se ha centrado en los tratos financieros de Donald Nixon con Howard Hughes, el trabajo de Billy Carter como agente de Libia, el servicio de Neil Bush en la junta directiva de una empresa de ahorro y préstamo fallida, las condenas por drogas de Roger Clinton y, por supuesto, los diversos problemas de autorización financiera y de seguridad que involucran a los hijos y al yerno de Trump.
En su mayor parte, los presidentes buscaron mantenerse alejados de los problemas de sus familiares, aunque Bill Clinton indultó a su medio hermano justo antes de dejar el cargo. Es posible que se debata cuánto de esos temas dañan políticamente a los presidentes, pero en casa generalmente eran una fuente de angustia, ya sea de irritación con un ser querido por causar problemas o sensación de culpa por poner un objetivo en la espalda de los miembros de la familia, o ambos.
En ciertos aspectos, Hunter Biden se ha convertido en un ejemplo más extremo del fenómeno de una época en la que cualquier moderación que haya existido antes con respecto a la familia de un presidente ha desaparecido por completo. Su trabajo en Ucrania ayudó a dar paso al primer juicio político contra Trump, su computadora portátil derivó en acusaciones de que Twitter lo encubrió, sus vínculos financieros en el extranjero han propiciado investigaciones extensas en el Congreso, y su turbulenta vida personal le ha regalado mucho material a los tabloides.
Muchos estadounidenses están convencidos de que el hijo del presidente participó en algo turbio más allá de los cargos de impuestos y armas que se mencionaron el martes. Una encuesta de The Harris Poll realizada el mes pasado para el Centro de Estudios Políticos Estadounidenses de la Universidad de Harvard halló que el 63 por ciento de los estadounidenses piensa que Hunter Biden estuvo implicado en un “tráfico de influencias ilegal”, y el 53 por ciento dijo que su padre estuvo involucrado hasta cierto punto mientras ocupaba la vicepresidencia.
Incluso algunos de los aliados demócratas del presidente han comentado en privado que hay dudas legítimas sobre los tratos comerciales de Hunter Biden en Ucrania y China que parecían usar su nombre como moneda de cambio. Si bien afirmaron que no había ninguna evidencia de que su padre abusara de su poder en el cargo como consecuencia, lamentaron que Biden no hubiera hecho más para frenar las actividades lucrativas de su hijo.
Aun así, ninguna de esas cuestiones se tradujo en cargos en el acuerdo del martes, y el hecho de que lo haya negociado David Weiss, el abogado estadounidense que en un inicio fue nombrado por el fiscal general de Trump para liderar la investigación y luego obtuvo el permiso del Departamento de Justicia bajo el mandato de Biden para seguir en el caso, ofreció una réplica útil ante las alegaciones de favoritismo. Weiss declaró ante el Congreso que se le había otorgado la “máxima autoridad en este caso”.
De cualquier modo, los estrategas demócratas dudan que el tema tenga repercusiones con los votantes indecisos. “Los republicanos han apostado de lleno por repetir la consigna sobre Hunter Biden, y aunque sí estimula a su base, no hay muchas pruebas de que el votante promedio sienta el impacto de este asunto”, sostuvo Cornell Belcher, encuestador demócrata que trabajó para el expresidente Barack Obama.
Sin embargo, para el presidente, este tema es mucho más personal. Su relación con su hijo se forjó en el accidente automovilístico de 1972 en el que fallecieron la primera esposa de Biden y su hija pequeña; Hunter terminó hospitalizado, al igual que su hermano mayor, Beau.
Mientras que Beau Biden creció para convertirse en un político exitoso a quien su padre consideraba capaz de convertirse en presidente algún día, Hunter batalló con el alcohol, las drogas y problemas personales. Luego de que Beau Biden murió de cáncer cerebral en 2015, Hunter, devastado cayó en una espiral de rachas de consumo de crac que terminaron por destruir su matrimonio.
Como escribió en Cosas bonitas, sus memorias de 2021, Hunter Biden se perdía durante semanas en atracones de droga, en los que fumaba crac cada 15 minutos y se comportaba de maneras erráticas e incluso imprudentes. Incluso llegó a invitar a su traficante callejero a vivir con él, y a tener un amorío extramarital con la viuda de Beau, Hallie Biden. Describió una vida de “comprar crac a mitad de la noche detrás de una gasolinera en Nashville, Tennessee, o tener ansias de beber las botellitas de licor en el minibar de tu hotel mientras estás sentado en un palacio en Amán con el rey de Jordania”.
En un momento dado, cuando desapareció casi un mes, abrió su puerta para encontrar a su padre, el entonces vicepresidente, escoltado por agentes del Servicio Secreto. “Necesitas ayuda”, le dijo su padre. Como escribió Hunter Biden: “No quiso irse hasta que yo me comprometiera a hacer algo”. En otra ocasión, el presidente participó en una intervención familiar, en la que emboscaron a Hunter Biden para obligarlo a someterse a tratamiento. Cuando Hunter salió furioso del lugar, su padre lo persiguió hasta el frente de la casa, lo abrazó y lloró.
Desde entonces, Hunter Biden volvió a casarse, pagó la deuda tributaria que causó los cargos presentados el martes y le ha dado un giro a su vida. Los amigos de la familia dijeron que había demostrado fortaleza.
“Hunter ha tenido el carácter de recuperarse de su adicción y los ataques políticos partidistas para firmar este acuerdo y comenzar el resto de su vida”, dijo el exsenador Ted Kaufman, demócrata por Delaware y asesor de Biden durante mucho tiempo.
Aún así, Hunter Biden enfrenta un juicio civil en Arkansas el próximo mes en una disputa sobre los pagos de manutención infantil a una mujer que en 2018 dio a luz a una hija que él negó que fuera suya hasta que el ADN demostró su paternidad, un caso que los republicanos se aseguraron de destacar el martes.
Hunter Biden solo hace apariciones públicas en eventos de la Casa Blanca muy de vez en cuando, sabiendo que siempre que lo hace, será un problema. En diciembre, asistió a una cena de Estado en la Casa Blanca y viajó con su padre a Irlanda en abril.
Pero ya sea que esté ahí en persona o no, Hunter Biden seguirá siendo una presencia en la presidencia de su padre, para bien o para mal, sobre todo a medida que se acercan las elecciones del próximo año.
Peter Baker es el corresponsal principal de la Casa Blanca y ha cubierto las gestiones de los últimos cuatro presidentes para el Times y The Washington Post. También es autor de siete libros, el más reciente de ellos se titula The Divider: Trump in the White House, 2017-2021, que trabajó con Susan Glasser.