Robert F. Kennedy Jr. está delirando. Sus posturas son una mezcla de fantasías de derecha con remanentes del progresista que fue alguna vez: veneración al bitcoin, teorías de conspiración antivacunas, afirmaciones de que el Prozac ocasiona tiroteos masivos, oposición al apoyo estadounidense a Ucrania, pero además habla bien del seguro médico de pagador único. Si no fuera por su apellido, nadie le prestaría atención y, a pesar de ese apellido, tiene cero posibilidades de ganar la nominación presidencial demócrata.
Sin embargo, ahora que la campaña de Ron DeSantis (con su lema: “Concienciados, inmigrantes, concienciados, ‘woke’”) parece estar derrapándose, de repente Kennedy está recibiendo el apoyo de algunos de los nombres más importantes de Silicon Valley. Jack Dorsey, fundador de Twitter, le dio su apoyo, mientras que otras figuras destacadas de la tecnología han organizado actos de recaudación de fondos en su nombre. Elon Musk, quien está en proceso de destruir lo que Dorsey construyó, fue su anfitrión en un evento en un Espacio de Twitter.
Pero ¿qué nos dice todo esto sobre el papel de los multimillonarios de la industria tecnológica en la vida política moderna de Estados Unidos? Hace poco escribí sobre una serie de tech bros, algo así como hombres alfa de la tecnología, que se han convertido en truthers, quienes creen conocer la verdad, sobre la recesión y la inflación, y han insistido en que las noticias sobre la mejora de la economía son falsas (olvidé mencionar la declaración de Dorsey en 2021 de que la hiperinflación estaba “sucediendo”, ¿cómo va eso?). Lo que el pequeño auge de Kennedy en Silicon Valley muestra es que esto es en realidad parte de un fenómeno más amplio.
Lo que parece atraer a algunos de los magnates de la tecnología a RFK Jr. es su gusto por llevar la contra, su contrarianismo: su desprecio por la sabiduría convencional y la opinión de los expertos. Así que antes de adentrarme en los aspectos específicos de los hombres de la tecnología de este momento político tan extraño, permítanme decir algunas cosas sobre llevar la contra.
Un hecho triste pero cierto de la vida es que la mayoría de las veces, la sabiduría convencional y la opinión de los expertos están en lo correcto; sin embargo, puede que encontrar los puntos en los que se equivocan tenga grandes beneficios personales y sociales. El truco para conseguirlo consiste en mantener el equilibrio entre un escepticismo excesivo y una credulidad excesiva.
Es muy fácil caer en el filo de la navaja en cualquier dirección. Cuando era un académico joven y ambicioso, solía reírme de los economistas mayores y aburridos cuya reacción ante cualquier idea nueva era: “Es banal, está mal y lo dije en 1962”. Estos días, a veces me preocupa haberme convertido en ese tipo.
Por otra parte, como lo dice el economista Adam Ozimek, el contrarianismo reflexivo es una “droga que pudre el cerebro”. Quienes sucumben a esa droga “pierden la capacidad de juzgar a otros que consideran contrarios, se vuelven incapaces de distinguir las buenas pruebas de las malas, lo cual provoca un desapego total de la creencia que los lleva a aferrarse a modas contrarias de baja calidad”.
Los hombres de la tecnología parecen ser en particular susceptibles a la podredumbre cerebral del contrarianismo. Su éxito financiero suele convencerlos de que son excepcionalmente brillantes, capaces de dominar al instante cualquier tema, sin necesidad de consultar a personas que realmente han trabajado duro para entender los problemas. Y en muchos casos, se hicieron ricos desafiando la sabiduría convencional, lo que los predispone a creer que ese desafío está justificado por dondequiera que se le mire.
A esto hay que añadir el hecho de que una gran riqueza hace que sea demasiado fácil rodearse de personas que te dicen lo que quieres oír y validan tu creencia en tu propia brillantez, una suerte de versión intelectual del traje nuevo del emperador.
Y si los hombres de la tecnología que llevan la contra hablan, es entre ellos. El empresario tecnológico y escritor Anil Dash nos dice que “es imposible exagerar el grado en que muchos directores ejecutivos de grandes empresas tecnológicas y capitalistas de riesgo se están radicalizando al vivir dentro de su propia burbuja cultural y social”. Llama a este fenómeno del capitalismo de riesgo, venture capitalism en inglés, “VC QAnon”, un concepto que me parece que ayuda a explicar muchas de las extrañas posturas adoptadas últimamente por los multimillonarios tecnológicos.
Permítanme añadir una especulación personal. Pudiera parecer extraño ver a hombres de una inmensa riqueza e influencia creyéndose teorías de la conspiración sobre élites que dirigen el mundo. ¿No son ellos las élites? Pero sospecho que los hombres famosos y ricos pueden sentirse especialmente frustrados por su incapacidad para controlar los acontecimientos o incluso para evitar que la gente los ridiculice en internet. Así que en lugar de aceptar que el mundo es un lugar complicado que nadie puede controlar, son susceptibles a la idea de que hay conspiraciones secretas que los tienen en la mira.
Aquí hay un precedente histórico. Viendo el descenso de Elon Musk, sé que no soy el único que piensa en Henry Ford, quien sigue siendo en muchos sentidos el ejemplo definitivo de empresario famoso e influyente y que también se convirtió en un teórico de la conspiración furibundo y antisemita. Incluso pagó la reimpresión de Los protocolos de los sabios de Sión, una falsificación que probablemente fue promovida por la policía secreta rusa (el tiempo es un círculo plano).
En todo caso, lo que estamos viendo ahora es algo extraordinario. Podría decirse que la facción más alocada de la política estadounidense en este momento no son los obreros de gorra roja en los comedores; son los multimillonarios de la tecnología que viven en enormes mansiones y vuelan en jets privados. De cierto modo, es bastante divertido. Pero, por desgracia, esta gente tiene dinero suficiente para hacer mucho daño.
Paul Krugman ha sido columnista de Opinión desde 2000 y también es profesor distinguido en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ganó el Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2008 por sus trabajos sobre comercio internacional y geografía económica. @PaulKrugman