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Meghan Markle, Kate Middleton… y ¿un brillo labial?

El brillo de labios era mucho más que maquillaje, era una herramienta para discernir tu lugar en la jerarquía social. Las chicas con las que lo compartías eran tus amigas íntimas (aunque había algunas sutilezas fundamentales: el tubo directo a la boca se reservaba para las amigas cercanas; el tubo aplicado sobre el dedo y de ahí a la boca era para esas amigas no tan cercanas o para cuando tenías un resfriado). Las chicas con las que deseabas compartir brillo: esas eran las populares o las chicas que te gustaban (“Ponerte el Lip Venom de una chica popular era el grado máximo de coqueteo”, me dijo una colega, un subidón social que podía durar por lo menos una semana).

Por supuesto que no todo el mundo compartía el brillo labial y puede que esas chicas hayan sido las únicas que se salvaron del brote de herpes labial durante mi segundo año de secundaria. Pero para la cohorte de mujeres que sí lo hacían, el gel pegajoso tenía más que ver con la intimidad que con otra cosa.

Las verdaderas amigas sabían cuál era el brillo favorito de la otra y si lo compraba en la farmacia (Lip Smackers, Wet n Wild) o en una tienda departamental (Juicy Tubes) o, más adelante, en tiendas como Sephora (Lip Venom, que, según esto, tenía canela, que supuestamente hacía que los labios se vieran más carnosos). Y cada grupo tenía sus extravagancias relacionadas con el brillo, estaba: la amiga cuyo tubo siempre estaba sucio; la que se mantenía leal al Carmex (horror); y la que estaba demasiado dispuesta a compartirlo, tal vez porque se sentía excluida.

El brillo de labios llegó a nuestras vidas a una edad compleja: éramos demasiado jóvenes para el maquillaje cargado (¡Clinique Black Honey no contaba!), pero ya estábamos en edad para saber que el porvenir pondría nuestras habilidades y relaciones sociales a prueba de nuevas formas. En medio de esta turbulencia, el brillo de labios era un lenguaje que hablábamos entre nosotras.

“Era un símbolo absoluto de nuestro nivel de amistad”, me dijo Anna, una amiga de la secundaria que ahora es terapeuta y con quien compartí brillo labial apenas el viernes pasado. “Recuerdo que me sentía un poco triste por las chicas que no lo compartían”.

La lingüista Deborah Tannen, quien ha estudiado los patrones de comunicación de las chicas (pero que nunca ha compartido brillo labial con sus amigas), señala que es común entre las adolescentes comunicarse y crear vínculos mediante estos rituales de cercanía que no necesitan explicarse. La lingüista compara compartir brillo labial con compartir secretos; es una manera de demostrar vulnerabilidad y confianza mutuas.

Lo cual me remite al tema de Kate y Meghan.

Ahora ya somos adultas y tal vez tengamos más consideración con la higiene que antes; tal vez las niñas británicas tenían maneras más higiénicas de vincularse. Pero para aquellas que crecimos prestándonos Lip Smackers o Juicy Tubes, ese momento tenía algo de conmovedor. Puede que Meghan necesitara un poco de hidratación en los labios. O puede que solo fuera una chica acercándose a otra, tanteando con delicadeza los límites de su relación con una simple pregunta: ¿Me prestas tu brillo de labios?

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