Fue aquí, en una modesta casa junto a la de sus padres —se los llevó con ella a la finca el año pasado—, con sus tres perros vagando por el jardín, donde empezó a escribir la historia de su vida. (¿Quieres hacer algo incómodo?, me dijo Anderson bromeando la primera vez que la conocí. Escribe un libro sobre tu vida y después tráete a tus padres a vivir como tus vecinos).
Al principio, pensó en publicar fragmentos en su página web; un sitio que, por cierto, no recuperó hasta hace poco el control, después de que haber sido utilizada por impostores durante años para vender productos falsos y Viagra barata. Después se le ocurrió dejarla toda escrita para sus hijos, Brandon y Dylan Lee, que ya son adultos y viven en Los Ángeles. Pero, al final —animada por su hijo mayor, Brandon, custodio no oficial del legado de su madre (“Yo trabajo para él”, bromea ella)— decidió publicarlo en serio, como libro de memorias. Love, Pamela saldrá este mes a la venta, junto con un documental de Netflix coproducido por Brandon, a modo de complemento visual.
El libro es una mezcla de narrativa y poesía (sí, Pamela Anderson escribe poesía), una cronología de su vida “de principio a fin, de lo primero que recuerdo a lo último”) que espera que sirva, si no exactamente como una aclaración de los hechos (una expresión que es reacia a utilizar), sí para explicarla a ella a un mundo que durante mucho tiempo supuso que ya la comprendía.
Si creciste creyendo que Anderson había tenido una infancia tan luminosa como su cabello, te equivocas. Ella creció en la pobreza, con un padre violento que se ablandó al hacerse mayor, dice, y con una madre que intentó dejarlo más de una vez pero que siempre volvía. Su infancia fue a veces “insoportable”, escribe, salpicada por los abusos. Escribe que su niñera se propasaba con ella hasta que al final le plantó cara y le deseó la muerte, para enterarse más tarde de que la joven murió en un accidente de coche. No podía contárselo a sus padres, dice, porque entonces habrían sabido “que la había matado yo con mi magia mental”.
Su primera experiencia sexual con un hombre, cuando ella tenía unos 13 años, fue con alguien 10 años mayor que ella y que acabó en una violación. Tuvo un novio en la escuela que una vez la tiró de una patada de un coche en marcha y otro que permitió que sus amigos la agredieran en el asiento de atrás. “No se lo conté a nadie. Simplemente lo bloqueé.”
Anderson tenía poco más de veinte años cuando fue descubierta en un partido del equipo de fútbol americano local: la pantalla gigante del estadio captó a una joven morena que llevaba una camiseta de la cerveza Labatt, y la empresa la contrató enseguida como imagen de la marca. Playboy tardó poco en llamar; quería realizarle una sesión de fotos en Los Ángeles, y cuanto antes.