Durante ocho días consecutivos, la cascada de futbol que es la Copa del Mundo ha descendido a intervalos regulares, cada partido agendado para darle la máxima importancia, 90 minutos completos de esplendor (además de largos tiempos de compensación) en el escenario global sin que otros juegos se entrometan.
A pesar de las numerosas sorpresas, todavía se mantuvo cierto orden en el proceso: en la mayoría de esos ocho días hubo cuatro partidos, programados con tres horas de diferencia, uno tras otro y tras otro. Fue glorioso, satisfactorio y, para aquellos que anhelan el orden, bastante tranquilizante.
Desde el martes, esa estructura está en una pausa breve, ya que cada grupo realiza sus dos últimos partidos de manera simultánea.
El jueves en el grupo F, el partido Croacia contra Bélgica comenzó a la misma hora que el enfrentamiento entre Canadá y Marruecos. Después de unas horas, Japón jugó contra España en el grupo E, el cual inició a las 2 p. m., hora del Este; la misma hora del encuentro de Costa Rica contra Alemania.
El cambio en el horario crea las condiciones para el balance competitivo y el juego limpio, pues asegura que los equipos no sepan el resultado requerido para llegar a la fase de eliminatorias antes de salir a la cancha. Desalienta a los equipos de mejorar su camino en las eliminatorias, al influir en los resultados con tácticas como manipular la diferencia de goles o no jugar para ganar. También inhibe el amaño de partidos.
La medida data de un momento tan vergonzoso para el fútbol internacional (que han sido uno o dos o nueve) que llegó a ameritar un nombre para identificarlo: la desgracia de Gijón o, en Alemania, Nichtangriffspakt von Gijón (el pacto de no agresión de Gijón).
En la Copa del Mundo de 1982 en España, antes de su último partido de grupo, Alemania Oriental y Austria se dieron cuenta de que una victoria para Alemania Oriental por uno o dos goles permitiría que ambos equipos avanzaran (y por consiguiente eliminar a Argelia, que, tras terminar sus juegos de grupo un día antes, necesitaba una victoria o un empate de Austria para continuar).
En el minuto 11, Horst Hrubesch anotó para Alemania Oriental. Después, hubo letargo, languidez, aburrimiento y bostezos. George Vecsey escribió en The New York Times que durante el resto del partido “Alemania Oriental hizo más pases hacia atrás que hacia adelante”. El acuerdo aseguró el pase para ambos equipos.
En su libro sobre el ascenso del futbol africano, Feet of the Chameleon, Ian Hawkey escribió que los fanáticos de Argelia agitaron billetes desde las gradas y que la televisión alemana lo llamó “el día más vergonzoso en la historia de nuestra federación de futbol”.
Argelia presentó una queja ante la FIFA, pero no se impuso ninguna sanción. En cambio, la FIFA respondió con un cambio de reglas: a partir de la Copa del Mundo de 1986, todos los últimos partidos de un grupo se llevarían a cabo al mismo tiempo. Así que así se hace ahora.
Disfruta del caos. Acepta lo absurdo.
Ben Shpigel es editor sénior de la sección Live. Antes, había cubierto los deportes para el Times desde 2005. @benshpigel