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Por qué Trump querría quedarse con documentos confidenciales

Durante cuatro años, el expresidente Donald Trump trató al gobierno federal y al aparato político que operaba en su nombre como una extensión de su empresa inmobiliaria privada.

Todo le pertenecía, sentía, amalgamado en la marca Trump que había estado creando durante décadas.

“Mis generales”, decía repetidamente de los líderes militares en servicio activo y retirados que formaban parte de su gobierno. “Mi dinero”, decía a menudo de los fondos que recaudaba a través de su campaña o para el Comité Nacional Republicano. “Mi Kevin”, decía del representante Kevin McCarthy, el líder republicano.

¿Y los documentos de la Casa Blanca?

“Son míos”, tres asesores de Trump refirieron que eso declaró repetidamente cuando se le instó a devolver cajas de documentos, algunos de ellos altamente clasificados, que los Archivos Nacionales quisieron recuperar después de que el expresidente se los llevara a Mar-a-Lago, su club privado en Palm Beach, Florida, en enero de 2021. Un vaivén de casi 18 meses entre el gobierno y Trump culminó en una búsqueda extraordinaria del FBI en Mar-a-Lago la semana pasada.

La pregunta, como con tantas otras cosas en torno a Trump, es ¿por qué? ¿Por qué insistió en no entregar documentos del gobierno que por ley no le pertenecían, encendiendo otra conflagración legal? Como con tantas otras cosas relacionadas con Trump, no hay una respuesta fácil.

Estas son las principales posibilidades.

Trump, un acumulador que durante décadas exhibió chucherías en su abarrotado despacho de la Torre Trump —incluyendo un zapato gigante que en su día perteneció al jugador de baloncesto Shaquille O’Neal—, trataba los secretos de la nación como baratijas que lucir. Los asesores de la Casa Blanca describieron lo entusiasmado que estaba al mostrar todo el material al que tenía acceso, incluidas las cartas del líder norcoreano Kim Jong-un, que habitualmente agitaba ante los visitantes, alarmando a sus asesores.

Algunas de esas cartas se encontraban entre el botín que Trump tenía con él en Mar-a-Lago.

El entusiasmo del expresidente por los materiales de inteligencia empezó pronto. En mayo de 2017, Trump soltó información de inteligencia clasificada proporcionada por Israel durante una reunión con dos altos funcionarios del gobierno ruso, horrorizando a su equipo de seguridad nacional.

Dos años después, cuando sus informadores de inteligencia le mostraron una foto sofisticada y delicada del lanzamiento fallido de un cohete iraní, Trump se mostró jubiloso. “Quiero tuitear esto”, le dijo al director de la CIA, al asesor de seguridad nacional y al director de inteligencia nacional, según una persona con conocimiento directo del hecho.

Los esfuerzos que se hicieron en gestiones anteriores para evitar los conflictos de interés en la presidencia eran vistos con sorna por Trump, que nunca se desligó de su empresa y mantuvo un ojo en sus propiedades, incluso cuando dijo públicamente que había entregado toda la gestión a sus hijos.

Trump encarnaba la frase de Luis XIV “L’état, c’est moi”, “El Estado soy yo”, dijeron sus propios asesores y varios observadores externos.

“A partir de mis propias experiencias con él, que se ven reforzadas por quienes le rodean y hablan en su defensa, sus acciones parecen encajar en el patrón de que, como ‘rey’, él y el Estado son uno y lo mismo”, dijo Mark S. Zaid, un abogado que con frecuencia maneja casos relacionados con la seguridad nacional y las autorizaciones de seguridad, incluso durante la presidencia de Trump. “Parece creer sinceramente que todo lo que toca le pertenece, y eso incluye documentos del gobierno que podrían ser clasificados”.

Trump rara vez utilizaba el usuario de Twitter asignado al presidente, @POTUS, y en su lugar prefería que su director digital, Dan Scavino, promocionara el que estaba a nombre del propio Trump.

El expresidente también rechazaba habitualmente cualquier intento de imponer reglas, reglamentos o normas ajenas a la Casa Blanca, y sostenía que sus asesores cercanos tenían inmunidad absoluta ante algunas citaciones del Congreso.

“Los presidentes no son reyes”, escribió la ahora jueza de la Corte Suprema Ketanji Brown Jackson como jueza de un tribunal federal en Washington en 2019, cuando, a pesar de las objeciones de la Casa Blanca, ordenó que Donald F. McGahn II, ex asesor de la Casa Blanca de Trump, testificara sobre lo que los demócratas de la Cámara de Representantes dijeron que era un patrón de obstrucción presidencial a la justicia. Añadió: “No tienen súbditos, vinculados por lealtad ni sangre, cuyo destino tengan derecho a controlar”.

Aunque los funcionarios de la Casa Blanca de Trump fueron advertidos sobre el manejo adecuado de material sensible, los ayudantes dijeron que Trump tenía poco interés en la seguridad de los documentos del gobierno o en los protocolos para mantenerlos protegidos.

Desde el principio, Trump se dio a conocer entre su personal como un acumulador que tiraba todo tipo de papel —material sensible, clips de noticias y artículos diversos— en cajas de cartón que un valet u otro asistente personal llevaba consigo a donde el presidente fuera.

Trump hacía subir repetidamente material a la residencia de la Casa Blanca, y no siempre estaba claro qué ocurría con él. A veces pedía quedarse con el material después de sus sesiones informativas de inteligencia, pero sus ayudantes decían que estaba tan poco interesado en el papeleo durante las propias sesiones informativas que nunca entendían para qué lo quería.

También tenía la costumbre de romper papeles, desde documentos de rutina hasta material clasificado, y dejar los trozos esparcidos por el suelo o en una papelera. Los funcionarios tenían que rebuscar entre los jirones y pegarlos con cinta adhesiva para recrear los documentos con el fin de almacenarlos, como exige la Ley de Registros Presidenciales.

En algunas ocasiones, Trump rompía los documentos —algunos llevaban apuntes con su letra— y tiraba los pedazos al retrete, lo que en ocasiones obstruía las tuberías de la Casa Blanca. Hizo lo mismo en al menos dos viajes al extranjero, dijeron antiguos funcionarios.

Fuera de la Casa Blanca, tanto en Mar-a-Lago como en el Trump National Golf Club, en Bedminster, Nueva Jersey, había salas seguras donde Trump podía revisar documentos sensibles, aunque no siempre las utilizaba.

Trump estaba reunido con el primer ministro japonés Shinzo Abe en Mar-a-Lago a principios de 2017, por ejemplo, cuando Corea del Norte lanzó una prueba de misiles. En lugar de retirarse a una sala segura, Trump y sus asesores revisaron los documentos de seguridad al aire libre en el patio, usando la linterna de un iPhone. Los socios del club y sus invitados contemplaron el espectáculo, tomaron fotos y las publicaron en las redes sociales.

“Ningún otro presidente ha vivido en un hotel”, dijo John Bolton, tercer asesor de seguridad nacional de Trump.

Con el tiempo, Trump se enfureció con las barreras que trataron de ponerle, en particular su segundo jefe de personal de la Casa Blanca, John F. Kelly, que trató de imponer un sistema más rígido para la información clasificada.

Trump, según Bolton, nunca le dijo que pensaba tomar un documento y utilizarlo para algo más allá de su valor como recuerdo.

Fue “como que cualquier cosa que quiere agarrar por cualquier razón”, dijo Bolton. “Es posible que ni siquiera aprecie del todo” el motivo exacto por el que hizo ciertas cosas.

Pero los funcionarios se preocupaban, sobre todo, por la posibilidad de que los documentos cayeran en manos equivocadas.

Otros asesores se preguntaban si Trump guardaba algunos documentos porque contenían detalles sobre personas que conocía.

Entre los elementos que se entregan a los presidentes en los viajes internacionales están las biografías de líderes extranjeros, dijo un exfuncionario de su gobierno. Hay una versión que no está clasificada y es bastante rutinaria. Pero la otra está clasificada y puede contener numerosos detalles personales.

Uno de los archivos que el FBI incautó en Mar-a-Lago estaba marcado como “info re: Presidente de Francia”, sobre Emmanuel Macron

Maggie Haberman es corresponsal de la Casa Blanca. Se unió al Times en 2015 como corresponsal de campaña y fue parte del equipo que ganó un premio Pulitzer en 2018 por informar sobre los asesores del presidente Trump y sus conexiones con Rusia. @maggieNYT


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