LEÓPOLIS, Ucrania — Mientras avanzaba de manera sigilosa por una línea de árboles a altas horas de la noche hacia una posición ucraniana, un soldado ruso observó con horror cómo sus camaradas eran acribillados por el fuego enemigo.
Su escuadrón de 10 exconvictos avanzó solo un par de decenas de metros más, antes de ser aniquilado. “Fuimos impactados por fuego de ametralladora”, contó el soldado raso, llamado Sergei.
“¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme, por favor!”, gritaba un soldado herido pero, según Sergei, la ayuda nunca llegó. Ocho soldados murieron, uno escapó de regreso a las líneas rusas y Sergei fue capturado por los ucranianos.
Los soldados eran blancos fáciles, enviados por los comandantes rusos para actuar, en esencia, como carne de cañón humana en una ofensiva.
Esta práctica se ha convertido en un componente integral de la estrategia militar de Rusia en su presión de una nueva ofensiva en el este de Ucrania: apelar a una fuerza humana abrumadora, en gran parte compuesta por reclutas inexpertos y mal capacitados, independientemente de la alta cantidad de bajas.
Hay dos usos principales de los reclutas en estos ataques: como “tropas de asalto” que se mueven en oleadas, seguidas por combatientes rusos más experimentados, y como objetivos intencionales, para atraer el fuego enemigo y así poder identificar las posiciones ucranianas para atacarlas con artillería.
En entrevistas realizadas este mes, media decena de prisioneros de guerra brindaron relatos inusuales sobre lo que significa formar parte de una ofensiva rusa de sacrificio.
“Esas órdenes eran comunes, por lo que nuestras pérdidas fueron enormes”, afirmó Sergei. “Tras una pausa de 15 o 20 minutos, venía el siguiente grupo. Luego le seguía otro, luego otro”.
Sobre su experiencia de combate, dijo: “Fue la primera y la última oleada para mí”.
Por suerte, las balas no lo alcanzaron, afirmó. Se quedó tumbado en la oscuridad hasta que fue capturado por los ucranianos que se colaron en la zona de distensión entre las dos trincheras.
The New York Times entrevistó a los rusos en un centro de detención cerca de Leópolis, en el oeste de Ucrania, donde se envían a muchos soldados enemigos capturados. Desde allí, algunos son devueltos a Rusia en intercambios de prisioneros. El Times también revisó videos de interrogatorios realizados por las autoridades ucranianas. Los prisioneros solo están identificados por su primer nombre y rango por razones de seguridad, debido a la posibilidad de retribución una vez que sean devueltos.
Aunque son prisioneros de guerra vigilados por ucranianos, los rusos aseguraron que hablaban con libertad. Sus testimonios no pudieron ser corroborados de forma independiente, pero coincidieron con las evaluaciones de los combates alrededor de la ciudad de Bajmut, en el este de Ucrania, realizado por gobiernos occidentales y analistas militares.
Los soldados del escuadrón de Sergei fueron reclutados en colonias penales por la compañía militar privada conocida como Wagner, cuyas fuerzas se han desplegado sobre todo en la zona de Bajmut. Allí, han permitido que las líneas rusas avancen lentamente y corten el acceso a carreteras de reabastecimiento clave para el ejército ucraniano.
El despliegue de exconvictos por parte de Rusia es un capítulo oscuro en una guerra feroz. Russia Behind Bars, un grupo defensor de derechos penitenciarios, ha estimado que hasta 50.000 prisioneros rusos han sido reclutados desde el verano pasado, y la mayoría ha sido enviada a la batalla por el control de Bajmut.
En las primeras fases de la guerra, las fuerzas militares rusas tenían una gran cantidad de vehículos blindados, artillería y otras armas pesadas, pero relativamente pocos soldados en el campo de batalla. Hoy, las cosas han cambiado: Rusia ha desplegado cerca de 320.000 soldados en Ucrania, según la agencia de inteligencia militar de Ucrania. Otros 150.000 están en campos de entrenamientos, aseguraron los funcionarios, lo que significa que existe la posibilidad de que medio millón de soldados se unan a la ofensiva.
Pero el uso de infantería para asaltar trincheras, algo que evoca a la Primera Guerra Mundial, genera un gran número de bajas. Hasta ahora, la táctica ha sido utilizada principalmente por Wagner en la ofensiva en Bajmut. Hace un par de semanas, el presidente de Wagner, Yevgeny Prigozhin, declaró que iba a terminar con la práctica de reclutar convictos. Pero este mismo mes, las fuerzas militares oficiales de Rusia comenzaron a reclutar convictos a cambio de indultos, un cambio que muestra cómo esa estrategia pasó de las fuerzas privadas de Wagner al ejército.
Algunos analistas militares y gobiernos occidentales han cuestionado la estrategia de Rusia. Citan tasas de heridos y muertos de alrededor del 70 por ciento en batallones con exconvictos. El domingo 12 de febrero, la agencia de inteligencia de defensa británica afirmó que, en las últimas dos semanas, Rusia probablemente había sufrido su tasa más alta de muertos desde la primera semana de la invasión.
Las entrevistas con exsoldados de Wagner en el centro de detención de Ucrania coincidieron con estas descripciones de los combates, e ilustraron la experiencia violenta y desgarradora que sufren los soldados rusos.
“Nadie creía que algo así pudiera existir”, dijo Sergei sobre las tácticas de Wagner.
Sergei se sentó, con los hombros caídos, en el sofá de la oficina del director del centro de detención de Ucrania. Se estaba quedando calvo y llevaba puestos unos zapatos sin agujetas.
Los soldados llegaron al frente directamente desde el sistema de colonias penales de Rusia, el cual está plagado de abusos y donde tanto las pandillas como los guardias de la prisión imponen la obediencia de los estrictos códigos de conducta en un entorno violento. La misma sensación de subyugación persiste en el frente de guerra, contó Sergei, lo que les permite a los comandantes enviar soldados a la carga en ofensivas humanas suicidas.
“Seguimos siendo presos”, dijo. “No somos nadie y no tenemos derechos”.
Sergei contó que había trabajado como técnico de torres de telefonía celular en una ciudad del extremo norte de Siberia, donde vivía con su esposa y sus tres hijos. Durante la entrevista admitió haber traficado con marihuana y metanfetamina, delito por el que fue sentenciado a 10 años de prisión en 2020.
En octubre aceptó una oferta para combatir a cambio de un indulto. El acuerdo, afirmó, no se les ofreció a violadores y drogadictos, pero los asesinos, ladrones y otros prisioneros fueron bienvenidos.
“Por supuesto, cualquier persona normal le teme a la muerte”, dijo. “Pero un indulto por ocho años es valioso”.
La lucha fue mucho más peligrosa de lo que había imaginado.
En tres días en el frente al sur de Bajmut, Sergei primero sirvió como camillero, sacando a exprisioneros mutilados y ensangrentados que habían sido asesinados o heridos en un presagio de lo que le esperaba cuando se le ordenara unirse al asalto.
En la noche del 1 de enero, se les ordenó avanzar unos 460 metros a lo largo de la línea de árboles, luego excavó y esperó a que llegara otro contingente. Un soldado llevaba una ametralladora ligera. Los demás solo estaban armados con rifles de asalto y granadas de mano.
Los asaltos a las líneas ucranianas por parte de pequeñas unidades de exprisioneros rusos se han convertido en una táctica característica en el esfuerzo por capturar a Bajmut.
“Vemos cómo se arrastran durante un kilómetro o más”, hacia las trincheras ucranianas, luego abren fuego a corta distancia e intentan capturar posiciones, dijo en una entrevista el coronel Roman Kostenko, presidente del comité de defensa e inteligencia del Parlamento de Ucrania. “Es efectivo. Sí, tienen grandes pérdidas. Pero, a pesar de esas grandes pérdidas, a veces avanzan”.
Según Kostenko, podría ser que la mayoría de esos ataques de infantería contra las defensas atrincheradas se centren en la lucha por Bajmut y que los estén utilizando para conservar tanques y vehículos blindados de transporte de personal para la ofensiva más formal. Pero también podrían servir como modelo para una lucha más amplia.
El militar ucraniano asegura que los exconvictos que llegan al campo de batalla son sometidos a una dura disciplina: “Tienen órdenes y no pueden desobedecerlas, especialmente en Wagner”.
Un soldado de 44 años llamado Aleksandr, quien al enrolarse con Wagner recibió una reducción de tres años en su condena por tala ilegal, dijo que antes de ser desplegado en el frente le dijeron que le dispararían si desobedecía las órdenes de avanzar.
“Nos llevaron a un sótano, nos dividieron en grupos de cinco personas y, aunque no habíamos sido entrenados, nos dijeron que nos adelantáramos, hasta donde pudiéramos llegar”, dijo sobre sus comandantes.
Su carrera hacia las líneas ucranianas en un grupo de cinco soldados terminó con tres muertos y dos capturados.
Otro ruso capturado, Eduard, de 22 años, se alistó para que le quitaran cuatro años de su sentencia por robo de auto. Pasó tres meses en el frente como camillero antes de que se le ordenara avanzar. Fue capturado en su primer asalto. De su tiempo como camillero, estima que la mitad de los hombres en cada asalto resultaron heridos o muertos. La metralla y las heridas de bala eran las lesiones más comunes.
Sergei afirmó que al principio se había sentido complacido con la oferta de un indulto a cambio de prestar servicio en Wagner. “Cuando llegué a esta guerra, pensé que valía la pena”, admitió.
Pero tras su única experiencia en una ofensiva, cambió de opinión. “Comencé a pensar mucho las cosas”, afirmó Sergei. “Por supuesto que no valió la pena”.
Evelina Riabenko colaboró en este reportaje.
Andrew E. Kramer es un reportero que cubre los países de la antigua Unión Soviética. Fue parte de un equipo que ganó el Premio Pulitzer en 2017 en la categoría de cobertura internacional por una serie sobre la proyección encubierta del poder de Rusia. @AndrewKramerNYT