Israel vive días convulsos.
El gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu planea modificar las reglas que gobiernan las facultades del poder judicial, lo que ha ocasionado descontento.
Manifestantes han salido a las calles, las universidades han entrado en paro y los líderes de sindicatos se han mostrado dispuestos a lanzar huelgas generalizadas. La situación ya empieza a tener repercusiones fuera del país y ha causado “malestar entre los inversores, los judíos estadounidenses influyentes y los aliados extranjeros de Israel”, como reportan nuestros colegas Patrick Kingsley e Isabel Kershner desde el país.
El gobierno de Netanyahu, el más conservador de los últimos años, asegura que la Corte Suprema no representa la diversidad del país y que el poder judicial se ha ido otorgando cada vez más facultades, por lo que planea limitar sus atribuciones.
Los críticos de la propuesta, por su parte, temen que le conceda un poder irrestricto al gobierno de turno y elimine las protecciones a ciertas minorías e individuos.
La crisis tiene raíces en 1992. En ese año se aprobó una ley que le daba a los jueces la capacidad de bloquear legislación. Desde entonces, la Corte Suprema ha empleado esta facultad para suspender leyes en más de 20 ocasiones.
Por ejemplo, se ha usado para restringir la construcción de asentamientos en Cisjordania y retirarle ciertos privilegios otorgados por los legisladores a los judíos ultraortodoxos.
La nueva propuesta de la coalición gobernante de derecha, “está en el corazón de una profunda división cultural e ideológica en Israel entre los que quieren un Estado más laico y pluralista, y los que tienen una visión más religiosa y nacionalista”, escribe Patrick, jefe de la corresponsalía del Times en Jerusalén.
Se esperaba que esta semana se votara una primera parte de la iniciativa en el Parlamento que modificaría la composición del máximo tribunal israelí. Sin embargo, las protestas y las huelgas hicieron que Netanyahu retrasara la votación.
“Cuando existe la posibilidad de prevenir una guerra civil a través del diálogo, yo, como primer ministro, opto por un tiempo para dialogar”, dijo Netanyahu el lunes.
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Comida ‘buena’ y ‘mala’: algunas reflexiones
El domingo invitamos a nuestros lectores a comentar un ensayo de opinión sobre el gusto —y disgusto— por la comida procesada, los desiertos alimentarios y cómo el conocimiento afecta al disfrute culinario. A continuación, presentamos dos de los comentarios recibidos, editados por espacio. Estaremos compartiendo más en las próximas ediciones.
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“Aquí llegaron algunas franquicias como McDonald’s y Burger King. La primera se fue, la segunda se quedó. Le tomamos el gusto al sabor estándar y a las porciones exactas. Podemos comer hamburguesas en la calle o en un restaurante, pero el sabor de la franquicia es el preferido. Es más complicado cocinar en casa y conseguir alimentos saludables y orgánicos, porque son más caros. En palabras simples es muy caro y difícil ser flaco”. —Monica Briançon Messinger, 50 años, Cochabamba, Bolivia.
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“Mi nostalgia es contraria a la del excelente autor del ensayo. Tuve la ventaja de alimentarme de manera absolutamente natural hasta casi mis 20 años porque en la casa de mis padres se preparaban todos los platos y se rechazaban con furia las golosinas y las gaseosas. Además, la oferta de alimentos rápidos y de procedencia industrial era muy limitada. Más de 40 años han pasado, he comido de todo, pero ya nada es como antes y los sabores originales y las cocciones prolongadas de la gastronomía vernácula colombiana brillan por su ausencia en nuestra mesa”. —Carlos Eduardo Mejía Sarmiento, Bogotá, Colombia.
—Patricia Nieto y Sabrina Duque producen y editan este boletín.
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