Con rapidez, funcionarios occidentales rechazaron la afirmación que el gobierno ruso hizo durante el fin de semana respecto a que Ucrania planeaba usar una supuesta bomba sucia en su propio territorio. Estados Unidos y sus aliados han emitido una serie de declaraciones en las que acusan a los líderes de Moscú de hacer “afirmaciones evidentemente falsas” con el fin de crear un pretexto para intensificar la guerra.
Pero los intensos enfrentamientos de los últimos días han renovado la atención sobre el concepto mismo de la bomba sucia.
Es el tipo de arma que fue pensada y probada hace más de tres cuartos de siglo, en los primeros años de la era atómica, pero que nunca ha sido desplegada por una fuerza militar.
A raíz del 11 de septiembre de 2001, los funcionarios del gobierno han advertido en algunas ocasiones que los terroristas podrían construir una bomba sucia con materiales radiactivos utilizados en muchas industrias comerciales, por lo que se convirtieron en el tormento de la conciencia pública, un objeto de miedo.
El nombre más formal de las bombas, dispositivos de dispersión radiológica o RDD, ofrece una descripción bastante sencilla de qué son estas armas y cómo funcionan.
Son bombas improvisadas que utilizan explosivos convencionales de alta potencia para esparcir material radioactivo en zonas cercanas. Pero el hecho de que no exista registro de que algún ejército las haya incluido en su arsenal es un buen indicador de que no son útiles en el campo de batalla.
¿Qué son estas armas?
Con frecuencia, la versión en la que más se piensa es una lo suficientemente pequeña como para caber en una mochila y que quizás contiene nueve kilogramos o menos de explosivos, con una masa más pequeña de material radiactivo colocada encima.
Eso es todo, aunque se podría hacer un arma potencialmente mucho más grande.
Sin embargo, existen algunos problemas inherentes a este concepto que limitan las posibilidades de éxito para quien fabrique este tipo de bombas. En primer lugar, el tamaño de la carga principal: si se utiliza demasiado material explosivo, la sustancia radiactiva podría consumirse en gran parte por el intenso calor que provoca la explosión de la bomba. Si se usa muy poco, el dispositivo no esparcirá el material radiactivo muy lejos.
Otra consideración es que solo unos pocos radioisótopos, que se usan comúnmente con fines médicos o para la generación de energía, son adecuados para su uso en este tipo de dispositivos.
Un dispositivo de dispersión radiológica no es un “arma nuclear” en el sentido tradicional porque no hay fisión, fusión, liberación masiva de energía ni destrucción de ciudades.
¿Qué sucede si una explota?
Si todo funciona correctamente, y como bomba improvisada hay muchos elementos en los que puede fallar, una bomba sucia desintegra el material radiactivo en pequeños fragmentos y los envía al aire circundante. Produce un problema de contaminación localizado, no global.
Las personas que inhalen o ingieran polvo radiactivo podrían resultar heridas o morir, y los edificios contaminados tendrían que ser demolidos y enviados a un vertedero. Es probable que las excavadoras desentierren el suelo irradiado hasta un metro de profundidad y derriben los árboles cercanos, todo lo cual también se enviaría a los vertederos.
Pero muchos de los efectos dependerían de las condiciones atmosféricas.
Los gradientes de temperatura afectarían qué tan alto podría elevarse la columna de material radiactivo en el aire, y la velocidad y la dirección del viento determinarían qué tan lejos podrían propagarse después de la explosión.
En 2004, en un artículo académico publicado en una revista militar estadounidense sobre el tema señaló que “es probable que los efectos económicos y psicosociales sean los mecanismos de daño más graves de cualquier uso de un RDD”.
“El miedo a la radiación ionizante es un remanente profundamente arraigado y, con frecuencia, irracional de la Guerra Fría”, dice el informe. Y aunque es poco probable que un ataque con este tipo de dispositivo “cause muertes masivas”, tiene el potencial de “generar un gran pánico y enormes pérdidas económicas”.
¿Hay otros riesgos?
Al hacer este tipo de armas, hay un riesgo significativo para el fabricante.
Para que la radiación del arma sea letal, el radioisótopo utilizado debería tener una intensidad lo suficientemente fuerte como para dañar a las personas.
Si quienes quieren hacer el dispositivo adquieren material radiológico que se encuentra en un contenedor blindado, es decir, un recipiente construido de tal manera que evita la emisión de rayos nocivos, estos tendrían que tomar una decisión crítica: intentar o no la extracción del material radiactivo.
Quizá piensen que quitar el blindaje permitirá una mejor dispersión del material radiactivo. Pero hacerlo puede exponerlos a radiaciones ionizantes dañinas a muy corta distancia durante el tiempo suficiente como para causar daños reales a sus cuerpos, un peligro fundamental cuando se trabaja con materiales radiactivos.
También existe la posibilidad de que el atacante sea descubierto durante el trayecto para ubicar la bomba, ya que circula con una fuerte fuente radiactiva que podría activar los detectores a lo largo de las carreteras y puentes que alertan a las fuerzas del orden.
¿El ejército estadounidense ha fabricado un arma de este tipo?
Según documentos gubernamentales, de 1948 a 1952, el ejército de Estados Unidos experimentó con dispositivos de dispersión radiológica en Dugway Proving Ground en Utah, pero ese proyecto finalmente se abandonó.
Aparte de estas pruebas, en las que se construyeron dispositivos de dispersión radiológica de varios tipos, no hay evidencia de que el ejército estadounidense o alguna otra fuerza armada del país haya desplegado esa arma para su uso en combate.
John Ismay es corresponsal del Pentágono en la oficina de Washington de The New York Times y es un oficial retirado de la Marina especializado en la eliminación de artefactos explosivos. @johnismay