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Soy especialista en la crisis de los misiles en Cuba. Y ahora veo otra amenaza nuclear con Putin

Aunque la guerra en Ucrania es obviamente distinta de la crisis de los misiles cubanos, no es difícil concebir que se produzcan fallos y errores de cálculo comparables. Un proyectil extraviado desde alguna de las partes podría causar un accidente en una central nuclear, y provocar una lluvia radiactiva sobre gran parte de Europa. El fallido intento ruso de interceptar los suministros militares de Occidente a Ucrania podría salpicar a países de la OTAN como Polonia, y suscitar la respuesta automática de Estados Unidos. Una decisión rusa de emplear armas nucleares tácticas contra unidades ucranianas podría derivar en un intercambio nuclear total con Estados Unidos.

Aunque los servicios de inteligencia estadounidenses han tenido algunos éxitos impresionantes en Ucrania, y en especial su acertada predicción de la invasión rusa, que ocurrió el 24 de febrero, la crisis de 1962 debería servir de recordatorio sobre los límites de la recabación de información. A Kennedy se le informó tarde del despliegue soviético de misiles de alcance medio en Cuba, pero se le escamotearon otros asuntos igual de importantes. No estaba al tanto, por ejemplo, de la presencia de casi 100 misiles nucleares tácticos soviéticos en Cuba que apuntaban hacia la base naval de Guantánamo y una potencial fuerza invasora estadounidense. La CIA subestimó la fuerza de las tropas soviéticas en la isla y fue incapaz de rastrear los movimientos de cualquiera de las ojivas nucleares.

Lo que sí tenían tanto Kennedy como Khrushchev era un concepto intuitivo del peligro del enfrentamiento, no solo entre sus respectivos países, sino del mundo entero, si se permitía la escalada de la crisis. Por eso mantuvieron un canal extraoficial para comunicarse de forma privada (a través del hermano del presidente, el fiscal general Robert Kennedy, y el embajador soviético en Washington, Anatoli Dobrynin), sin dejar de lanzarse acusaciones en público. Por eso también actuaron con rapidez para alcanzar un acuerdo (mantenido en secreto durante décadas) que consistía en el desmantelamiento de los misiles de alcance medio estadounidenses en Turquía a cambio de que los soviéticos retiraran sus armas nucleares de Cuba.

Al igual que Kennedy, Khrushchev había experimentado el horror de la Segunda Guerra Mundial. Sabía que la destrucción causada por una guerra nuclear sería muchas veces mayor. Los archivos del Kremlin demuestran que, a pesar de su espeluznante retórica, Khrushchev estaba decidido a buscar una solución pacífica en cuanto vio claramente que su arriesgada apuesta nuclear había fallado. Putin, en cambio, ha decidido subir las apuestas en todos los momentos críticos. La escalada se ha convertido en su táctica preferida.

Todo esto está sucediendo en un contexto de revolución de las comunicaciones que ha acelerado el ritmo de la guerra y la diplomacia, y que resuelve algunos de los obstáculos tecnológicos con los que tuvieron que lidiar Kennedy y Khrushchev, pero que en su lugar crea otros nuevos. Ya no hacen falta 12 horas para transmitir un telegrama en clave desde Washington a Moscú. Hoy en día, las noticias viajan desde el campo de batalla casi de manera instantánea, ejerciendo presión sobre los dirigentes políticos para que tomen decisiones rápidamente. Un presidente de Estados Unidos ya no cuenta con el lujo del que disfrutó Kennedy en octubre de 1962, cuando se tomó 6 días para sopesar su respuesta al descubrimiento de los misiles nucleares soviéticos en Cuba.

No hemos empezado a acercarnos a los niveles de alerta nuclear que caracterizaron la crisis de los misiles cubanos. Aunque Putin ha hablado de poner sus fuerzas nucleares en alerta máxima, no parece haberse confirmado ningún movimiento en esa dirección. La fase más peligrosa de la crisis de los misiles cubanos duró solo 13 días; estamos ya en el octavo mes de la guerra en Ucrania, sin que se atisbe ningún final. Cuanto más se prolongue, mayor será la amenaza de se produzca algún terrible error de cálculo.

Michael Dobbs cubrió el colapso del comunismo como corresponsal extranjero y es autor de One Minute to Midnight: Kennedy, Khrushchev and Castro on the Brink of Nuclear War.

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