Su choza de techo de paja a orillas del Danubio, a solo 180 metros de Ucrania, carece de agua potable y para llegar a ella hay que esperar un ferri y un viaje accidentado por caminos sin pavimentar.
Sin embargo, la semana pasada, el corral de Gheorge Puflea, de 71 años, se convirtió en una pieza inmobiliaria que acaparó la atención gracias a su indeseada condición de ser la primera propiedad en territorio de la OTAN dañada por un ataque ruso dirigido contra Ucrania.
El ataque con misiles teledirigidos, llevado a cabo antes del amanecer del 2 de agosto, alcanzó un puerto de carga ucraniano al otro lado del río, pero estaba tan cerca que las ondas de choque de las explosiones hicieron añicos las ventanas de Plauru, una diminuta aldea con apenas una decena de casas derruidas en la orilla rumana del Danubio.
El ruido de las explosiones y los cristales rotos despertaron a Puflea y lo hicieron salir corriendo, presa del pánico, para ver qué ocurría.
“Al principio pensé que era una tormenta”, relató, recordando que se había refugiado bajo un peral en su jardín y, luego, vio horrorizado “lo que parecía una película bélica en la puerta de mi casa”.
El cielo nocturno crepitaba con fuego antiaéreo ucraniano y enormes bolas de fuego se elevaban desde tres edificios portuarios ucranianos alcanzados por drones rusos. Una semana antes, Rusia había atacado Reni, otro puerto ucraniano situado al otro lado del Danubio, frente a Rumania.
El objetivo de los ataques rusos era cortar lo que ha sido un salvavidas marítimo para Ucrania gracias a los puertos fluviales, desde la ruptura el mes pasado de un acuerdo que había permitido a Ucrania exportar su grano a través del mar Negro a pesar del bloqueo naval de Rusia. Dado que los puertos marítimos ucranianos son demasiado peligrosos para los buques que transportan grano con destino a Oriente Medio y África, sus puertos en el Danubio se han convertido en la última salida marítima para millones de toneladas de grano.
Sus principales puertos del Danubio —Izmaíl y Reni— se han convertido también en una trampa potencialmente peligrosa, al encontrarse tan cerca de Rumania, miembro de la OTAN, y, por tanto, del territorio cubierto por el compromiso de seguridad colectiva de la alianza. Un dron o misil ruso que volara unos metros fuera de su trayectoria podría arrastrar a Estados Unidos y sus aliados a una confrontación militar directa con Moscú.
La última vez que se temió que la OTAN fuera objeto de un ataque ruso fue en noviembre, cuando un misil que Ucrania insistió en que era ruso cayó en un pueblo polaco a pocos kilómetros de la frontera ucraniana y mató a dos polacos. Pero resultó ser un misil de defensa antiaérea ucraniano, por lo que los temores de una guerra más amplia se disiparon rápidamente.
Sin embargo, los episodios rumanos siguen manteniendo los nervios a flor de piel. El sábado, tres días después del ataque con drones a Izmaíl, las sirenas antiaéreas volvieron a sonar en el lado ucraniano del río. No se produjo ningún ataque, pero el estruendo de las sirenas, claramente audible al otro lado del Danubio en Plauru, convenció a algunos aldeanos rumanos de que estaban viviendo en una zona de guerra.
Daniela Tanase, de 44 años, que vive con su hijo y su esposo al final del pueblo, dijo que las sirenas habían despertado a su familia a las 6 a.m. El pueblo es indiscutiblemente parte de Rumania, afirmó, pero el ataque de los drones la dejó con la sensación de “como si estuviéramos allí”, en Ucrania.
Los habitantes de la aldea no creen que Rusia tenga intención de atacar su aislado rincón de Rumania, entre otras cosas porque el pueblo tiene muy pocas cosas que Rusia pueda codiciar. “Aquí parece la Edad Media: no hay agua potable, ni tiendas ni carreteras”, explicó Marin Stoian, un jubilado que se trasladó a Plauru en verano para estar con su pareja, una lugareña de 71 años. “Aquí no hay nada para Rusia ni para la OTAN”, añadió.
Pero sean cuales sean las intenciones de ambas partes, el riesgo de un error de cálculo es aterrador.
La preparación para posibles problemas en el Danubio forma parte desde hace tiempo de los ejercicios militares anuales de la OTAN en Rumania. En su iteración más reciente, en junio, soldados estadounidenses y rumanos cruzaron una sección del río para poner a prueba lo que la alianza describió como “su capacidad para moverse rápidamente a través de terreno difícil durante operaciones militares”.
“Formamos parte de la OTAN y no deberíamos correr ningún peligro por parte de Rusia, pero podría producirse fácilmente un accidente en cualquier momento. Nuestra orilla del río está a pocos metros de Ucrania”, declaró Teodosie Gabriel Marinov, gobernador de la Autoridad de la Reserva de la Biosfera del Delta del Danubio, organismo gubernamental responsable de la parte rumana de una vasta zona húmeda situada entre Rumania y Ucrania.
“Ahora todos podemos ver que cualquier cosa puede pasar”, dijo Marinov la semana pasada en una entrevista en su oficina en Tulcea, la capital regional. Su ventana ofrecía una vista impactante de embarcaciones de recreación llenas de turistas que se dirigían al delta, enormes cargueros que se dirigían río arriba para recoger grano ucraniano y, en la distancia, gruesas columnas de humo negro que se elevaban desde las instalaciones portuarias de Izmaíl incendiadas por drones rusos.
Salpicada de pueblos aislados como Plauru, a muchos de los cuales solo se puede acceder en barco, la reserva del delta del Danubio es un laberinto de lagos, ríos y canales. El área, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es célebre por su abundante vida de aves, flora exótica y caballos salvajes.
“Desafortunadamente, las prioridades en este momento no están relacionadas con la protección del medio ambiente”, dijo Marinov, el gobernador de la biosfera, y agregó que no se había reunido con su homólogo ucraniano en meses porque la parte del delta de Ucrania ya no está administrada por funcionarios preocupados por la protección de pájaros y peces, sino por los militares.
Durante unas horas de tensión el 2 de agosto, pareció como si Rusia hubiera cruzado una línea roja hasta entonces inviolable entre el territorio ucraniano y el de la OTAN. El hijo de Tanase, Marius, pescador, dijo al alcalde de un grupo de aldeas del delta del Danubio que había visto al menos una aeronave no tripulada rusa sobrevolar directamente la casa familiar antes de desviarse del espacio aéreo rumano para atacar Izmaíl. Otro aldeano informó que un dron había aterrizado en un bosque de Rumania.
El alcalde, Tudor Cernega, transmitió la historia del pescador a una cadena de televisión rumana, que no tardó en informar que drones rusos habían entrado en Rumania. Por la tarde, expertos y comentaristas de los medios de comunicación discutían con ansiedad si Rumania y, por tanto, la OTAN, estaban siendo atacadas.
Según Cernega, el estado de alarma era tan intenso que el sacerdote ortodoxo local huyó con su familia en ferri a la ciudad más cercana.
“Ahora resulta gracioso, pero en aquel momento era aterrador”, afirmó. “Todos teníamos la impresión de que nos habían abandonado”.
Las fuerzas aéreas rumanas enviaron un equipo de expertos a Plauru para investigar. Mediante un comunicado, el Ministerio de Defensa informó que no había encontrado indicios de que ningún dron ruso hubiera aterrizado en el bosque ni de que se hubiera violado el espacio aéreo rumano.
Eso y el conocimiento de que la OTAN tiene una gran base aérea a solo 80 kilómetros de distancia, cerca del puerto del mar Negro de Constanza, ha calmado en gran medida las preocupaciones en Plauru y otros pueblos de que Rusia podría arriesgarse a lanzar un ataque deliberado.
Petrut Pascu, de 36 años, camionero que pasa gran parte de su tiempo fuera de casa trabajando en Irlanda y Gran Bretaña, dijo que él y su esposa compraron recientemente una casa en un pueblo cerca de Plauru y, desde el ataque al puerto de Izmaíl, habían hablado de venderlo. Su esposa, dijo, quiere mudarse, pero no él ve ningún riesgo real. “Creo que estamos a salvo”, dijo. “Pero nunca esperábamos estar tan cerca de esta guerra en Ucrania”.
El pescador, Tanase, sostiene su historia e insiste en que escuchó un dron zumbando directamente sobre la casa de su familia en Plauru. Su madre, Daniela, también cuestiona la versión oficial de los hechos. Ella dijo que el ruido ensordecedor de los drones asustó a la vaca de la familia, que rompió la cuerda y se escapó, junto con su gato.
“El Ministerio de Defensa dijo que los drones no estaban en nuestro territorio, pero no le creo”, dijo. Ucrania, agregó, “está a solo 200 metros de distancia”.
En algunos lugares a lo largo del Danubio, la distancia es incluso menor, pero es difícil de calcular porque la frontera se ha desplazado al cambiar el curso del río.
En la computadora de su oficina, Cernega descargó un mapa oficial que identificaba bosques y tierras de cultivo que siempre consideró parte de su distrito como pertenecientes a Ucrania.
“Necesito saber dónde está realmente la frontera”, comentó. “El Ministerio de Defensa debería decírmelo. Si no, 2 + 2 no son 4, sino 6. Es muy peligroso si no sabemos en qué país estamos”.
Delia Marinescu colaboró con este reportaje.
Andrew Higgins es jefe del buró para Europa central y oriental con sede en Varsovia. Anteriormente fue corresponsal y jefe del buró en Moscú del Times, formó parte del equipo que recibió el Premio Pulitzer de Periodismo Internacional en 2017 y lideró un equipo que ganó el mismo premio en 1999 mientras era jefe del buró en Moscú de The Wall Street Journal.