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Una niña y un sueño se perdieron en la selva

Ahora en Tegucigalpa, la capital de Honduras, consideró sus opciones, sopesando en su mente el trauma de tratar de llegar a un país donde casi seguramente serían rechazadas. “Te escribo esto con lágrimas en los ojos”, dijo por mensaje de texto.

Iría a una oficina de migración a pedir ayuda para volver en avión a casa. “Me duele abandonar el sueño de vivir en un lugar tranquilo”, dijo. “Pero la situación me obliga”.

Inmediatamente después del anuncio de la nueva regla de entrada, los migrantes seguían saliendo del Darién a un ritmo de más de 4000 al día, un récord. Desde entonces, el número se ha reducido a unos 600, todavía 20 veces el promedio diario de hace unos años.

Cuauro y su hija terminaron en un refugio en Honduras con una decena de otros migrantes venezolanos. Allí, esperó a que su familia reuniera suficiente dinero para comprarles vuelos a casa.

Una hermana había llegado a Florida unos meses antes tras entregarse en la frontera, y le dijo a Cuauro que estaba apurándose por encontrar a alguien que las patrocinara para el nuevo programa de entrada, antes de que se llenaran todos los cupos.

Sarah, resfriada, se paseaba por el refugio con desgano.

Del viaje que había terminado allí —el lodo, los ríos, las aterradoras noches sin su mamá— dijo que recordaba “todo”.

Federico Rios colaboró con reportería desde el Tapón del Darién e Isayen Herrera desde Caracas, Venezuela.

Julie Turkewitz es jefa del buró de los Andes, que cubre Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Surinam y Guyana. Antes de mudarse a América del Sur, fue corresponsal de temas nacionales y cubrió el oeste de Estados Unidos. @julieturkewitz


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