Esta pregunta ronda la mente cansada de todo progenitor primerizo: ¿por qué los bebés nacen tan indefensos? En 1960, un antropólogo estadounidense expuso una explicación basada en la evolución humana que ha tenido gran influencia.
En 1960, Sherwood Washburn argumentó que cuando nuestros primeros antepasados empezaron a caminar erguidos, desarrollaron una pelvis más estrecha para caminar largas distancias con mayor eficacia. Al mismo tiempo, esos homínidos desarrollaron cerebros más grandes. Y los bebés con cabezas grandes podían atascarse en un canal de parto estrecho durante el alumbramiento, lo cual ponía en peligro la vida de madres y bebés por igual.
Según Washburn, la evolución resolvió este “dilema obstétrico”, como él lo denominó, acortando el embarazo, de tal manera que las mujeres pudieran parir al bebé antes de que su cerebro hubiera terminado de desarrollarse.
La teoría de Washburn gozó de una gran influencia y se convirtió en una lección habitual de las clases de biología. Sapiens: De animales a dioses, un éxito editorial de 2011, presentó ese dilema obstétrico como un hecho. Muchos investigadores siguen considerándolo así.
Pero una revisión detallada de las pruebas, publicada en la revista Evolutionary Anthropology, desmiente esa idea. En la revisión, Anna Warrener, antropóloga biológica de la Universidad de Colorado en Denver, sostiene que las pruebas existentes hasta la fecha no sustentan con firmeza el dilema obstétrico y que los científicos no han prestado suficiente atención a las posibles alternativas. Es más, según esta científica, esta idea transmite a las mujeres el pernicioso mensaje de que el embarazo es intrínsecamente peligroso.
“Perpetúa una narrativa de incompetencia corporal”, afirmó Warrener.
Durante su posgrado, Warrener no vio ninguna razón para dudar del dilema obstétrico. Para su tesis, investigó uno de los supuestos clave de Washburn: que las mujeres caminan con menos eficiencia que los hombres porque su pelvis es más ancha para el parto. Pero en 2015, tras estudiar a voluntarias en caminadoras, Warrener descubrió que tener una pelvis más ancha no generaba una mayor demanda de oxígeno.
“Llegaron los datos y me dije: ‘Un momento, puede que esta historia no sea del todo correcta’”, recordó.
Holly Dunsworth, antropóloga biológica que ahora trabaja en la Universidad de Rhode Island, tampoco quedó convencida del dilema obstétrico cuando analizó las pruebas a detalle. “Me escandalicé”, dijo.
En 2012, ella y sus colegas publicaron un estudio sobre la duración de los embarazos en humanos y otros primates. Descubrieron que, en general, los primates más grandes solían tener embarazos más largos que los más pequeños. Teniendo en cuenta nuestro tamaño, el embarazo humano no es corto. En todo caso, los embarazos humanos son más largos de lo que cabría esperar en primates de nuestro tamaño.
Desde entonces, Dunsworth se ha convertido en una fuerte crítica del dilema obstétrico, con el argumento de que el momento del parto viene determinado por el tamaño del cuerpo de los bebés, no por su cabeza. Ella propone que el proceso del parto comienza cuando el feto demanda más energía de la que el cuerpo de la madre puede proporcionarle. “Damos a luz a bebés enormes”, afirmó.
Sin embargo, otros científicos han salido en defensa de la teoría, aunque admiten que su concepción original era demasiado simplista.
En un estudio publicado el mes pasado, un equipo de investigadores sostuvo que la diferencia entre la pelvis masculina y la femenina muestra signos de cómo la selección natural actúa en distintas direcciones. Aunque, en promedio, los hombres son más grandes y más altos que las mujeres, algunas partes de su pelvis son relativamente más pequeñas. Las mayores diferencias se encuentran en los huesos que rodean los canales del parto en las hembras humanas.
A pesar de estas diferencias, la pelvis femenina sigue creando un espacio estrecho entre la cabeza del bebé y el canal del parto, lo que a veces pone en peligro tanto al bebé como a la madre.
“¿Por qué la selección natural no logró resolver esta situación y hacer que el parto fuera menos arriesgado?”, se preguntó Nicole Grunstra, antropóloga evolutiva de la Universidad de Viena y una de las autoras del estudio. “Evolucionó para hacer concesiones evolutivas entre demandas contrapuestas”, explicó; en otras palabras, para resolver un dilema obstétrico.
Pero Grunstra reconoció que la versión original de la teoría de Washburn tiene algunos fallos. Sospechaba que caminar podría no haber sido el factor más importante en la evolución de la pelvis. Según ella, el mero hecho de estar de pie quizá haya ejercido presión sobre el piso pélvico, lo que habría impedido la evolución de un canal de parto más espacioso.
Estos argumentos no convencen a los escépticos. En su nueva revisión, Warrener cuestiona que los bebés atascados en los canales de parto supongan una amenaza importante para la vida de las mujeres. Es mucho más frecuente que las madres mueran por pérdida de sangre o infecciones.
También criticó la manera en que Grunstra y otros defensores del dilema obstétrico defienden su hipótesis. En su opinión, están bajo el supuesto de que la selección natural ha perfeccionado cada elemento de la anatomía humana para que lleve a cabo un trabajo específico.
A veces, según Warrener, las adaptaciones son casualidades. Por ejemplo, algunos de los genes que construyen la pelvis también intervienen en el desarrollo de otras partes del esqueleto. Si otro hueso de nuestro cuerpo evolucionara para crear una nueva forma, la pelvis podría modificarse solo por efecto secundario, no porque estuviera evolucionando para caminar o dar a luz.
“Creo que las diferencias en la pelvis de hombres y mujeres han sido una especie de pista falsa”, afirmó Dunsworth. Al igual que otros huesos, la pelvis no tiene una forma fija codificada en un plano genético. En su desarrollo influyen los tejidos que la rodean, como el útero, los ovarios y otros órganos. Las proporciones de la pelvis femenina pueden deberse en parte a todos los órganos que crecen en su interior.
A Dunsworth y Warrener les preocupa que el dilema obstétrico lleve a una noción generalizada del cuerpo femenino como ineludiblemente defectuoso.
“Eso solo nos convierte en problemas que la medicina debe resolver”, concluyó Dunsworth. Esa narrativa puede desempeñar un papel en la medicalización del parto en las últimas décadas, agregó.
La Organización Mundial de la Salud advirtió que los médicos realizan cada vez más intervenciones médicas innecesarias en las madres, mientras que los trastornos crónicos que pueden amenazar la salud materna, como la presión arterial alta, la obesidad y la diabetes, reciben poca atención.
“La forma en que vivimos ahora probablemente no nos lleve a enfrentar el desafío del parto tan bien como lo hicieron nuestros cuerpos cuando se desarrollaron de manera diferente en el pasado”, dijo Dunsworth.
Pero reconocer la excesiva medicalización del embarazo moderno no termina con el debate sobre sus orígenes, dijo Grunstra. “Eso en sí mismo no significa que las explicaciones evolutivas estén equivocadas”, dijo.
Carl Zimmer escribe la columna “Orígenes”. Ha publicado catorce libros, entre ellos Life’s Edge: The Search For What It Means To Be Alive.