Matsumoto eventualmente se convertiría en un empresario adinerado que sirvió a varios presidentes mexicanos: desde el francófilo Porfirio Díaz hasta el revolucionario Álvaro Obregón y el nacionalista Lázaro Cárdenas. Con su florería, que abrió en 1898, Matsumoto presentó llamativos arreglos florales a la alta sociedad y creó ramos de flores para las estrellas de la era dorada del cine mexicano.
En los últimos años, el talento de Matsumoto con las flores lo ha convertido en una especie de ícono de la cultura popular local, un héroe silencioso: el jardinero que trajo las jacarandas a México. Pero Hernández, quien ha documentado extensamente la trayectoria de Matsumoto, señala que fue mucho más que eso.
Más que introducir las jacarandas a México —algunas ya crecían en estado salvaje—, las domesticó. No solo sugirió un árbol más apropiado para el clima de la capital: otorgó a sus calles una visión estética que resurge cada primavera.
“Matsumoto fue un vendedor de paisajes”, dijo Hernández.
En una ciudad de árboles viejos y aceras torcidas, las jacarandas son buenas inquilinas: sus raíces tienden a crecer hacia abajo, en lugar de hacia los lados, y dejan la infraestructura urbana casi intacta. Pero debido a que crecen a gran altura (llegan a alcanzar hasta 24 metros), pueden ser némesis de los cables eléctricos y blanco de los podadores de árboles de la empresa de energía eléctrica.
En los últimos años, las jacarandas también han atraído detractores: “Florece polémica por las jacarandas”, decía un artículo de este mes que cita a especialistas que advertían que las especies exóticas podrían crear un desequilibrio en los ecosistemas locales.
“Están muy hypeadas”, es decir, de moda, dijo Francisco Arjona, de 34 años, un ingeniero ambiental que dirige recorridos para admirar los árboles de Ciudad de México. Arjona es capaz de enumerar parques, intersecciones y estacionamientos donde admirar el espectáculo, pero también recuerda a los visitantes que la capital alberga muchos otros hermosos árboles nativos.