AL KHOR, Catar — Con su aura arrogante de exclusividad, la entrada VIP al estadio Al Bayt, con alfombra roja y cuerdas de terciopelo, parece diseñada para inspirar la máxima cantidad de asombro y envidia. Mientras los aficionados normales eran arreados a través de sus puertas en el partido de Inglaterra contra Estados Unidos que se celebró el 25 de noviembre, a los invitados VIP los recibía una exótica figura vestida como una especie de antílope, cubierta de pies a cabeza con cuadros dorados resplandecientes.
(Cuando se le presionaba para que revelara su identidad, el personaje, que en teoría no debía hablar, murmuraba en voz baja: “Oryx”).
Sin embargo, así es el Mundial de Catar, donde hay algo aún mejor que la entrada VIP: la entrada VVIP.
No está disponible, ni siquiera totalmente visible, para ti. La entrada VVIP del Al Bayt, flanqueada por barreras y desconectada del sistema vial regular, es una ruta amplia en la que los aficionados más importantes, empezando por el emir de Catar, quien llega en helicóptero con su séquito y luego se sube a un Mercedes, son transportados directamente a su enclave especial en el estadio. De este modo, nunca tienen que interactuar con los aficionados normales, ni siquiera ocupan el mismo espacio general.
Todos los recintos deportivos tienen su sistema de lujo estratificado: el palco del dueño, los salones de negocios, los ascensores de acceso especial, los asientos ridículamente caros, los asientos todavía más ridículamente caros. No obstante, en la Copa del Mundo de este año, la convergencia de dos entidades inundadas de lujo y privilegio —Catar, donde todo el poder y los privilegios fluyen desde el emir, y la FIFA, el órgano rector del fútbol mundial, con su vasta riqueza y red de patrocinadores— ofrece un recordatorio de que siempre hay un grado de exclusividad más selecto.
En el Mundial de este año, la principal diferencia entre los asientos de lujo y los regulares es el alcohol. Para sorpresa de los aficionados (y de Budweiser, la cerveza oficial del torneo desde 1986), Catar se retractó y decretó, justo antes del comienzo del evento, la prohibición de la venta de cerveza con alcohol (de hecho, de cualquier tipo de alcohol) en los estadios y sus alrededores.
Sin embargo, eso no afectó el flujo de cerveza gratuita —ni de champaña, whisky escocés, ginebra, whisky estadounidense, vino y otras bebidas— disponible para los aficionados en las zonas VIP, VVIP y de hospitalidad. Al parecer, las reglas no se aplican para ellos.
Por ejemplo, en una sala de hospitalidad de 3000 dólares por asiento en el estadio Al Bayt durante el partido entre Estados Unidos e Inglaterra, el menú del bar incluyó champaña Taittinger, whisky Chivas Regal de 12 años, brandy Martell VSOP y tequila José Cuervo 1800.
“Si quieres beber alcohol, no puedes hacerlo en los estadios”, comentó Keemya Najmi, quien estaba de visita de Los Ángeles con su familia. “Así que esto es mucho más cómodo”.
Para mayor comodidad, los asistentes son recibidos con un mostrador exclusivo de registro con recepcionistas sonrientes que reparten pases especiales y bolsitas de regalo; una bebida de bienvenida de infusión de cilantro que era una recarga para el sistema; mesas adornadas con nueces, dátiles, palomitas y papas fritas; un bufé infinitamente suntuoso que incluía platillos como paleta de cordero cocinada a fuego lento y filete de atún marinado, junto con una estación de cortes de carne y una selección de seis postres; además, una banda que tocaba temas favoritos de los aficionados de todas las culturas, como “Sweet Caroline”.
En total, hay cinco niveles de “hospitalidad” en los estadios, según Match Hospitality, un socio de la FIFA que opera esas secciones, con precios que empiezan en 950 dólares por asientos de estadio donde se sirve comida de estilo callejero, junto con vino y cerveza. En el nivel más alto se encuentran las suites privadas que cuestan unos 5000 dólares por persona y ofrecen comidas de seis tiempos a cargo de un chef privado, cocteles servidos por sumilleres y mixólogos y la promesa de “apariciones especiales” de celebridades no identificadas.
La suite más exclusiva es la Pearl Lounge, justo arriba de la línea de medio campo en el estadio de Lusail, la cual ofrece a cada invitado un “excepcional regalo conmemorativo”. Según alguien que ha estado en ella, también hay una suite en el Al Bayt que, por alguna razón, cuenta con una cama retráctil y un baño equipado con una ducha.
Este Mundial ha recaudado unos 800 millones de dólares en ventas de asientos de hospitalidad, un récord en la industria deportiva, según un vocero de Match Hospitality. No obstante, muchos de esos invitados han pagado por el privilegio, a diferencia, al parecer, de los VIP (o los VVIP).
La taxonomía de los niveles VIP ha sido un tema de debate entre quienes frecuentan esos espacios. Hay diferentes teorías. “Los VIP son los patrocinadores”, declaró una mujer que, todo hay que decirlo, trabaja para uno de los patrocinadores y estaba en un salón de hospitalidad, no en una suite VIP. (Ella no está autorizada para hablar con la prensa y pidió que no se use su nombre).
No, dijo un periodista saudita en las gradas que también pidió que no se usara su nombre. “Los VIP suelen ser del sector empresarial y bancario”, dijo. “Los VVIP son el emir y las personas que lo rodean, su familia, su padre, y los funcionarios extranjeros”. Esos incluirían, presumiblemente, al príncipe heredero Mohammed bin Salman de Arabia Saudita, quien se sentó cerca del emir durante el partido inaugural, así como a Jared Kushner e Ivanka Trump, quienes fueron vistos en un palco de lujo en el partido de Estados Unidos.
Hay un consenso de que los altos directivos de la FIFA, como el presidente Gianni Infantino, son VVIP, pero que el resto del personal de la FIFA y afines son simples VIP.
Mientras tanto, un catarí involucrado en la organización de la logística del torneo, quien no quiso hablar de manera oficial porque no está autorizado, mencionó que a veces hay un exceso de personas VIP en los eventos cataríes. En ese caso, son tantas las personas que acaban ascendiendo a la categoría de VVIP que los organizadores se ven obligados a crear un nivel completamente nuevo: VVVIP, el equivalente humano a un hotel de siete estrellas.
Con toda esta inflación de VIP, ¿a alguien le podría extrañar que los visitantes sufran de ansiedad por el estatus?
Una mañana reciente, en el lujoso Fairmont Doha, un imán para antiguas estrellas de fútbol, empresarios acaudalados y altos funcionarios de la FIFA durante el torneo, las autoridades se estaban dando una vuelta antes del primer partido del día. Un musculoso guardia de seguridad era el encargado de repeler a los visitantes no deseados.
Una miembro del Consejo de la FIFA, la junta rectora de la organización, recorría el suelo de mármol del vestíbulo con un teléfono celular pegado a la mejilla derecha. Le estaba diciendo a la persona con la que hablaba por teléfono cuántas entradas (gratuitas) necesitaba para cada partido. Otro funcionario de la FIFA les entregaba entradas que ya había adquirido a huéspedes del hotel.
Se acercaba la hora de salir hacia el estadio y aparecieron dos mujeres vestidas con chaquetas azul marino y unas paletas en mano con las que les indicaron a los invitados que las siguieran: una guiaría a los “VIP de la FIFA”, la otra a los “VVIP de la FIFA”.
Unos minutos después, una pareja bien vestida recibió sus boletos. La mujer se asomó al interior. Había malas noticias.
“Solo VIP”, murmuró.
En la entrada, los VVIP fueron dirigidos a una flotilla de vehículos utilitarios deportivos de color negro que los trasladarían al partido. Los VIP tuvieron que tomar un autobús.
Tariq Panja colaboró en este reportaje.
Sarah Lyall es una escritora que trabaja para una variedad de secciones, incluidas Deportes, Cultura, Medios e Internacional. Anteriormente fue corresponsal en la oficina de Londres y reportera de las secciones Cultura y Metro. @sarahlyall
Christina Goldbaum es corresponsal en la oficina de Kabul, Afganistán. @cegoldbaum