DOHA, Catar — En esos primeros meses de la temporada, antes de que se decidiera nada, las superestrellas del Paris Saint-Germain hablaron principalmente sobre lo que podían ganar juntas.
El campeonato de Francia seguramente era visto como una formalidad; estos días, el PSG siempre parece ganar ese título. La Liga de Campeones se veía como un premio mayor; el equipo, formado con el desembolso de grandes cantidades de la considerable riqueza de Catar, nunca lo había ganado.
Pero en los vestidores de las instalaciones de entrenamiento del Paris Saint-Germain, los tres titulares estelares del equipo —los delanteros estrellas Neymar de Brasil, Kylian Mbappé de Francia y Lionel Messi de Argentina— también tenían otro trofeo en mente. Mientras bromeaban entre ellos en el antiguo vestuario de Camp des Loges, un viejo campamento militar francés rodeado de bosques en las afueras de París, todos sabían que se acercaba la Copa del Mundo y todos deseaban desesperadamente ganarla.
“Todos defienden a su país”, dijo Mbappé, riéndose mientras describía los intercambios durante una entrevista en la oficina de Manhattan de The New York Times este verano. “Pero nos reímos mucho. Decimos: ‘Sí, mi país va a ganar. Te vamos a ganar. No, en serio, te vamos a ganar’”.
Pero ahora, lo que durante meses sirvió como una charla sin importancia, algo que los mejores atletas usaron para desahogarse, de repente se ha vuelto muy real.
Neymar ya no forma parte de la conversación ni del Mundial. Pero Mbappé y Messi están seguros para la final del domingo en el estadio de Lusail. Messi, quien ha dicho que está jugando su última Copa del Mundo, quiere llevarse el único premio que se le ha escapado en una carrera brillante. Mbappé busca un honor diferente: puede convertirse en un doble ganador de la Copa del Mundo si Francia gana el domingo, repitiendo una hazaña lograda por última vez por el Brasil de Pelé en 1958 y 1962.
Mbappé ya había escrito su nombre junto al de Pelé hace cuatro años en Rusia, cuando se convirtió, junto al brasileño, en los únicos adolescentes en anotar en una final de la Copa del Mundo. Su impresionante campaña en ese momento, no solo los goles, sino también la confianza inquebrantable que mostró para ayudar a conseguir el título de Francia, elevó su estatus al de una genuina superestrella de la noche a la mañana.
En Catar, Mbappé ya no podía tener el consuelo de ser un jugador primerizo, alguien que podría surgir de las sombras. Sabía que de él se esperaría excelencia.
“Es diferente porque soy un jugador diferente”, dijo sobre su segunda Copa del Mundo. “Cuando llegué a mi primera Copa del Mundo, era un joven adolescente. Yo era un chico joven. Nadie me conocía bien. Fui un gran jugador del PSG, pero no realmente famoso en todo el mundo. Ahora es diferente. Todo el mundo me conoce, la presión es diferente”.
Hasta ahora, Mbappé parece haber manejado esa presión.
Él y Messi están empatados en la carrera por ser el máximo goleador del torneo, con cinco goles cada uno. Si bien no siempre ha estado en su mejor momento, incluidos tramos curiosamente tranquilos contra Inglaterra y Marruecos en la ronda eliminatoria, Mbappé ha mostrado regularmente destellos del ritmo y la explosividad que dejarán pocas dudas de que lleva sobre sus hombros las posibilidades que tiene Francia de conquistar a Argentina y a Messi.
“Para mí es lo más importante del fútbol mundial”, dijo Mbappé. “Porque cuando hablas de fútbol, tienes en mente la Copa del Mundo. Porque esta es la única competición que todo el mundo ve. No es necesario amar el fútbol para ver la Copa del Mundo”.
El atractivo masivo solo se intensificará el domingo. En la final, la historia predominante parece ser esta: será la última oportunidad de Messi para conseguir el trofeo que anhela más que cualquier otro, lo que en parte ha presentado a Mbappé como alguien que puede arruinar la narrativa, el hombre clave que podría evitar que Messi obtenga su final de Hollywood.
Los dos han sido compañeros de equipo durante más de un año, el joven contendiente y la estrella envejecida, y a veces se ha sentido como un acuerdo disparejo. Como si compartir un campo, y por no hablar de una pelota, no fuera suficiente para calmar las colecciones de talento —y egos— reunidos por el PSG, Mbappé dijo que el ruido que a veces rodea esas relaciones no siempre es un reflejo preciso de la realidad.
Después de todo, dijo, como cualquier otro niño amante del fútbol, habría soñado con ser alineado junto a Messi y Neymar.
“Creo que el problema viene de afuera porque todo el mundo hace preguntas que no tienen respuesta, así que crean problemas entre nosotros”, dijo Mbappé en el verano, en medio de rumores de que había exigido tener control como un importe por la renovación de su contrato con el PSG. Los informes noticiosos sobre la discordia, dijo, no eran ciertos. “Tenemos una gran relación”.
Pero es difícil no ver cómo esa relación será puesta a prueba el domingo. Uno de ellos saldrá del campo como un campeón, el otro, con el corazón roto.
Mbappé dijo que sabía qué esperar. Capaz de estudiar el juego de Messi de cerca en su club durante más de un año, dijo que ha estado asombrado por la capacidad del argentino para elegir el movimiento correcto, dar el pase correcto, medir los momentos que requieren su intervención con una sincronización perfecta, sin importar el caos a su alrededor.
“Está tranquilo, siempre tranquilo”, dijo Mbappé sobre Messi. “Tranquilo con el balón. Tranquilo antes de patear. Siempre tiene el control de todo lo que hace.
“Es realmente impresionante porque a veces hay una gran presión con el juego y con los aficionados, con la gente. Pero siempre está tranquilo cuando hay que tomar la decisión correcta en los momentos correctos”.
El domingo también puede decidirse por un momento, por un instante de genialidad de Messi o, tal vez, por un gol de Mbappé que lo lleve a la victoria.
A principios de esta semana, en las primeras horas cuando el miércoles se convirtió en jueves, después de que Francia derrotara a Marruecos en un partido de semifinales, afuera del estadio Al Bayt había una sensación de alivio y presión en el campamento de Mbappé. Fayza Lamari, su madre y piedra angular de su implacable marcha hacia el estrellato desde los primeros días, salió del terreno cerca de la entrada del área para vips gritando: “¡Ganamos! ¡Ganamos!”, mientras se dirigía hacia la salida.
Ella no era la única que sonreía. Catar, que ha gastado más de 200.000 millones de dólares en organizar la Copa del Mundo, ahora tiene la final de sus sueños. En unas pocas semanas, dará la bienvenida a Messi y Mbappé al PSG, reuniendo a sus dos estrellas más importantes en el club propiedad de Catar después de haberse enfrentado en una final de exhibición en Lusail.
Para Catar, la cuestión de Messi o Mbappé realmente no importa. Ya ganó.
Tariq Panja cubre algunos de los rincones más sombríos de la industria del deporte mundial. También es coautor de Football’s Secret Trade, una revelación sobre la industria multimillonaria de comercio de jugadores de fútbol. @tariqpanja