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La ‘terapia de Instagram’ tiene un problema

No es solo el hecho de que esta terapia de Instagram les dé a sus adeptos una excusa conveniente para no asistir a cenas con amigos o silenciar nuestros teléfonos cuando un amigo nos manda un mensaje llorando. Más bien, el problema es que, según este evangelio de autorrealización que se ha vuelto tan prevalente, la búsqueda de la felicidad privada se ha vuelto cada vez más celebrada en el ámbito cultural como el máximo objetivo. El ser “auténtico” —para usar otro término popular— se caracteriza por deseos personales y anhelos individuales. En cambio, las obligaciones, incluidas las obligaciones hacia personas imperfectas y a menudo difíciles, suelen plantearse como meras circunstancias desagradables, que perjudican la búsqueda solitaria de la mejor versión de nuestra vida. Los sentimientos se han convertido en una guía autorizada de lo que debemos hacer, a expensas de nuestro sentido de obligación comunal.

Un artículo publicado en septiembre que representa esta idea del ser, titulado “Tres cosas que hacer si EN SERIO quieres cancelar planes, pero te sientes culpable”, cita a una terapeuta que motiva a los lectores a preguntarse: “¿Cuáles de mis necesidades no se están satisfaciendo?”, para valorar los pros y contras de cancelar planes con amigos. La terapeuta insta a los lectores a “encontrar una solución que satisfaga la mayor cantidad posible de tus necesidades”. Las necesidades de los amigos a quienes se les cancelan los planes no se mencionan.

“Nos hemos retraído a una forma muy subjetivista del individualismo”, dijo Eva Illouz, profesora de Sociología en la Universidad Hebrea de Jerusalén y autora de Saving the Modern Soul: Therapy, Emotions, and the Culture of Self-Help. “Esto significa que nuestras emociones se han convertido en la justificación moral de nuestras acciones”. La mentalidad imperante, a decir de Illouz, es: “Siento algo, por lo tanto, tengo el derecho a exigir esto” o “desistir de una relación”.

Este diagnóstico no es nuevo. En 1966, el sociólogo Philip Rieff publicó The Triumph of the Therapeutic, una crítica de lo que él consideraba una cultura obsesionada con la realización propia y la plenitud personal a costa de conceptos como el deber, la virtud y la obligación colectiva. Más de cincuenta años después, con la tecnología del internet a nuestra disposición, jamás ha sido más fácil hacer públicos nuestros sentimientos privados, o encontrar a personas que los confirmen y validen mediante interacciones en línea.

Por supuesto, muchos terapeutas señalan que las atribuciones de la cultura de la terapia no representan lo que es la verdadera terapia clínica. Es importante que los especialistas ayuden a sus pacientes a diferenciar cómo se sienten respecto de una experiencia y “si esa sensación en realidad fue detonada por su propio trauma pasado”, explicó Traci Bank Cohen, una psicóloga que radica en Los Ángeles. Ella delimita una distinción entre validar los sentimientos de un paciente —hacer que la persona se sienta escuchada con compasión y atención— y afirmar una realidad falsa. Pero a medida que el lenguaje terapéutico ha salido de los consultorios, su cometido se ha ampliado y sus matices se han perdido. Nos hemos acostumbrado cada vez más a percibirnos como los protagonistas de nuestra propia vida y a los demás como obstáculos en nuestro camino.

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