Aun así, hay numerosos aspectos de nuestra sociedad cuya configuración no permite el buen desarrollo de los pensadores visuales, como somos muchos neurodivergentes. De hecho, muchos aspectos de nuestra sociedad parecen pensados específicamente para que fracasemos. Las escuelas obligan a los estudiantes a amoldarse a un mismo plan de estudios para todos. El entorno laboral depende demasiado de los currículos y las calificaciones escolares para juzgar la valía de los candidatos. Esto debe cambiar, no solo porque las personas neurodivergentes, y todos los pensadores visuales, merezcan un mejor trato, sino también porque, sin un importante cambio de mentalidad sobre cómo aprendemos, la innovación acabará sofocada en Estados Unidos.
Cuando tenía 7 u 8 años, me pasaba las horas jugueteando y experimentando para tratar de descifrar cómo hacer que los paracaídas que hacía con pañuelos viejos se abrieran más rápido cuando los lanzaba al aire. Esto requería una observación atenta para determinar el modo en el que unos pequeños ajustes de diseño pueden afectar el rendimiento general. Mi fijación, rayana en la obsesión, se debía probablemente a mi autismo. Por aquel entonces había un libro sobre inventores famosos y sus inventos que me encantaba. Me impresionó que Thomas Edison y los hermanos Wright estuviesen tan concentrados en el objetivo concreto de averiguar cómo fabricar una bombilla o un aeroplano. Dedicaron muchísimo tiempo a perfeccionar obsesivamente sus inventos. Es probable que algunos de los inventores del libro también fuesen autistas.
Oímos hablar mucho sobre la necesidad de arreglar la infraestructura de Estados Unidos, pero también ponemos demasiado énfasis en las cosas que se necesita mejorar y actualizar, en vez de en las personas que podrán hacer ese trabajo. Durante 25 años, he diseñado instalaciones para manejar el ganado, y he trabajado con personas muy cualificadas que construyeron el equipamiento. Cuando hago una retrospectiva, a los proyectos que diseñé para grandes empresas, calculo que el 20 por ciento de los soldadores y proyectistas tenían autismo, dislexia o TDAH. Recuerdo que dos personas eran autistas y eran titulares de numerosas patentes por aparatos mecánicos que habían inventado, y que habían vendido equipamiento a muchas empresas. Nuestras competencias visuales fueron clave para nuestro éxito.
Hoy, queremos que nuestros estudiantes sean muy completos; deberíamos pensar en asegurarnos de que la educación que les proporcionamos también lo sea. Al mismo tiempo, apuesto a que las personas que arreglarán la infraestructura del país habrán dedicado horas y horas a una sola cosa: sean los Legos, el violín o el ajedrez; la hiperconcentración es una señal clásica de pensamiento neurodivergente, y es crítica para la innovación y la invención.
A menudo me preguntan qué haría para mejorar los colegios de primaria y las escuelas de secundaria y bachillerato. El primer paso sería hacer más hincapié en las asignaturas prácticas, por ejemplo, de arte, música, costura, carpintería, cocina, teatro, automoción y soldadura. Yo habría odiado la escuela si hubiesen eliminado las asignaturas prácticas, como han hecho muchas ahora. Estas asignaturas ponen en contacto a los alumnos —y en especial a los neurodivergentes— con habilidades que podrían convertirse en una carrera profesional. Ese contacto es clave. Hay muchos estudiantes que crecen sin haber utilizado jamás una herramienta. Están completamente apartados del mundo de lo práctico.