El juicio por corrupción de Genaro García Luna, en un momento el rostro de la violenta guerra contra las drogas de México, inició el lunes con descripciones radicalmente distintas del acusado.
En su intervención de apertura, los fiscales federales dijeron que, durante más de una década, García Luna llevó una doble vida y recibía millones de dólares en sobornos para proteger a los mismos traficantes que debía estar persiguiendo.
Pero sus abogados refutaron que, a pesar de estos argumentos, García Luna, que lideró la versión mexicana del FBI, de hecho fue lo que siempre aseguró: un hombre honesto de la ley que ayudó a Estados Unidos a detener a figuras importantes del Cártel de Sinaloa que ahora buscaban vengarse de él en su papel de testigos del gobierno.
El juicio, que podría llegar a durar hasta ocho semanas, planteará una difícil decisión al jurado en el Tribunal Federal de Distrito de Brooklyn: ¿García Luna fue un flagelo para el Cártel de Sinaloa, el principal grupo criminal de México, o su servidor secreto? El proceso llevará a los jurados a un recorrido de los vertiginosos juegos de espejos que a menudo hay en los pasillos del poder en México.
Es el funcionario mexicano de más alto rango en ser juzgado en un tribunal de Estados Unidos por cargos de narcotráfico.
Philip Pilmar, fiscal federal, abrió el caso del gobierno con la biografía profesional del acusado.
Le dijo al jurado que García Luna ingresó al servicio público en 1989 trabajando para el CISEN, una agencia de inteligencia que se acababa de crear en México. De 2001 a 2006 fue director de la Agencia Federal de Investigación. Después, durante la presidencia de Felipe Calderón, fue nombrado secretario de Seguridad Pública de México, un puesto poderoso en el gabinete, que ocupó hasta 2012.
Pero en todo ese tiempo, García Luna, acusado de ser parte de una empresa criminal establecida, estuvo traicionando a sus colegas y a su país, según aseguró Pilmar.
“Mientras tenía el encargo de trabajar para el pueblo mexicano, también tenía otro empleo, un empleo más sucio, un empleo más redituable”, dijo Pilmar. El trabajo, prosiguió, era proteger los enormes envíos de cocaína y otras drogas del Cártel de Sinaloa que cruzaban la frontera hacia los consumidores estadounidenses.
En su intervención de apertura, César de Castro, el principal abogado de García Luna, le dijo al jurado que a pesar de sus acusaciones, el gobierno no tenía pruebas concluyentes de la culpabilidad de su cliente y que el caso de la fiscalía recaería casi exclusivamente en testimonios de integrantes del propio cártel. Muchos de esos testigos fueron personas a las que García Luna ayudó a detener en México y extraditar a Estados Unidos, lo que les daba un motivo para declarar en su contra.
“Qué mejor venganza”, dijo de Castro, “que sepultar al hombre que lideró la guerra contra los cárteles”.
De Castro también señaló que a lo largo de su carrera, García Luna colaboró de cerca con la crema y nata de los altos funcionarios estadounidenses de los departamentos de Estado y de Justicia, así como del Congreso y la Casa Blanca.
Para ello mostró al jurado una selección de fotografías de su cliente con Eric Holder, exprocurador general, y Hillary Clinton, otrora secretaria de Estado, así como estrechando la mano del entonces presidente Barack Obama.
Tras las intervenciones de apertura, el gobierno llamó al estrado a su primer testigo: Sergio Villarreal Barragán, un exagente de policía que cambió de bando en la guerra contra las drogas y alrededor de 2001 se fue a trabajar para el Cártel de Sinaloa.
Villarreal Barragán, un hombre imponente conocido como “el Grande”, le dijo al jurado que estuvo presente cuando su jefe, Arturo Beltrán Leyva, alto cabecilla del cártel, entregó sobornos a García Luna.
Si bien no dio cifras concretas, Villarreal Barragán indicó que el dinero que se le dio a García Luna le ayudó a los traficantes a extender sus operaciones en grandes extensiones del resto de México.
“Los pagos crecieron conforme creció el cártel”, dijo Villarreal Barragán, “y sin ese apoyo habría sido prácticamente imposible”.
Alan Feuer cubre extremismo y violencia política. Se unió al Times en 1999. @alanfeuer