Los dirigentes llegaron a poner a Mistral en la moneda y promovieron su imagen de maestra matrona de la nación. La mayoría de los chilenos la conocían como la “señora gris, fea, fome” que los miraba con el ceño fruncido desde el billete, dijo María Elena Wood, una cineasta que hizo un documental sobre Mistral en 2011.
Tras el fin de la dictadura en 1990, algunos estudiosos comenzaron a cuestionar su retrato como una santa solterona. Pero sus afirmaciones sobre su vida personal encontraron resistencia.
“Mistral era un ícono muy protegido”, dijo Fiol-Matta, cuyo libro fue rechazado por editores locales en parte porque afirmaba que la poetisa era una lesbiana de clóset. “Me dijeron que estaba trayendo algo extranjero a Chile, que quería ver lesbianismo por todas partes”.
En 2007, las grietas empezaron a ensancharse. Ese año se hicieron públicas un montón de cartas entre Mistral y Dana. En ellas, Mistral oscila entre madre cariñosa —a menudo llamaba a Dana, 31 años menor que ella, “mi hijita”— y amante celosa, reprendiéndola por reunirse con otros hombres y mujeres.
“Yo vivo fijo en ti como un poseso (poseído), excepto en los momentos en que leo o escribo”, escribió Mistral en 1950. En otro intercambio epistolar, Dana le decía a Mistral: “¿Y piensas tú, que en mi mirada a ti, y mi manera de tocarte a ti, no hay cosas que yo no puedo decir o mostrar? Yo te quiero del fondo de mi ser”.
Mistral negó categóricamente ser lesbiana. Sin embargo, algunos estudiosos afirman que las cartas y el inusual estilo de vida de Mistral sugieren que al menos era queer. Vivió largas temporadas con secretarias que actuaban como confidentes. Y adoptó y crio a su sobrino con otra mujer, Palma Guillén, una diplomática mexicana.
Ahora, décadas después de que la dictadura se apropiara por primera vez de la imagen de Mistral, los activistas chilenos la celebran como ícono feminista y LGBTQ, aunque Mistral nunca se identificó como ninguna de ellas.