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Puerto Rico y la autosuficiencia alimentaria

El huracán María ocasionó pérdidas de alrededor de 780 millones de dólares en valor agrícola en Puerto Rico. Miles de hectáreas de plantaciones de café, plátano y plátano macho desaparecieron. Pero en las zonas en las que persiste la pequeña agricultura de subsistencia, algunos cultivos sobrevivieron, como los numerosos tubérculos comunes en la cocina tradicional puertorriqueña. Los agricultores que desenterraban la yuca, el ñame y la batata intercambiaban sus cultivos por otros productos o los regalaban. Los plátanos y los plátanos machos caídos se recogían del suelo y se intercambiaban. Según Avilés-Vázquez, antes de que pudieran llegar los suministros de alimentos de emergencia del exterior, en algunos lugares había surgido una economía informal. La gente se reunía para cocinar y complementaba sus comidas con alimentos cultivados localmente.

Algunos agricultores están desarrollando un tipo de agricultura llamado agroecología. La agroecología, como se practica en Puerto Rico, suele consistir en el policultivo; es decir, el cultivo conjunto de diferentes productos, el compostaje, el no uso o el uso limitado de fertilizantes y pesticidas sintéticos, así como el énfasis en la mejora de la vida rural. La filosofía que sustenta esta práctica es gestionar los cultivos como un ecosistema. Avilés-Vázquez señala una renombrada finca agroecológica llamada El Josco Bravo como un ejemplo del mayor interés en esta estrategia. En 2014, la finca comenzó a ofrecer un curso semestral de agroecología y recibió 60 solicitudes. Este año, recibió 748.

Dalma Cartagena, una de las fundadoras de la Organización Boricuá, una organización no lucrativa dedicada a preservar las técnicas agrícolas tradicionales, considera que el creciente atractivo de la agroecología es una señal de que la isla por fin está recuperando el sentido común. Creció en la granja de su abuelo en los años sesenta. Según recuerda, en aquellos días nadie tenía pertenencias caras y la gente trabajaba arduamente, pero todos comían bien, se nutrían de los alimentos que provenían de sus pequeñas parcelas. Los vecinos compartían lo que producían. “Era una forma de ser autosuficiente. Había una cultura de apoyo mutuo que no necesariamente va a dólares y centavos”, recuerda. Cartagena no quiere acabar con la agricultura moderna e industrial, pero sí quiere que se recuperen las virtudes de esa época.

Algunas prácticas agroecológicas pueden ayudar a que el campo puertorriqueño sea más resiliente a los huracanes. A medida que el mundo se calienta, los agricultores de todo el mundo se enfrentan al dilema de cómo resistir las tormentas, las sequías, las olas de calor y las inundaciones, que son cada vez más extremas. Las respuestas serán diferentes según la región. Los desafíos de la agricultura en las llanuras semiáridas de Kansas no son los mismos que los de los agricultores del interior montañoso y tropical de Puerto Rico. Pero, según John Reganold, profesor de Ciencias del Suelo y Agroecología de la Universidad Estatal de Washington, hay una recomendación que aplica en todos los casos: aumentar la materia orgánica en el suelo. Esta materia orgánica, los residuos que los seres vivos dejan en la tierra, puede provenir de plantas muertas, exudados de raíces, microbios, hongos, estiércol, incluso animales e insectos en descomposición. Según Reganold, es importante porque proporciona una “estructura” que ayuda a que el agua se infiltre en el suelo (en lugar de que siga su paso) y actúa como una esponja, que retiene nutrientes esenciales para las plantas y almacena agua para las sequías. En general, cuanta más materia orgánica haya en el suelo, menor será la necesidad de fertilizantes.

Reganold afirma que la agricultura convencional se ha desarrollado durante el último siglo sin considerar la materia orgánica del suelo. En general, la materia orgánica se ha agotado a causa del arado y la no aplicación de prácticas de restitución. En el Caribe, la capa superior del suelo corre constantemente el riesgo de ser arrastrada por el agua o el viento. Pero, desde principios de la década de los 2000, los científicos saben que ciertas prácticas agroecológicas pueden ayudar a reducir los efectos destructivos de las tormentas. Tras el paso del huracán Mitch por Nicaragua en 1998, un amplio estudio reveló que a las fincas con cultivos de cobertura y terrazas les fue mejor que a las convencionales que carecían de estas características. Los cultivos de cobertura no se plantan para cosecharse, sino para enriquecer el suelo y mantenerlo en su sitio; las terrazas frenan el flujo de agua cuesta abajo. En Nicaragua, las explotaciones agroecológicas conservaron, en promedio, un 40 por ciento más de tierra vegetal que las convencionales. Y perdieron un 18 por ciento menos de tierra cultivable por los deslaves.

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