Como muchas buenas ideas, el concepto de LagoAlgo surgió durante unos tragos entre amigos. En este caso, tequila.
Cristóbal Riestra, uno de los principales comerciantes de arte de la Ciudad de México, pasaba el rato con Joaquín Vargas, uno de los restauranteros más ocupados, durante el punto álgido del confinamiento pandémico. Vargas mencionó que estaba planeando relanzar una cafetería en el bosque de Chapultepec y quería que el arte contemporáneo fuera parte de la ecuación.
Y arte es algo que Riestra, propietario de la Galería OMR, un baluarte de la ciudad desde hace 40 años, conoce muy bien.
Lo que comenzó como una invitación para hacer una exhibición temporal, rápidamente evolucionó a un compromiso compartido para crear una asociación en toda regla en lo que concibieron como un nuevo tipo de atracción, donde las exposiciones artísticas de clase mundial y la gastronomía con visión de futuro tuvieran partes iguales, como explicó Riestra. El lugar no sería ni una galería con una cafetería, ni un restaurante con obras de arte, sino algo en el medio. Todo el concepto, además, unido por un enfoque compartido en la sostenibilidad.
El nombre anagramático llegó de forma natural. “Lago” ya era el nombre del restaurante. “Algo” es una palabra destinada a mantener abiertas las percepciones públicas sobre cómo podría desarrollarse la parte artística.
“Estamos intentando redefinir lo que puede ser una institución como esta y cómo puede funcionar”, dijo Riestra, durante una entrevista en el café.
LagoAlgo no solo funciona de manera distinta a la mayoría de los establecimientos de comida o arte, sino que se ve único, comenzando con el lugar donde se encuentra: dentro de una elegante pieza de arquitectura moderna que se encuentra frente a un lago en la segunda sección del bosque de Chapultepec, un espacio abierto serpenteante con abundantes aves acuáticas e imponentes ahuehuetes que está a una buena caminata de media hora al oeste de los famosos museos de arqueología y arte que se encuentran en la primera sección más cuidada del parque.
La estructura de 1964 —diseñada por el arquitecto Alfonso Ramírez Ponce cuando tenía 23 años— fue parte de un plan de remodelación de toda la ciudad impulsado por la celebración de los Juegos Olímpicos de 1968. Ciudad de México, la orgullosa anfitriona, quiso mostrarse como una metrópolis del momento y desplegó el lenguaje de moda del modernismo para fundamentar su caso.
Ramírez entendió claramente la estrategia. Llenó el lugar con los grandes éxitos del diseño del siglo XX, un plano de planta abierta, paredes de concreto y ventanas del piso al techo. Cubrió todo con un techo inclinado en forma de silla de montar —un paraboloide hiperbólico en términos de diseño— que le dio una presencia distintiva.
La edificación siempre ha albergado un restaurante de una forma u otra. Comenzó como un elegante club de cena donde estrellas de cine, como la legendaria María Félix, cenaban y bailaban mientras camareros con corbatines empujaban enormes carritos de postres. Sin embargo, a lo largo de las décadas, el restaurante fue perdiendo su brillo. Constantemente cerraba y reabría, mientras los múltiples esfuerzos para reavivarlo fracasaban.
Eso, hasta que LagoAlgo vino al rescate. Los socios contrataron a la firma mexicana de arquitectura Naso para reconstruir el edificio y eliminar años de renovaciones mal planeadas, despejar paredes y actualizar el mobiliario. El grupo de restaurantes CMR de Vargas se inspiró en el entorno natural del lugar para desarrollar un menú completamente nuevo de la granja a la mesa. Como todo lo demás referente a LagoAlgo, el restaurante es difícil de categorizar. El espacio tiene dos niveles, el inferior tiene un restaurante de lujo, con percheros y sillas tapizadas, y el superior parece más una cafetería informal y un espacio de trabajo conjunto.
Del mismo modo, las exposiciones no encajan en las definiciones comunes del mundo del arte. Técnicamente, Algo es una galería comercial —todas las obras están a la venta, recuerda Riestra a los visitantes— pero tiene el aire de un museo sin fines de lucro, con exposiciones colectivas de nombres internacionales.
La exposición actual, Desert Flood, co-curada por Jérôme Sans y Riestra y abierta hasta el 31 de julio, es un buen ejemplo. La muestra tiene solo tres artistas, pero cada uno contribuye con obras monumentales, comenzando con “An Impending Disaster (collaborations)” de la artista suiza Claudia Comte, un bosque de imponentes esculturas de mármol, cada una tallada en forma de cactus saguaro y plantada en un piso cubierto con 30 toneladas de arena importada de una playa de Veracruz. Los visitantes se llenan los zapatos deportivos de arena mientras pasean por lo que parece un desierto interior y admiran obras de arte que transmiten un mensaje de advertencia sobre el estado del medioambiente.
Otro espacio de la galería presenta “We Are All in the Same Boat”, de la cooperativa de arte danesa Superflex. El trabajo basado en texto consiste simplemente en las palabras de su título dispuestas en letras de neón azul, de unos dos metros de altura, que se encuentran en el suelo de una habitación oscura. Los espectadores caminan alrededor de las palabras iluminadas, y muchos de ellos aprovechan la oportunidad para disfrutar de su iluminación taciturna y hacerse selfis.
Instalado en un vestíbulo cercano está “Wild Quantities” de Gabriel Rico, un artista radicado en Guadalajara. Consiste en una serie de 35 esculturas de neón, colgadas del techo, que proyectan tonos rojo púrpura sobre las paredes, el piso y el techo. Las piezas iluminadas incluyen números y letras, caballos y hashtags, e invitan a los espectadores a “jugar con la razón y la intuición”, según el texto de la exposición, mientras consideran cómo pueden estar vinculados objetos aparentemente inconexos.
Los tres artistas también tienen otras obras en la exposición, y flotan por todo el espacio de Algo, el cual abarca varios pisos y una variedad de salas grandes y pequeñas. La fluidez de la exhibición refleja la personalidad de LagoAlgo en general. Los espacios se fusionan mientras las obras de arte fluyen arriba y abajo por las escaleras, se mezclan con el área de la cafetería y avanzan hacia el vestíbulo principal.
El patio frontal de LagoAlgo también forma parte del atractivo del edificio. El diseñador Fabien Cappello lo reimaginó como un espacio público dinámico, con mesas de pícnic y toldos pintados en azul regio y amarillo autobús escolar, y un puesto de comida que sirve café y cerveza. La gente se queda durante horas: leen libros, navegan por el teléfono, descansan en hamacas, y muchos ni siquiera entran al edificio. Según Riestra, casi 150.000 visitantes han ido al sitio desde que abrió sus puertas en febrero de 2022.
Riestra afirmó que la clave del éxito está en mantener alineadas las diferentes atracciones de LagoAlgo: el arte, la comida, el edificio histórico. Con su enfoque compartido en la sostenibilidad y la accesibilidad, dijo, todas “conceptualmente hacen el mismo tipo de preguntas”.
Riestra quiere mantenerlo abierto y asequible —la entrada es gratuita y no se cobra por ver las obras de arte— con una mezcla de ofertas impredecibles que mantengan enigmática la identidad de LagoAlgo.
Rico, el artista detrás de las esculturas de neón que cuelgan del techo en Desert Flood, y quien también tiene una pieza permanente en la cafetería del edificio, aconseja no intentar etiquetar a LagoAlgo, pues cree que nombrarlo limitará las posibilidades.
“Lo más peligroso es tratar de definir esto como un museo, una galería o un restaurante”, dijo. “Para mí, es más como un laboratorio”.