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La obesidad no es un fracaso personal

Por si el tema no fuera suficientemente complejo, los investigadores dejaron claro que la obesidad no puede considerarse como una única afección. Hablaron de casos raros causados por mutaciones o trastornos de un solo gen; lo más habitual es que la obesidad surja a causa de interacciones genético-ambientales todavía inciertas. Quizá deberían haber hablado de obesidades todo el tiempo.

Para el final de la conferencia, los asistentes distaban de haber llegado a una teoría unificadora que explicara el aumento mundial de la obesidad, una condición presente en la humanidad al menos desde Hipócrates, pero que comenzó a generalizarse apenas desde la aparición de MTV. Sin embargo, en un periodo muy corto, los científicos, incluidos muchos en la sala, habían aprendido mucho.

Identificaron más de mil genes y variantes que aumentan el riesgo que tiene una persona de ser presentar obesidad. Descubrieron que la grasa corporal es mucho más que un depósito de almacenamiento de energía y que no todas las personas con obesidad desarrollan sus complicaciones asociadas, que incluyen cáncer, diabetes tipo 2, hipertensión, infartos, apoplejía y muerte prematura. Han avanzado bastante para identificar cómo es que el cerebro organiza la alimentación y se adapta a distintas dietas, alterando las preferencias alimentarias. Pero los científicos no pudieron ponerse de acuerdo en qué cambió en la historia reciente para afectar estos sistemas biológicos complejos.

Desde la reunión, me quedé inmersa en la profunda brecha entre las conferencias que escuché y la conversación sobre el peso que tenemos en nuestra cultura. Ningún científico habló de ninguna de las supuestas curas de las que están repletas los libros de dietas y los anaqueles de las tiendas, a excepción del debate sobre los hidratos de carbono. No hubo un diálogo serio sobre limpiezas, aplicaciones para hacer dietas ni sobre el ayuno intermitente. Nadie sugirió que los suplementos podían ayudar a la gente a bajar de peso ni que fuera necesario acelerar el metabolismo. El único ponente sobre la microbiota intestinal que hubo argumentó que los ensayos humanos sobre obesidad a la fecha han sido en su mayoría decepcionantes.

En otras palabras, no hubo curas rápidas ni trucos de magia en esa sala de reuniones de Londres. Y aunque hubo emoción por los avances increíbles de la medicina en el tratamiento de pacientes con obesidad, no se habló de los medicamentos y las cirugías efectivas como soluciones para resolver la crisis de salud pública.

Cuando les pregunté a varios de los investigadores cómo enfrentar la obesidad, dada la incertidumbre, señalaron políticas que alterarían o regularían nuestro entorno, como prohibir la mercadotecnia de comida chatarra dirigida a los niños, las máquinas expendedoras en las escuelas y hacer los vecindarios más peatonales. Hablaron sobre cambiar el sistema alimentario de tal manera que también aborde el cambio climático: las crisis relacionadas alguna vez se encontraron con la inercia de políticas públicas que ahora han cobrado un impulso internacional. Pero tratándose de la obesidad, se sigue acusando a los gobiernos de ser Estados sobreprotectores si tratan de intervenir con regulaciones.

Esto se debe en parte al hecho de que, en vez de ver la obesidad como un desafío social, predomina el sesgo de que es una elección individual. Prevalecen la incomprensión y la culpa y se pueden ver en todas partes. A la gente se le dice que es suficiente con que coma más verduras y haga ejercicio, lo que equivaldría a enfrentar el calentamiento global pidiéndole a la gente que solo vuele menos o recicle. Los gurús y las empresas dedicados a las dietas recaudan miles de millones con modas alimentarias y de acondicionamiento físico que acaban fracasando.

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