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Guerra en Ucrania: un año en imágenes

Los fotógrafos del New York Times estaban presentes en Ucrania incluso antes de la invasión rusa de febrero de 2022. A lo largo del año, han documentado todos los aspectos del conflicto que podían cubrirse mediante un esfuerzo periodístico: bases de drones y lugares de atrocidades, metros abarrotados y pueblos desiertos, funerales y multitudes alegres, trayectorias de misiles y rutas de refugiados, líneas del frente y fachadas en ruinas.

Algunas de esas escenas se muestran a continuación. Pero esta selección no tiene el propósito de ser exhaustiva. El periódico ya realiza una crónica fotográfica de la guerra de Ucrania, que se actualiza con regularidad.

Más bien, aquí, 14 fotógrafos que han trabajado en Ucrania para el Times responden las mismas dos preguntas: ¿qué imagen de su cobertura de este primer año de guerra se te quedó grabada? y ¿por qué?

Esta galería contiene imágenes explícitas. Las fotografías están ordenadas por variedad de estilo y tema. Algunas de las personas fotografiadas pidieron ser identificadas solo por su nombre de pila, por motivos de seguridad.

Esto fue el segundo día de la invasión a gran escala. Había encontrado en internet una lista de direcciones en las que se iban a entregar armas a los voluntarios y, mientras evacuaba a mi propia familia de Kiev, decidí detenerme en uno de esos lugares cercanos para ver qué estaba pasando.

Un poco para mi sorpresa, nos recibieron en el recinto, repleto de hombres en edad de unirse al ejército. Casi de inmediato, un caza nos sobrevoló. Nadie sabía si era ucraniano o ruso, pero sin duda nuestra ubicación era un objetivo atractivo. Todo el mundo se echó al suelo, esperando lo mejor y preparándose para lo peor. Miré a mi mujer embarazada y me sentí fatal por haberla llevado hasta allí.

Por suerte, el avión era ucraniano y todo el mundo se levantó con una risita nerviosa, los corazones latiendo con fuerza. Entramos y pude tomar esta foto.

Brendan Hoffman

Esta es la calle Yablunska, que se convirtió en el lugar más mortífero para los civiles en Bucha, un suburbio de Kiev, durante el mes que duró ahí la brutal ocupación rusa. El cuerpo en el primer plano, según nos dijeron los vecinos, era el de un civil, Oleksandr, asesinado por soldados rusos mientras caminaba por la calle con su esposa. También dijeron que los rusos no habían permitido que nadie lo moviera; llevaba muerto en la calle más de dos semanas cuando estuvimos ahí, poco después de que Ucrania retomara el control de la ciudad.

La mujer que caminaba hacia él con el bastón, aunque entonces no supe su nombre, se llama Maria, y cuando la volvimos a encontrar por casualidad un mes después, nos invitó a su casa. Nos dijo que había tenido miedo incluso de asomarse a la calle cuando los rusos estaban allí. También nos contó parte de su historia familiar. Tenía 73 años y su madre había sobrevivido al Holodomor, la hambruna planeada por Stalin a principios de la década de 1930 que mató a millones de ucranianos. Contó que, de los 11 hermanos y hermanas de su madre, ocho acabaron enterrados en el patio trasero de su familia, en una zona rural del sur de Ucrania.

Daniel Berehulak

BaJmut, noviembre

Bajmut, en la región oriental del Dombás, inició el año pasado siendo el hogar de unas 70.000 personas. A lo largo del año de guerra, he visto cómo los combates destrozaban esta ciudad, mientras ambos bandos lanzaban grandes cantidades de soldados y armamento en intentos desesperados por controlarla.

En los primeros meses, la situación siempre era tensa, pero seguía habiendo civiles en las calles; los ucranianos, sobre todo en el este, han aprendido a vivir a la sombra de la guerra. En esta visita, se había llegado a un claro punto de inflexión en su militarización.

Este vehículo blindado pasó junto a mí cuando salía de un hospital militar y los rostros de los soldados parecían representar lo que se ha plasmado en el casco de la ciudad: una implacable determinación de luchar.

Tyler Hicks

Kramatorsk, julio

Este es Volodímir Tarasov tratando de ponerse en contacto con un amigo desde su sala parcialmente destruida en Kramatorsk, una ciudad de la provincia de Donetsk que fue bombardeada a diario cuando las fuerzas rusas intentaban extender su control sobre la región del Dombás. Entonces tenía 66 años, era un ingeniero jubilado que había vivido toda su vida en el mismo apartamento y dijo que había estado bebiendo té cerca de la ventana en su cocina a la hora del almuerzo cuando un misil aterrizó en el patio de su edificio.

Era un día caluroso y soleado, y el silencio era profundo: recuerdo el crujido de los cristales rotos del apartamento al pisarlos y el canto de los pájaros en los árboles del exterior.

Su calma, a pesar de las heridas provocadas por los fragmentos de cristal y la sangre seca que cubría su cuerpo, vestido únicamente con ropa interior y pantuflas, sigue conmigo hasta ahora.

Mauricio Lima

Jersón, diciembre

Cuando este barrio cercano al puerto de Jersón, en el sur de Ucrania, fue atacado unas semanas después de la huida de las fuerzas rusas, yo formaba parte de un equipo de reporteros en la ciudad y fuimos allí tan rápido como pudimos. Llegamos cuando las casas seguían en llamas y este hombre yacía tendido, cubierto, en el dintel de la puerta donde murió.

Se llamaba Dmytro Dudnyk y, cuando cayeron los cohetes, acababa de llevarle a su suegra un chocolate después de comer.

Cuando sus padres llegaron, la madre comenzó a gritar “¿Por qué? ¿Por qué?”, desconsolada. Su padre, Viktor, me vio en la entrada de su patio —la suegra me había invitado a pasar— y corrió hacia mí. Bajé los brazos, esperando golpes.

En lugar de eso, me permitió consolarlo.

David Guttenfelder

Palanca, Moldavia, marzo

Permanecía inmóvil ahí, justo al otro lado de la frontera de Ucrania con Moldavia, con la mirada ausente en medio de la angustia. Envuelta en su cobertor rosa con estampado de leopardo, rosa como la bolsa o los abrigos a su alrededor, rosa como su gorrito, rosa como quizá era su vida.

Tenía la misma edad que mis sobrinos —unos 10 años— y quizá tendría la misma actitud despreocupada hasta ese momento en que tuvo que dejar casi todo atrás. La invasión había comenzado unos días antes y decenas de miles de personas ya habían huido; su familia había partido de Odesa sin destino fijo. Su mirada me ha acompañado durante mucho tiempo. Me pregunto dónde estará, cómo le irá, si su hermoso rostro habrá recuperado la sonrisa.

Laetitia Vancon

Leópolis, abril

Capté esta imagen de la hermana Diogena Tereshkevych en abril durante mi primer día de cobertura en Ucrania. Leópolis, al oeste de Ucrania, estaba lejos del frente, pero la mayoría de las mujeres y niños que estaban amontonados en el refugio subterráneo durante una alerta antiaérea habían huido de regiones sometidas a intensos bombardeos por las fuerzas rusas. La hermana Tereshkevych intentaba calmarlos con historias, pero el instante evidenció la realidad: no importaba en qué lugar de Ucrania se encontraran, la violencia de la guerra aún podía alcanzarlos.

Finbarr O’Reilly

Zaporiyia, octubre

Esta mujer miraba incrédula, susurraba para sí misma en medio de la destrucción causada por un ataque contra un complejo residencial en Zaporiyia, en el sureste de Ucrania. Era una mañana nublada de otoño, con un viento frío que no tardó en cambiar la dirección del humo que salía del edificio.

Nuestro equipo se había trasladado a la ciudad para cubrir un ataque que había tenido lugar el día anterior, pero mientras nos dirigíamos hacia allí, seguían llegando alertas: Rusia había lanzado una oleada de misiles contra casi una docena de ciudades. Aunque aún no lo sabíamos, era el comienzo de una terrible nueva fase de la guerra para los civiles ucranianos, en la que la vida urbana y las infraestructuras de todo el país se convertirían en objetivos habituales.

La mujer se esforzaba por asimilar lo sucedido, pero creo que su expresión lo dice todo: lo que intenta comprender supera la razón.

Nicole Tung

Irpín, marzo

En la guerra, todo puede cambiar en un segundo. Antes de tomar esta fotografía, en mi campo de visión, las madres corrían con sus hijos desde el puente de Irpín hacia la relativa seguridad de Kiev. Llegaban las rondas de mortero, todo el mundo tenía prisa. Solo se veían pasar gruesos abrigos rosas y azules que arrastraban maletas. ¿Acaso los rusos atacarían una ruta de evacuación de civiles?

Pero cada ronda se acercaba un poco más, cercando a la gente desesperada que huía para salvarse. Fue entonces cuando vi un chispazo, oí el estruendo y sentí el impacto de una ola de aire comprimido en una explosión que se estrelló contra nuestros cuerpos mientras nos echábamos al suelo para cubrirnos.

Las secuelas me acompañarán siempre. Cuando nos levantamos, mi cuello estaba salpicado de grava. Le pregunté a mi colega Andriy si sangraba. “No”, respondió. Aquello era una nube de polvo y caos. No podíamos ver al otro lado de la calle, así que no sabíamos que habían matado a una madre, sus dos hijos y un voluntario de la iglesia. De alguna manera, nos habíamos salvado.

Lynsey Addario

La niña con las flores rosas es Darynka, de 8 años, en el funeral de su padre, Yurii Huk, quien murió en el este de Ucrania durante un intenso bombardeo de artillería. Leópolis, la ciudad de los soldados que nunca volverán al frente, ha presenciado cientos de funerales desde el comienzo de la guerra.

Toda la familia de Darynka estaba ahí —la mano sobre su hombro es de una prima—, pero ¿quién podrá explicarle esta guerra? ¿Cuánto tiempo llevará sus profundas cicatrices?

Diego Ibarra Sanchez

Bajmut, Mayo

Ya desde el final de la primavera, Bajmut era una ciudad en la línea del frente, estaba en la mira de los avances rusos en la región del Dombás. Pasé un tiempo siguiendo a un grupo de voluntarios que ayudaban a evacuar a civiles enfermos, vulnerables y ancianos.

Zinaida Riabtseva, ciega y frágil, destacaba entre ellos. Una vez que estuvo en camino a un lugar seguro, se mostró optimista e incluso alegre, pero el terror en su rostro mientras la bajaban de su apartamento en el quinto piso me dio una idea de lo que debe sentir una persona vulnerable en un lugar como Bajmut.

Ivor Prickett

kiev, Julio

Tomé esta imagen como parte de un ensayo fotográfico sobre cómo los niños ucranianos soportan el peso de la guerra. Visité el centro Uniclub de Kiev durante un par de días. El lugar cuenta con una guardería, un campamento de verano y un gimnasio y las familias que han tenido que huir a otras partes de Ucrania pueden asistir sin pagar nada.

Había fotografiado a los niños durante la siesta y volví dos horas después para fotografiarlos jugando. Fue entonces cuando Sviatoslav, de 4 años, se negó a despertarse para unirse a sus compañeros. Me derritió el corazón.

Laura Boushnak

Soledar, agosto

Soledar es una ciudad salinera de la región del Dombás, muy cerca de la ciudad de Bajmut, en la que se libran numerosos combates. Se podría pensar que este puntito en el mapa tiene poca importancia estratégica, pero la enorme cantidad de balas que se gastan allí sugiere lo contrario. Cuando la visité con voluntarios como parte de un equipo de reporteros del Times, fuimos testigos de cómo dos naciones en guerra arrasaban una ciudad. Municiones de racimo, cohetes, artillería autopropulsada, incluso cazas sobrevolando la ciudad.

Pero lo que más me impresionó fueron los civiles que seguían allí. Todos tenían una mirada de perplejidad. Sin palabras, sus ojos contaban una historia traumática.

Algunos habían quedado atrapados. Otros habían decidido seguir ahí, ya fuera por amor a su hogar o por convicciones políticas, incluida la pareja que llevaba este recuento. Nos encontramos con ellos cuando formaban parte de un equipo que ayudaba a evacuar a los civiles. El equipo les suplicó, pero ellos no querían irse, ni siquiera cuando los edificios cercanos estaban en llamas, ni cuando su propio edificio de apartamentos resultó dañado por la metralla.

Entré brevemente en el sótano que utilizaban como refugio. Estaba muy oscuro y no fue sino hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad que vi las marcas de gis en la pared.

Jim Huylebroek

Muy lejos del frente, Leópolis continúa siendo un lugar que está relativamente en paz, un refugio para aquellos que huyen de los combates en el este.

Familias de toda Ucrania se reúnen en las calles de la ciudad, en sus parques y cafés. Pero cuando me topé con un hombre que vendía globos en una céntrica plaza de la ciudad, el toque de queda nocturno estaba a punto de empezar, por lo que se vaciaban las calles. Parecía una señal de lo lejana y lo presente que estaba la guerra.

Emile Ducke

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