Los sonidos de las armas de fuego y la artillería pesada resonaban en el bosque, y un instructor arrojó una granada simulada cerca de un pequeño grupo de soldados para evaluar cómo reaccionarían. La mayoría ocuparán posiciones en el frente, trabajando en unidades de reconocimiento aéreo o de artillería utilizando drones.
Aunque los instructores eran ucranianos, todos hablaban en ruso. En las entrevistas, algunos de los reclutas intentaron hablar algunas palabras en ucraniano, pero rápidamente volvieron a usar su idioma nativo.
“Después de uno o dos meses desde su llegada, comienzan a usar palabras sencillas como ‘gracias’ o ‘fuego’”, dijo uno de los instructores, quien se negó a dar su nombre.
Los soldados dijeron que tuvieron dificultades para explicarle su decisión a sus familiares en Rusia. Las noticias sobre las atrocidades que han cometido los soldados rusos, incluida la matanza de civiles en Bucha e Irpin, suburbios de Kiev, son desestimadas porque en su patria se les considera propaganda extranjera.
“No entienden toda la verdad”, dijo un soldado de 32 años con el nombre clave Miami, quien dijo que sus padres le habían instado a luchar en el bando ruso. “Les dicen que aquí vive gente mala y lo creen. No piensan que el segundo ejército más grande del mundo pueda matar a gente de a pie”.
En el frente de Ucrania oriental, los bombardeos nunca se detienen durante mucho tiempo. Las fuerzas rusas han insistido en los ataques contra las posiciones ucranianas, pues intentan alejarlas de los alrededores de Bajmut antes de una ofensiva anticipada para tomar toda la región oriental conocida como el Donbás.
En una visita reciente a una zona de ataque, cuya ubicación exacta no divulga The New York Times por razones de seguridad, el suelo retumbaba y los proyectiles de artillería volaban por un cielo despejado. Ese día, las fuerzas rusas habían lanzado una lluvia de cohetes desde sistemas Grad que cubrió la zona e hirió a varios civiles, pero no afectó a los soldados.