Desde el principio, el propio Xi se vinculó al éxito de la política de “cero covid”, que ensalzó como prueba de la superioridad del autoritario sistema chino. Sin ir más lejos, en octubre lo calificó de “guerra sin cuartel del pueblo”. Cuestionar a un líder todopoderoso era un tabú político, en especial en vísperas del congreso del Partido Comunista de octubre, donde Xi se aseguró un tercer mandato. Por lo mismo, no se hizo ningún intento serio de preparar un plan de transición de la política de “cero covid”.
Sencillamente, China no puede erradicar variantes como la ómicron. La semana pasada, la prensa informó de que los nuevos casos diarios se cuentan ahora por decenas de miles, y del rastreo y puesta en cuarentena de millones de contactos estrechos. Los centros temporales de Pekín para atender los casos de COVID-19 ya están al 80 por ciento de su capacidad. Según los propios datos del gobierno, la inmensa mayoría de los casos son asintomáticos. Encontrarlos a todos requiere una cantidad bastante mayor de pruebas, rastreos y cuarentenas en un momento en el que los gobiernos locales experimentan una grave presión financiera por los gastos ocasionados por la campaña de “cero covid” y su papel en la desaceleración de la economía.
La contención de la COVID-19 ha dependido en gran medida de que la población china aceptara el relato oficial, pero, como han demostrado las manifestaciones, el apoyo popular se está disipando con rapidez a medida que se agota la paciencia.
En vez de destinar más dinero a la estrategia de “cero covid”, los dirigentes chinos deben cambiar con urgencia su enfoque. Deberían ampliar rápidamente el acceso a unas vacunas más eficaces —incluidas las extranjeras— que apunten a la variante ómicron y a los fármacos antivirales; lanzar una campaña de vacunación a nivel nacional (las autoridades dijeron el mes pasado que en breve se le dará un nuevo impulso); limitar la hospitalización a los casos más graves para reducir el estrés del sistema sanitario; y prescindir de la retórica alarmista de la “guerra del pueblo” y emplear en su lugar un discurso que refleje la realidad de que la COVID-19 puede ser poco más que una infección del sistema respiratorio para muchas personas sanas y vacunadas. Habría que hacer todos estos cambios con delicadeza, dada la profunda inversión política de Xi en la estrategia de “cero covid”.
Pero aún se desconocen las intenciones del gobierno. Solo dos días antes de sus conciliadoras declaraciones recientes, Sun ordenó a las autoridades que están gestionando un brote en la inmensa ciudad de Chongqing “lanzar una guerra sin cuartel” para “llegar a la covid cero”. El viernes de la semana pasada, People’s Daily, un medio del Partido Comunista, apuntó a una política más relajada, pero reincidió en las expresiones belicosas, como “ganar la batalla” contra la pandemia.
Las próximas semanas serán cruciales. La presión pública y económica para relajar las medidas se está acumulando sobre las autoridades locales que están en la primera línea de la crisis. La falta de unas directrices claras de Pekín podría llevar a una reapertura apresurada y caótica y a un aumento de los contagios. Esto es lo que sucedió el mes pasado cuando la suavización de ciertas restricciones sembró la confusión y contribuyó al reciente repunte de los casos.
China ha declarado oficialmente solo 5233 casos de muertes por COVID-19, frente a más de 1 millón en Estados Unidos, las casi 690.000 en Brasil y las más de 530.000 en India.