Como china de tercera generación en Filipinas, me educaron para creer que las únicas parejas aceptables para sus hijas eran lan lang (“de los nuestros”), es decir, otros chinos en el extranjero como nosotros, muchos de los cuales se refieren a los filipinos como huan-a.
En su acepción más inocua, huan-a significa “forastero”. En la peor, significa “alguien de raza inferior”. Casarse con un huan-a significa el repudio de tus propios padres y una condena al ostracismo por la comunidad lan lang.
Charles no es exactamente un huan-a. Es un pe huweki, un estadounidense blanco, que se considera un escalón por encima del huan-a, pero esa pequeña diferencia no tenía casi ningún peso debido a los otros dos motivos de ruptura. Una diferencia de edad aceptable es de tres o cinco años. Ocho años es exagerado, y 16 me parecía demasiado, incluso a mí. Tener una hija fuera del matrimonio añade más complicaciones. Mi madre católica considera que tener hijos fuera del matrimonio es prueba concreta de haber pecado.
Esos factores hicieron que nuestra tercera cita, en Manila, fuera incómoda y tensa, y que ambos arrastráramos la conversación hasta un final rápido y educado. Más tarde, por correo electrónico, me disculpé por el malestar, admitiendo mi ansiedad por sus crecientes sentimientos hacia mí y la desaprobación garantizada de mis padres. Le dije que quería que siguiéramos siendo amigos.
Mi sinceridad le pareció reconfortante.
La siguiente vez que visitó Manila, lo invité a que me acompañara a visitar a un anciano sacerdote jesuita. Esperaba que pusiera alguna excusa, pero acudió a la misa y a la cena. Al día siguiente, lo invité a asistir a un musical en la universidad donde yo trabajaba. La actuación fue terrible y, mientras la soportábamos en silencio, le envié un mensaje de disculpa. Me contestó que estaba encantado de sentarse a mi lado.
Una vez establecida la imposibilidad de una relación romántica entre nosotros, no sentí necesidad de fingir o impresionar. Ser yo misma y comunicarme con franqueza se convirtió en mi norma.
Con esta franqueza, nuestra amistad se hizo inevitablemente más profunda.
Por aquel entonces, un amigo sueco creía que había dejado embarazada a su novia filipina. No querían al bebé. Compartí este dilema con Charles, esperando que tuviera algunas palabras sabias para mi amigo.