Betégon nunca vería a sor María en el juicio. Nadie lo haría. En 2013, las monjas de su convento se despertaron para encontrar a sor María muerta a los 87 años. Nunca fue acusada formalmente y nunca admitió haber vendido bebés. La Iglesia católica tampoco reconoció nunca públicamente el papel que desempeñó en los secuestros. Pero se sabe que, durante décadas, algunas monjas —con el poder de una dictadura que les permitía actuar con impunidad— se encargaron de decidir quién tenía derecho a criar a un niño y quién no.
El caso de Eduardo Vela, el médico que enfrentó acusaciones en los años ochenta, se desmoronaría años más tarde, después de que el tribunal desestimara los cargos contra él, alegando la prescripción. (Para complicar aún más las cosas, la víctima dijo más tarde que se había enterado de que su madre la había dado voluntariamente en adopción. El primer bebé robado reconocido en España no era tal). De los 2186 casos investigados, ninguno acabó en condena. Los fiscales me dijeron que el problema no era que dudaran que las víctimas dijeran la verdad, sino que los casos carecían de pruebas. Los crímenes tuvieron lugar hace décadas. Enfrentaban la palabra de una madre con la de una monja o un médico de edad avanzada. “Un señor que tiene ahora 80 años, si se le va a condenar por lo que hizo cuando tenía 40, ya no es la misma persona, se está metiendo en la cárcel a alguien que no es la misma”, me dijo Conde-Pumpido, el ex fiscal general.
Y así, por desesperación, algunas víctimas recurrieron a otra salida, una que les daba la esperanza, aunque fuera escasa, de reunirse con sus familias biológicas. En la década de 2010, los programas de entrevistas diurnas empezaron a dedicar gran parte de su tiempo de emisión al escándalo de los bebés robados. Los productores reunían equipos de calle, entrevistaban a los testigos de forma anónima con alteración de la voz, o llevaban cámaras ocultas mientras se enfrentaban a médicos y enfermeras en sus departamentos.
En muchos sentidos, estos programas estaban haciendo lo que antes era impensable: abordar públicamente los horrores del franquismo. Pero también estaban haciendo sensacionalismo de esos horrores, para los millones de espectadores en casa. En un episodio de principios de 2011 de El Diario, un programa de entrevistas por la tarde en el que los invitados ventilaban sus conflictos familiares, un conductor presentó a Alejandro Alcalde, un padre de mediana edad que intentaba encontrar a la madre de su hija adoptiva. Mientras Alcalde compartía los detalles de su vida, la cámara cortó a una mujer no identificada entre bastidores, sentada en un sofá blanco, de espaldas a la cámara. En la parte inferior de la pantalla aparecían las palabras: “Busco a mi hija, me la robaron nada más nacer”. A continuación, se muestra al padre en una pantalla dividida junto a las dramáticas imágenes de un auto que se acerca al estudio. Una mujer con bata blanca salió del coche y sacó un gran sobre con pruebas de ADN que demostraban que la misteriosa mujer del sofá era en realidad la madre de la niña. La familia se reunió mientras el público aplaudía.
La ola de atención mediática también tuvo algunas consecuencias inesperadas: cualquier madre que tuviera un hijo nacido muerto tenía ahora motivos para creer que el bebé podía estar vivo y sano, y simplemente vivir con otra familia. Un segmento de 2013 de La Mañana, un programa matutino español, abría con una escena en un cementerio mientras hombres con cascos y martillos abrían una tumba. Dentro había un pequeño ataúd blanco, claramente hecho para un bebé. El reportero, que se encontraba justo fuera de la tumba, se dirigió a la madre, que iba vestida de negro. Dijo que, tras dar a luz, en el hospital le dijeron que su hijo había nacido muerto, pero que ahora sospechaba que su hijo había sido robado, aunque el bebé había nacido en 1992, casi una década después de los últimos secuestros documentados. El ataúd no estaba vacío, como ella esperaba. Una prueba de ADN de los restos confirmó posteriormente que el bebé era su hijo.
Pintado, como millones de espectadores, había visto los programas de entrevistas e incluso había sido contactado por uno de ellos. Tras la muerte de su padre, un productor de El Diario la llamó a su casa, afirmando que podría haber tenido una gemela idéntica. Pintado colgó la llamada. Pero años más tarde, mientras buscaba a su madre y seguía cualquier pista que aparecía, fue al estudio en persona. Los productores no pudieron encontrar ningún archivo sobre su caso. Quizás ese día habían estado pescando, siguiendo una pista sin salida. Así que Pintado decidió ir ella misma a un programa de entrevistas.
“Os presento a Ana Belén”, comenzó la conductora de Viva la Vida en enero de 2018. La cámara enfocó a Pintado, que estaba visiblemente nerviosa. La presentadora continuó: “Esto es para lo que yo considero que sirve la tele. Esta niña está buscando a su familia biológica y algunos de vosotros, si nos estáis viendo en casa, necesitamos que nos deis todas las pistas para que ella pueda cumplir el sueño de encontrar a su familia”.