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Las tropas de Ucrania localizan a los soldados rusos con herramientas tecnológicas y buena vista

BAJMUT, Ucrania — El viento soplaba entre los árboles desnudos y a través de las ventanas del edificio de apartamentos en ruinas, mientras el equipo de vigilancia subía las escaleras cubiertas de cristales rotos. El frío les entumecía los dedos mientras instalaban el equipo: un visor telescópico de infrarrojos, su trípode, una antena parabólica Starlink y una batería.

El trabajo era sencillo: el pequeño equipo de varios hombres, liderado esa noche por un estadounidense conocido como Wolf, sería los ojos de Ucrania en su batalla por Bajmut, apiñados en el apartamento de estilo soviético y observando el resplandor blanco y negro de las imágenes infrarrojas mientras trataba de identificar las posiciones rusas.

Frente a ellos había una vista panorámica de Bajmut, una ciudad del este de Ucrania, casi sin electricidad y devastada por seis meses de bombardeos. A lo lejos, los disparos de la artillería rusa lanzaban destellos blancos al cielo bajo una luna roja como la sangre. En el horizonte se veían cohetes que hacían una trayectoria circular.

Uno de los miembros del equipo encendió el visor de infrarrojos, y empezó a zumbar. Volteó a ver a su colega, que manipulaba la antena parabólica para intentar conectarse a internet. “¿Comunicaciones en verde?”, preguntó.

Lo que ocurrió en la siguiente media decena de horas fue una parte rutinaria pero esencial del ritmo diario de la guerra: en parte trabajo pesado y en parte cálculos urgentes mientras el equipo obtenía las coordenadas de las posiciones enemigas y las transmitía a la batería de artillería ucraniana situada a kilómetros de distancia.

Este tipo de misión, que fue observada durante dos días de este mes por reporteros de The New York Times, ofrece una mirada de la manera en que se está librando la guerra, una batalla de una violencia implacable, pero además de una sofisticación técnica innegable.

En esencia, la lucha por Bajmut no difiere mucho de una batalla en las estepas de Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial: ejércitos que usan soldados, tanques y enormes descargas de artillería para conquistar territorios.

Pero el equipo de Wolf, armado con una conexión vía satélite y un visor de infrarrojos que puede ver a una persona hasta a 8 kilómetros de distancia, demostró enseguida lo mucho que ha cambiado la guerra en los últimos 80 años.

Wolf, quien manejaba una camioneta camuflada casi en total obscuridad para transportar al resto de su equipo, apagó las luces delanteras al acercarse a las afueras de Bajmut. Antes de quedarse sin señal, la inteligencia ucraniana le informó que al menos un dron Orlan-10 ruso sobrevolaba la ciudad.

El hombre comentó que en los últimos días se habían visto muchos más de estos aparatos que suenan como cortadoras de césped, pero esa noche las nubes bajas del invierno impedían su visibilidad.

Agregó que, sin los drones, los soldados rusos no podrían dirigir el fuego de su artillería.

No sirvió de consuelo. El ruido lejano de las ametralladoras y los cañones, así como el ruido sordo de las explosiones, recordaban que la lucha estaba cerca.

El equipo forma parte de la legión extranjera de Ucrania, una unidad creada al comienzo de la guerra a la que se han sumado miles de voluntarios internacionales para reforzar las filas ucranianas. Wolf, de 29 años e infante retirado de la Marina estadounidense, vino a Ucrania porque, en sus propias palabras: “Soy un buen cristiano y era lo correcto”.

Otros miembros de su equipo incluyen a un intérprete ucraniano; un canadiense; un británico y un australiano. “Nada de inglés”, recalcó Wolf antes de bajar de los vehículos. Muchos de los residentes que quedaban en Bajmut ya desconfiaban de los extranjeros, en particular de los que portaban rifles. El Times solo se refiere a Wolf y a los demás soldados por sus apodos militares para proteger sus identidades.

Después de meses en los que el ejército ruso intentó capturar la ciudad, los combates en torno a Bajmut, que antes de la guerra tenía una población de unos 70.000 habitantes, se han dividido en dos sectores principales: el sur y el este. Los soldados rusos presionaban desde ambos lados para intentar ahogar las líneas de suministro de la ciudad.

Desde el apartamento convertido en puesto de observación de Wolf podían verse ambos extremos con el visor de infrarrojos. Las hileras de árboles congelados y los campos brillaban con un blanco resplandeciente; cualquier cosa viva o calentada por un motor o por electricidad aparecía como una mancha negra.

El miembro del equipo encargado de encontrar objetivos rusos fue artillero en Canadá, y se le conoce por el sobrenombre de Oso. Exploraba el horizonte con el visor de infrarrojos, cambiando entre el este, donde los soldados rusos se habían acercado a una presa de la ciudad, y los pueblos del sur.

Pero aunque el equipo identificara un tanque ruso o un pelotón que avanzaba, no había mucho que hacer: no tenían internet y apenas había señal de telefonía celular en la ciudad.

El traductor, originario de la ciudad septentrional de Járkov, identificado como Popov, manipulaba la Starlink, la antena parabólica cóncava y rectangular. La elevó hasta que quedó a la altura del balcón destrozado del apartamento, procurando mantenerla lo bastante baja como para que los soldados no detectaran el calor que desprendía.

“Todavía está buscando los satélites”, gruñó.

El balcón había sido bombardeado y la puerta que conducía al apartamento estaba destruida. Parecía como si una pequeña familia hubiera vivido allí. Una cuna estaba en la esquina de una habitación. El papel tapiz había comenzado a despegarse en una pared donde el techo goteaba.

Hacía más o menos una hora, antes de que la luna se escondiera entre las nubes, la Starlink se había podido conectar a internet. Durante un periodo breve, el equipo tuvo acceso a las comunicaciones del grupo militar ucraniano centrado en Bajmut, donde las unidades situadas a lo largo de la línea del frente compartían las posiciones rusas conocidas e intentaban coordinarse para las acciones de la noche.

La principal conexión del equipo era la línea directa con los oficiales ucranianos que supervisaban la artillería alrededor de la ciudad, incluidos los obuses M777 suministrados por Estados Unidos y cargados con proyectiles guiados por GPS. Esta vez, el equipo tenía información.

“Parece que están avanzando por el lado este”, dijo Bear, refiriéndose a los soldados ucranianos. El canadiense tenía el visor pegado a los ojos.

En efecto, en la pantalla blanca se podían ver pequeños puntos negros que avanzaban hacia los árboles cercanos al extremo oriental de Bajmut.

Los estruendos de los impactos de artillería llegaban hasta el apartamento mientras las fuerzas rusas respondían al ataque. Un tanque, alcanzado durante el avance, ardía en la distancia. Se veía como una intensa columna de humo negro en la cámara termográfica, pero a simple vista solo era una mancha roja, como una estrella lejana en los márgenes de la ciudad sin luz.

Bear continuó escaneando hacia un pueblo ubicado al sur, donde las tropas rusas estaban tratando de avanzar pero en su lugar se habían encontrado con una firme resistencia ucraniana.

Gran parte del pueblo había sido destruido en combates recientes. Ahora, dijeron los integrantes del equipo, los soldados ucranianos luchaban edificio por edificio en tiroteos cuerpo a cuerpo con sus adversarios rusos.

“Tengo algo”, reportó Oso.

Perro, su compañero que trabajó como técnico de desactivación de explosivos del ejército británico que combatió en Afganistán, se entusiasmó y prendió su tableta.

Cubrió la pantalla y su cara con un pañuelo, con cuidado de que la luz de fondo no comprometiera su posición. Leyó las coordenadas.

El equipo había divisado lo que parecían ser dos camiones de transporte rusos (dado su tamaño y su contorno térmico negro en la pantalla) parados en medio de un campo a varios kilómetros de distancia, muy por detrás de las líneas rusas.

Popov envió cuidadosamente las coordenadas a través del canal de la artillería ucraniana.

“¿Algo más? ¿Hay tropas alrededor?”, preguntó. Bear volvió a mirar, pero no. Los camiones estaban parados ahí.

Mensaje enviado, dijo Popov. “A ver si hacen algo con eso”.

Poco después, la Starlink dejó de funcionar.

El equipo, sentado en el departamento abandonado, enfrentaba obstáculos: torres de telefonía móvil destruidas; nubes densas y bajas que interrumpían la señal de la Starlink; y la interferencia del GPS ruso que desviaba la visión infrarroja.

Trabajaron con la Starlink, la reiniciaron y la desconectaron de su batería portátil sin éxito. Las nubes eran demasiado densas.

En la distancia, hacia el noreste, los rayos rojos de los cohetes Grad rusos se dirigieron hacia la ciudad de Soledar, muy disputada.

Sin embargo, los bombardeos casi habían cesado. Los ucranianos no atacaron los dos camiones parados. Los proyectiles de artillería guiada están disponibles en cantidades limitadas y a menudo solo se utilizan contra objetivos importantes.

A través del visor de infrarrojos, Oso observó lo que parecía ser un pelotón de soldados ucranianos que intentaban avanzar cerca de una aldea en las afueras del sur de la ciudad, uno de los muchos ataques y contrataques que se han convertido en un elemento básico de la batalla por Bajmut, donde los avances significativos han sido mínimos.

De repente, se oyó el eco de los disparos de cohetes hacia el sur. Pasaron unos segundos. El cielo estalló. En un instante, sobre la aldea, las nubes bajas resplandecieron de blanco durante lo que parecieron minutos, mientras las estelas de municiones incendiarias se dirigían hacia el suelo.

“No queda nada que quemar ahí”, comentó un miembro del equipo desde la oscuridad cuando las brasas se asentaron. “Todo está destruido”.

Alguien tomó una foto con su teléfono. El equipo se marcharía en una hora, su misión había terminado sin la Starlink.

Pero la larga noche en Bajmut apenas empezaba.

Thomas Gibbons-Neff es el jefe de la oficina de The New York Times en Kabul y es soldado retirado de infantería de la Marina. @tmgneff

Tyler Hicks es un fotógrafo sénior del Times. En 2014, ganó el Premio Pulitzer de fotografía para noticias de última hora por su cobertura de la masacre de Westgate Mall en Nairobi, Kenia. @TylerHicksPhoto

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