En la actualidad, la deforestación es responsabilidad sobre todo de redes criminales que actúan minuciosamente para ocultar los orígenes ilegales de los productos que extraen y producen ilícitamente, en especial la carne de res, el oro y la madera de la Amazonía. Su objetivo es hacerlos pasar por lícitos (blanquearlos). Un estudio de 2022 del centro de estudios brasileño Instituto Igarapé mostró que, aunque la “serie de delitos vinculados” varía en cada región amazónica, estos esquemas criminales a menudo implican el uso de violencia, corrupción, delitos financieros y fraude.
Algunas empresas multinacionales se han comprometido a monitorear la cadena de suministro para evitar comerciar con soja y carne de res producidas en áreas deforestadas, y la Unión Europea se prepara para adoptar una norma que obligará a las empresas a demostrar que sus productos no han fomentado la deforestación y la degradación de la selva. Pero China, uno de los principales compradores de soja, carne y cuero brasileños, ha mantenido silencio al respecto. Para salvar la selva, Lula debe convencer a Pekín de adoptar medidas efectivas que garanticen el rastreo del origen de la soja y la carne que le compra a Brasil.
Otro desafío para el nuevo gobierno será cambiar la mentalidad que aduce que la destrucción de la selva está justificada porque de esta forma se logra desarrollo económico. Ese enfoque es preponderante en muchas regiones y ello explica que Bolsonaro ganara en votos a Lula en cinco de los nueve estados que componen la Amazonía brasileña durante las últimas elecciones. No hay que olvidar que en los últimos comicios generales también fueron reelegidos varios gobernadores de la región que, siguiendo el modelo de Bolsonaro, apoyan la explotación de la selva a cualquier coste.
De hecho, las primeras manifestaciones de oposición a Lula ya se han producido en la Amazonía. Tras su elección, camioneros y otros simpatizantes de Bolsonaro bloquearon la carretera BR-163, una ruta conocida como la “Autopista de la soja” porque se extiende desde los campos de leguminosa hasta las terminales de exportación situadas a las orillas de ríos amazónicos. En un augurio de lo que puede estar por venir, policías federales que intentaban desbloquear el camino fueron atacados por manifestantes.
Lo cierto es que la violencia en esa región ya dio la vuelta al mundo durante los primeros dos mandatos de Lula. En 2005, en respuesta a un plan presentado por Marina Silva (exministra de Medioambiente y hoy de nuevo al mando de la cartera) para proteger millones de hectáreas de selva, grupos de madereros y ganaderos bloquearon la carretera, amenazaron con contaminar ríos e incluso advirtieron de que podría “correr sangre”. El gobierno, presionado, decidió dar marcha atrás, aunque solo temporalmente. Al final, Marina Silva logró crear una sucesión de reservas a lo largo de la BR-163 que le valió reconocimiento a nivel mundial.
Un lugar clave en la lucha contra la deforestación será la zona Amacro, una inmensa región situada en el noroeste de Brasil (el nombre viene de los estados que abarca: Amazonas, Acre y Rondônia) que fue promovida por el gobierno de Bolsonaro como una nueva frontera para la expansión de la producción de la soja y la carne. Según datos del Instituto de Investigaciones Espaciales, la región, antes una de las áreas mejor conservadas del país, lidera ahora el repunte de la deforestación.
La Amazonía es hoy un escenario extremadamente complejo, y una parte central de la estrategia de conservación de Lula debe involucrar al mercado global. Los criminales deben enfrentar todo el peso de la ley, pues es una medida disuasoria fundamental, pero para lograr la deforestación cero, el gobierno federal también debe recompensar a los empresarios que respetan las reglas.